Wednesday, November 25, 2009

Gabino Andino en Nueva York

Gabino Andino sintió la necesidad imperiosa de viajar. El destino le trajo a Nueva York. Bien pudo llegar a Madrid, Hong Kong o Berlín. Cualquier lugar, menos su tierra natal. Cuando terminó de poner los pies sobre tierra norteamericana, lo primero que le impresionó fue el calor peculiar de la temporada. Era agosto y el verano estaba en pleno apogeo. También se quedó boquiabierto al ver que el sol no terminaba de ocultarse y ya eran más de las 9 de la noche. Cosas raras, pensó. Una vez pasadas las primeras impresiones como mirar de lejos los rascacielos, ver una gran autopista de ocho carriles, admirar la inmensa cantidad de negocios, y asisitir al espectáculo de ver a miles de gentes caminando, comiendo y riendo como si en el mundo no pasara nada, Gabino se sintió extraño, extranjero, solo. De entrada no le gustó el sabor de la comida y una vez que se le terminaron los cigarrillos que trajo de su país, tuvo que comprar otros que sabían a cartón quemado y además, había que comprar la cajetilla completa, y no de uno en uno como se compra en cualquier puesto de su pueblo. Por poco se cae al suelo al comprobar que el precio de una cajetilla costaba una fortuna para su presupuesto de pobre.
Tras instalarse y acondicionarse por varios días, una mañana decidió salir a caminar solo. El tiempo era bello, el viento agitaba las hojas de los árboles, el calor era confortable, el sol ponía un color durazno al ambiente, casi dorado, por lo que todo hacía prever un delicioso paseo. Mientras caminaba, Gabino se puso a recordar las veces que se había fugado de clases en el colegio para meterse en un bosque cercano y deleitarse con el sonido de sus pisadas en las hojas secas y el olor del eucalipto, escuchar el trino de los pájaros y claro, sentir ese breve cargo de conciencia al desafiar a la autoridad y la disciplina tanto del colegio como de su padre. El freno brusco de un auto a lo lejos le trajo a la realidad. Recorrer esas calles que tanto se parecían a las que había visto en el cine le hicieron perder la orientación. Intentó desandar lo caminado, pero se metió en sitios cada vez más extraños. Las calles no formaban cuadros como en su ciudad, por el contrario, se alargaban como una serpiente y terminaban en otra de forma parecida. La conciencia de que estaba perdido llegó cuando descubrió que no sabía la dirección en la que vivía, no tenía ni un solo número de teléfono dónde llamar y tampoco llevaba dinero. Una inmensa sensación de soledad y abandono le recorrió el cuerpo. A su alrededor la gente hablaba un idioma que siempre se resistió a aprender y le miraban casi agresivamente unos y con pena otros, cuando les paraba para preguntarles en español por una tienda llamada 7-eleven, que estaba cerca de su casa. Muchos se burlaron de la pregunta. Gabino no sabía que ésta es una cadena de tiendas que están multiplicadas a lo largo y ancho de Long Island. Estuvo perdido hasta bien avanzada la tarde. La aventura llegó a su fin cuando reconoció la tienda que estaba a la vuelta de su casa. Sudoroso, cansado y despechado se dio una ducha, se tendió a dormir con la firme convicción de no despertar nunca jamás. Esta fue la primera aventura vivida por Gabino recién llegado a Long Island, Nueva York. Este es el inicio de una serie de relatos sobre sus experiencias, una vez que consiguió trabajo en una factoría.