Tuesday, December 14, 2010

El Accidente de Delia

Tras una lucha de más de tres años por fin Delia está embarazada. Ha sido un proceso de angustia para ella y su pareja. Muchas consultas médicas, exámenes, laboratorios, pruebas y miles de dólares invertidos, pero la espera valió la pena. La otra mañana, apenas comenzada la jornada y mientras Delia empacaba productos en la factoría, tropezó con un rodapié y salió impulsada como un proyectil. En esa fracción de segundo que duró su caída, ella pensó en su bebé y las consecuencias si caía de bruces. Entonces, en un acto reflejo utilizó ambas manos para protegerse el vientre y dejó que la inercia haga su trabajo. El golpe en el rostro fue brutal al chocar contra la banda metálica de transporte de mercadería. La sangre abundante que salía de su ceja rota puso en alerta a sus compañeras más cercanas. Los gritos de auxilio se escucharon en toda la factoría, nadie sabía cómo actuar. La sangre era abundante, manchaba la ropa de Delia, goteaba entre sus manos y caía en el piso. Alguien llegó con hielo y le aplicó en la herida. Le llevaron caminando hasta la cafetería, casi desmayada.
El supervisor, un americano viejo, llegó y tras mirar la escena estuvo a punto del desmayo. Pálido se alejó para hablar por teléfono y no tardaron en llegar los ejecutivos. Uno de ellos averiguó la causa del accidente y de inmediato dio la orden para desaparecer el viejísimo rodapié maldito y todos los rodapiés de la factoría que utilizaban hasta ese momento los empacadores y empacadoras. Ya no había evidencia. Cuando alguien preguntó se le dijo que Delia tropezó en un cartón tirado en el piso. La ambulancia y los paramédicos llegaron de inmediato, estabilizaron a la muchacha y se la llevaron casi volando rumbo al hospital con la sirena prendida a todo volumen, ruidosa y estridente. Los más preocupados llamaron a los familiares de Delia para comunicarles la desgracia.
Lo que se supo después es que a la pobre Delia recién le suturaron la herida a las 6 de la tarde, es decir, estuvo más de 10 horas sentada, casi inconsciente por el shock y el dolor y preocupada por la suerte de su embarazo.
La buena noticia es que su embarazo sigue su curso normal, la herida en su ceja tardará en sanar pero no le dejará huella y los ejecutivos de la factoría respiran aliviados después de haberle hecho firmar a Delia un documento donde se dice que no tienen ninguna responsabilidad en el accidente y no reconocerán ningún pago monetario en caso de una posible demanda.
Es decir, todos tranquilos, quedaron curados en salud.

Cargo de Conciencia

El cargo de conciencia le está matando lentamente a Vicente. Se culpa por la muerte de su amigo Carlos, que fue atropellado por un carro fantasma en horas de la madrugada, mientras conducía su bicicleta rumbo a su casa.
No se habían visto desde hace muchos años, desde que cada uno tomó rumbos diferentes una vez que llegaron a Estados Unidos. Fueron vecinos en su pueblo y por coincidencia decidieron emigrar la misma fecha. El largo trayecto al norte les tomó varios meses, y durante ese tiempo se contaron cada uno sus respectivas vidas, con detalles, se rieron de la gente de su pueblo, de las travesuras en la escuela, de la muchachas que habían conocido, es decir, de las vivencias de su juventud. Una vez cruzado el río se separaron con un abrazo y la promesa de mantenerse en contacto. Pero no fue así, casi se olvidaron.
Hasta que un día, no hace mucho, se encontraron sin proponerse. Entraron en un deli y pidieron cerveza para refrescar la garganta y la memoria y volverse a contar sus últimas anécdotas. Carlos había decidido venirse a Nueva York desde Arizona por temor a la nueva ley de persecución a los inmigrantes. No había logrado tener una familia por lo que le fue fácil salir sin remordimiento en busca de una nueva oportunidad. Llegó a Long Island y tras un breve reconocimiento de la geografía se fue a vivir a Central Islip. Encontró trabajo en una lavandería que le quedaba a 15 minutos en bicicleta desde su casa. Mientras tomaba la que sería su última cerveza, le contó entre risas a Vicente que varias veces voló de su bicicleta porque algunos autos le habían embestido.
Se hizo de madrugada cuando salieron del local y cada uno se dirigió hacia sus casas. Se prometieron un nuevo reencuentro. Carlos apenas podía mantener el equilibrio y sin embargo decidió seguir su camino a pesar del pedido de Carlos de llevarle a su casa. Le vio alejarse y se perdió en la oscuridad de la noche. Pasaron dos días y fue cuando Vicente se enteró de la trágica noticia. Se quedó desolado cuando vio el noticiero en televisión. Se pedía que alguien identifique a una persona que había sido atropellada en la madrugada pasada. La descripción física era la de Carlos, no había duda. Ahora Vicente se culpa, derrama lágrimas de remordimiento por no haber podido ponerle cerco al destino. Su pena no tiene límite, quizás con el paso del tiempo logre superar ese dolor, por ahora bebe en memoria de su amigo.

El Día del Pavo

Jaime acaba de ingresar como nuevo empleado a la factoría. Tiene menos de un mes en Estados Unidos y todo es nuevo para él. Tiene la presencia de un adolescente alto con cara de niño y unos ojos que miran todo con asombro. Todavía no logra acostumbrarse a la rutina de trabajo y se queda admirado de ver la habilidad de las mujeres para empacar la mercadería o de los muchachos cuando bajan grandes cajas de las alturas en que se hallan arrumadas. Varias veces el supervisor le ha llamado la atención por perder el tiempo y como no le entiende sólo se sonríe y sigue en su asombro.
Jaime se hizo amigo de Jimy y juntos van para todos lados. Una tarde se detuvieron ante la máquina expendedora de gaseosas y allí Gabino constató el mayor atraco que alguien pueda imaginar. Como Jaime no sabe distinguir las monedas, Jimy le asesora pero le cobra una comisión, según sus propias palabras, porque nada es gratis en esta vida. Si la gaseosa cuesta 75 centavos, Jimy le cobra un dólar. Si una bolsita de nachos cuesta 50 centavos, Jimy gana 90. Pero a Jaime no le importa, quiere aprender todo rápidamente y pone tanto empeño que todos opinan que en poco tiempo será uno de los mejores trabajadores. Pregunta por todo lo que le llama la atención.
Un día, la cafetería estuvo adornada con figuras de Halloween y el muchacho pidió que le explicaran el significado de tanta calavera y tanta alegoría a la muerte. Dijo que en su país en esta misma fecha se honra a los muertos y nadie les falta al respeto.
Llegó la temporada de Acción de Gracias y la cafetería apareció adornada con figuras de indios semidesnudos, mujeres sonreídas con trajes largos y mucha comida. Se le dijo a Jaime que en esta fecha nadie trabaja y se aprovecha para reunirse en familia y disfrutar de una comida o cena donde no debe faltar el pavo, pero alguien quiso burlarse de él y le cambió la versión conocida. Jaime con toda su inocencia salió de la factoría despidiéndose de todos y deseándoles un feliz día del pavo.

El Refugio de Luigi

Apareció un día en la factoría de un día al otro, como un fantasma. La sonora carcajada con que festeja la vida le delató ante todos los trabajadores. Desde su llegada impuso su presencia tanto por su cuerpo como por su alegría. Luigi se parece a un vikingo, debe pesar una tonelada y es tan alto como un poste. Tiene una espesa barba amarilla, que se mueve cuando ríe como si la moviera el viento, los ojos azules le brillan cuando habla, especialmente cuando aprende a hablar en español.
Pone tanto empeño que a ratos cansa porque repasa lo aprendido a gritos. Saluda y conversa con todo el mundo y siempre festeja sus propias ocurrencias con una carcajada que se escucha en toda la factoría. Cuando le preguntan cómo puede estar ahí, ganando lo poco que todos ganan porque está contratado por una agencia de empleos, Luigi se encarga de narrar su fantástica historia que no tiene final feliz.
Cuenta que una vez se ganó la lotería. Un cuarto de millón de dólares pasó por sus manos como un sueño, por lo poco que le duró y lo poco que disfrutó. Logró equipar su casa con lo último en tecnología y eso fue lo único material que compró porque el resto del dinero desapareció en menos de tres meses en fiestas, viajes y visitas frecuentes al casino. Allí su historia se vuelve misteriosa porque dice que ahora tiene una deuda tan grande que no logrará pagar mientras viva. Tuvo que huir, desaparecer y comenzar de cero. Los nuevos amigos de Luigi dice que posiblemente no se llama Luigi, que la deuda la dejó en Italia, que la casa fue embargada y la familia se refugió en algún país de Europa y que utiliza su nuevo trabajo como un refugio. Lo cierto es que Luigi no pasa desapercibido y todos anhelan que su alegría dure mucho tiempo, mientras arregla su vida.

Los Viajes de Aníbal

Otra vez se despide Aníbal de sus amistades en la factoría. Se va para su tierra. Es la tercera vez que se despide en tres años desde que Gabino le conoce. Nada tendría de extraño si Aníbal viajara de la forma en que lo hace todo el mundo. El no puede viajar en avión, así que emprende el viaje por tierra. Desde Nueva York hasta la frontera con México en bus. Una vez al otro lado, como se pueda.
El caso es que a Aníbal no le detiene nada ni el mayor control de la patrulla fronteriza, ni el peligro de los grupos armados, ni tampoco las maras. Va y viene sin problemas, dice que conoce muy bien al coyote que le ayuda a cruzar y hasta ahora ha corrido con suerte. Hace menos de un año le nació una niña y sin pensarlo dos veces pidió permiso en la factoría y se fue a conocer a su hija. Volvió a los dos meses y relató la odisea de viajar sin papeles, la aventura que vivió, el riesgo y el peligro. Aníbal es una persona que siempre habla poco y concreto, es por eso que sus relatos son ciertos.
Dice que del grupo de quince que venía hacia Estados Unidos, murieron dos en el camino, simplemente mueren por agotamiento, por sed o porque la caminata es demasiado para ellos, se dejan caer y no hay nadie que se detenga a ayudarles, el grupo sigue, sin pensar en nada ni en nadie, su único objetivo es llegar al otro lado, como sea.
A pesar de las penurias Aníbal vuelve a emprender otro viaje y seguirá haciéndolo. En estos tiempos difíciles comenzó a construir una casa en su pueblo natal y todo el mundo le dice que es una decisión arriesgada, que se puede quedar sin trabajo, que puede enfermar o puede tener problemas mayores. Aníbal contesta con una sonrisa que es peor quedarse con los brazos cruzados, sin hacer nada, impávido. Puede ser su actitud decidida lo que le ayuda, puede ser su firmeza o su carácter alegre, el caso es que Aníbal se ha convertido en un ejemplo a seguir y es así que varios jóvenes de la factoría se acercan donde él para que les enseñe cómo lo hace y es posible que ellos emprendan la ruta de Aníbal. Y es posible también que nunca vuelvan.

Los Dados

Andrés se creía un tipo con suerte…hasta ahora.Todo le iba bien desde que decidió venir a Estados Unidos. Cruzó la frontera en tiempo corto, sin problemas. El viaje a Nueva York le resultó como si de un turista se tratara. Una vez en Long Island tuvo su primer trabajo en una factoría de lámparas donde ganaba mejor que sus compañeros por la habilidad que tenía para producir y elaborar productos especiales bajo pedido.
Después se fue para una carpintería. Allí llegó como supervisor de la línea de muebles de cocina y claro, con un gran sueldo. Llegó la crisis, la factoría cerró, pero Andrés seguía con suerte porque inmediatamente comenzó su nuevo trabajo manejando el camión de la grama. Durante todo este tiempo amasó una pequeña fortuna, porque siempre ha sido ahorrador.
En su país comenzó la construcción de una casita para sus padres y hermanos. Aquí conoció a Andrea, una muchacha agraciada y compañera ideal para Andrés que no pasa de los 23 años de edad. Como se ve, al muchacho le ha ido bien en los últimos tres años, hasta ahora… que conoció a Carlos quien le metió en el mundo de los dados.
Todo comenzó como un juego, como para probar que tan afortunado era en el juego de azahar. Comenzó ganando 100 dólares, luego 200 y una sola vez llegó a ganar 800 dólares. Y ahí terminó su suerte. A partir de ese día todo ha sido pérdida tras pérdida. Cada semana acudía al deli del dominicano donde se juega a los dados en la parte de atrás del local. Allí pensó que podría ganar, pero nada. Luego alguien le llevó al sótano del turco donde las apuesta se hacen en grande, desde 500 para arriba. Esa fue su perdición. En menos de una hora perdió 5 mil dólares, casi todo lo ahorrado.
Ahora va cada noche al billar que está en un pueblo cercano y donde está Luis que es el que presta dinero a los perdedores de los dados y les motiva para que sigan jugando. Con Luis ya tiene una deuda de 3 mil dólares y sigue sumando. Andrés ha perdido todos sus ahorros, ya no envía dinero a sus padres porque ya no tiene nada, todo lo que gana lo juega a los dados.
Andrea está por irse ya no le soporta y para colmo la temporada de la grama está llegando a su fin. Parece que la fortuna le dio la espalda a Andrés que se resiste a dejar el juego, piensa que cualquier día recuperará lo perdido, pero no escucha a los sabios populares que dicen que el que juega por necesidad siempre pierde. Así ha sido y así será.

Derrotada

Ya casi no quedaba nadie en la factoría, ella era una de las últimas en salir cuando le retuvieron. El rumor se extendió como un reguero de pólvora, se dijo que ella era sospechosa de robo. Su actitud le delataba, la cabeza gacha, la mirada en el suelo, fija, sin movimiento, su rostro pálido, un ligero temblor en sus manos que sostenían dos bolsas de plástico y una cartera.
Uno de los supervisores le llevó a su oficina, mientras otro llamaba al gerente. El ambiente se volvió tenso entre los trabajadores, todos especulaban sobre lo sucedido, alguien le acusaba, extendía el dedo acusador, de pronto se convirtieron en jueces, decían que ella acostumbraba llevarse lo que no le pertenecía. Al fin llegó el gerente seguido de un séquito de esbirros y todos se encerraron en la oficina. La escena duró unos minutos eternos hasta que se abrió la puerta.
Uno a uno comenzaron a salir, primero los esbirros con mirada de triunfo como si hubieran realizado la hazaña de sus vidas, victoriosos, luego salió el supervisor con el rostro colorado, sudoroso, a continuación salió una mujer de la oficina llevando en sus manos lo que la supuesta ladrona estaba llevando, eran tonterías, nada de valor, allí se juzgaba el hecho no la cantidad en dinero.
La acusación de robo le daba mayor fuerza a la humillación de la muchacha que salió sin mirar a nadie, completamente derrotada, se dirigió a la salida seguida de las miradas de todos los presentes, abrió la puerta y desapareció entre la lluvia que caía ese momento.
Todos la acusaban, parecía que nadie en su vida había cometido un error así que todos tiraron la primera piedra para quedar perdonados por los supervisores, quienes a su vez fingían no saber que muchos llevan mercadería entre sus ropas. No se sabe sobre el futuro de ella, no se sabe si volverá, es incierto su futuro, si tendrá otra oportunidad, aunque pensándolo bien, si ella vuelve el dedo acusador estará apuntándole todo el tiempo. Nadie le perdona.

En Abandono

Ely volvió a quedar embarazada. Tiene dos niñas, la primera de un año de edad y la segunda de tres meses. Ella dice que no son producto del amor sino de la soledad. Son cuatro años de vivir en este país y desde el principio le tocó luchar a brazo partido, compitiendo por trabajo, rechazando el acoso de los hombres que la miraban como un objeto, dice, por ser bonita y alegre y buscando el dinero para enviar a su familia en su tierra natal.
Era una apariencia la alegría que se veía en Ely, era una máscara, era una mentira su risa sonora. Cuando volvía a la casa donde rentaba un cuarto se sentía absolutamente sola, se sentía abandonada, deprimida, triste, nada la consolaba. Hasta que llegó Miguel, no a su vida sino a la factoría donde trabajaba. El era un tipo alegre, ocurrido y provocador. Le hizo la corte y ella no se inmutaba. Pasaron varios meses, dice ella, hasta que una noche en que más se sentía desolada recibió la llamada de Miguel que quería invitarle al cine, ella le propuso que mejor fuera a su cuarto y allí amanecieron acompañados y alegres.
Ely creyó en las promesas de Miguel y tras varios encuentros íntimos -no de amor-, quedó embarazada. Desde que le dijo a Miguel que iba a ser papá desapareció de su vida y no sabe nada de él. Lo peor fue que en la factoría ya no le recibieron de regreso después de tener a la niña. Comenzó el calvario de buscar trabajo por muchos lugares, nadie quería cuidar de su hija en las noches cuando encontró un trabajo en un bar. Y ahí, en esa transición casi desesperada, apareció Armando, un tipo que le entregó todo, es decir plata, auto, persona y amor. Pero ella no le quiere, le aceptó en su vida porque es útil, es bueno, no toma y le quiere a la primera niña como si fuera propia.
Por un descuido volvió a quedar embarazada, la niña ya nació y el muchacho se hará responsable de todo, según se cree el porvenir está asegurado. Sólo el corazón de Ely sigue en abandono, todavía está en espera de que alguien llene ese vacío ahora no quiere pensar en nada, ocupa su tiempo criando a sus dos hijas.

Atrapados

Gabino está sorprendido por el poder de análisis de las personas que supuestamente no tienen formación académica o no han ido a la escuela. Fue una mujer ya mayor como de 60 años quien expresó con todo su corazón la frase que provocó emoción entre los presentes. Ella dijo: “los indocumentados que están en Estados Unidos viven en peores condiciones que las que vivieron los mineros chilenos dentro de la mina y no hay nadie que les rescate”. Lo dijo así, de forma tan natural que se hizo un silencio extraño en el comedor.
La conversación entre los trabajadores de la factoría, como es obvio, giraba en torno al rescate de los 33 mineros chilenos atrapados en una mina durante 70 días. Todos daban detalle de lo que habían visto o escuchado. La conversación giró hacia el minero infiel y la decisión de su mujer de no asistir al rescate como una manera de protesta. Todos y todas opinaban, muchas lapidaron al minero por tener una amante, pocos dijeron cosas a su favor, hasta que Rosario, la mujer que pocas veces habla soltó su frase.
La conversación que en un principio comenzó con euforia se puso como solemne. Carlos dijo que hay millones de trabajadores en este país que viven peor que en un socavón, sin identidad, sin derechos, sin la posibilidad de recibir ningún beneficio, con miedo de enfermar, con pánico de las cuentas si alguien llega a un hospital.
Yolanda contó que tiene una deuda de tres mil dólares por una operación de apéndice que le hicieron a su hijo y cree que nunca va a poder pagar. Alguien dijo que los mineros recibieron el apoyo de todo el mundo y los doce millones de indocumentados, a pesar de ser productivos, no reciben el apoyo de nadie, más bien se les quieres sacar a la fuerza como a los peores criminales por el simple hecho de no tener un documento reconocido de identidad. Y no hay nadie que los rescate. Los mineros salieron en televisión y todos aplaudieron dice Yolanda, mientras que los inmigrantes salen en televisión sólo cuando están atados, deportados o detenidos mientras intentan llegar a buscar una mejor vida y todo mundo tuerce la nariz.
La conversación cambió de tono cuando Luis sugirió una cápsula para abandonar este país, sin rumbo fijo, hacia un mejor sitio, donde nos quieran bien, dijo. Y entonces se escucharon muchas propuestas como ir a vivir al campo, a la selva, a las montañas, a criar gallinas, a cosechar café, es decir, todos de alguna manera añorando la vuelta a casa, al calor del hogar, soñadores, esperanzados en días mejores, deseando la suerte de los mineros a los que todo el mundo adora.

Seguro de Vida

La vida de Magdalena se convirtió en un infierno de la noche a la mañana. Ella se casó por papeles y ahora está en proceso de deportación por una denuncia de su suegro.
Su vida siempre ha estado cruzada por situaciones adversas. Cuando era niña se enteró que el gringo que paseaba por su pueblo era su papá. En los pocos momentos felices que tuvo, recuerda cuando él le tomó de la mano y sin decirle palabra le llevó a tomar helados frente al mar y poco tiempo después desapareció. Tal vez por el recuerdo de su padre aprendió inglés y soñaba con viajar a Estados Unidos. Una asfixia permanente le oprimía el pecho, deseaba con toda el alma salir del círculo en que vivía y siendo jovencita apareció en Nueva York.
Llegó con la ilusión de ver a su padre y contaba con su ayuda. Por referencias sabía cómo encontrarle y en efecto, le halló. Ella nunca estuvo preparada para tal recibimiento. Cuando salió el gringo viejo le dijo que ella pertenecía al pasado y no quería saber nada de ella y menos brindarle su ayuda, le miró con desprecio, cerró la puerta de su casa y dejó a Magdalena otra vez desamparada. De la rabia sacó fuerzas y dignidad y decidió seguir adelante sola.
Entró a trabajar a una agencia de viajes y allí conoció al que sería su suegro. Este hombre le propuso que se case con su hijo para arreglarle su estatus, le pidió seis mil dólares y se hizo el negocio. Para pasar la entrevista en inmigración los supuestos esposos decidieron pasar juntos todo el tiempo posible para conocerse. Salían juntos, paseaban, compraban y una que otra vez se amaron y se conocieron en la intimidad, incluso, dice ella, llegaron a quererse. Tras recibir la residencia fueron separándose, las visitas no eran frecuentes pero se mantenían en contacto.
Una mañana le llamaron a Magdalena para informarle que su marido había muerto en un accidente. Ella se encargó de todos los trámites legales y tras la cremación conservó las cenizas en su casa. Hace poco se enteró que su esposo tenía un seguro de vida y le había nombrado heredera universal de todos sus bienes y allí comenzó la tragedia. El suegro le llevó a la Corte donde denunció que su matrimonio había sido arreglado y reclamaba todo el dinero para él. No se sabe el fin de esta historia.
Magdalena espera la deportación, destrozada, sin ganas de vivir y sin ilusiones, por si acaso ya comenzó a vender lo poco de valor que tiene para llevar algo de dinero al pueblo al que juró jamás regresar.

Sunday, October 17, 2010

A la vuelta de la esquina

El tema de la muerte se vuelve recurrente según se va envejeciendo. Aquellos que compartieron parte de su vida con Gabino están muriendo. Fueron personas normales, vecinos y amigos del pueblo. Ahora que está lejos, las noticias le van llegando de una en una, de tiempo en tiempo.
Hace poco murió Don Arbolito que se pasaba la vida fumando tabaco negro en la puerta de su casa. Era un pan de Dios, soportó como ninguno la tiranía de su esposa y el irrespeto de sus hijas. Posiblemente en cada bocanada de humo dejaba ir sus penas y sus rencores. Se cuenta que murió en paz, casi como vivió, sin meterse con nadie.
Luego fue el turno del vecino zapatero, ahora Gabino recuerda que nadie sabía el nombre, sólo le decían el vecino zapatero. Tenía su taller calle abajo, en un rinconcito de un patio bien cuidado. Al remendón se le admiraba por sus bastos conocimientos de política y de fútbol, por supuesto, y por su mayor pasión: escuchar radio-novelas a todo volumen y durante todo el día. Por él los muchachos de la época descubrieron aquellas creaciones fantásticas, ahora milenarias, que deleitaron a varias generaciones del pueblo. No se sabe cómo fue su muerte, pero seguro ahora descansa envuelto en los sonidos y los efectos mágicos surgidos de creaciones como El Derecho de Nacer, Kalimán, Roberto del Cid, El Gato, Yanco el Gitano, Porfirio Cadena, y muchas otras radio-novelas fabulosas. 
El siguiente turno le tocó a la señora Amadita, una mujer octogenaria que tenía una tienda de abastos con altos precios. El mérito que tenía era que fiaba a medio mundo, aunque cobraba con creces las deudas, incluso se daba el trabajo de llegar hasta las casas de los deudores morosos para recordarles que ya no tenía hojas en blanco del cuaderno de las cuentas para anotar nuevos fios, lo que significaba que el crédito llegaba al fin hasta que se igualen las deudas atrasadas. Los que llegábamos a fiar teníamos ganas de robarle el cuaderno de las cuentas pero se decía que otros ya lo intentaron y Doña Amadita tenía un duplicado bien guardado, por si las moscas.
Todos los hasta aquí mencionados posiblemente cumplieron con creces su ciclo de vida, llegaron a mayores, gozaron, sufrieron y disfrutaron de la vida como el resto de sus congéneres, pero cuando la muerte le llega a alguien joven, es cuando provoca mayores tristezas como el caso de Ernesto. Dicen que el infarto le llegó en plena plaza, que fue fulminante y que él estaba en plenitud de facultades, gozaba de una profesión brillante, era una buena persona y simplemente llegó al fin en un día cualquiera.
Para todos aquellos que han abandonado el mundo, Gabino les envía su recuerdo. Parten adelante sin duda, y aunque dejan un inmenso vacío y una tristeza grande, la razón se impone. Llegó el momento de ser mejor persona, de terminar las cosas pendientes, de decirle palabras cariñosas a la pareja, de dejar de enojarse por nimiendades. Sin duda hay tiempo para disfrutar de la vida porque la parca, quien sabe, espera a la vuelta de la esquina.

 

Transporte escolar

La vida de Gabino se volvió un caos con el regreso de los estudiantes a las aulas. Todos los días ha llegado atrasado a su trabajo por culpa de los buses escolares. Por más que intenta cambiar de ruta o salir a distintas horas, siempre se encuentra con uno delante suyo. El school bus avanza a paso de tortuga y se detiene en cada esquina, pone las luces de parqueo y despliega el símbolo rojo. Imposible pasar. Se abren las puertas y los infantes suben, no queda nadie más pero el bus no avanza. Una madre cariñosa está tomando fotos a su párvulo desde la puerta, sigue tomando instantáneas a lo largo del transporte hasta que su hijo encuentra sitio. Otra persona conversa con el chofer, parece una agradable tertulia por las sonrisas de todos. Un señor brinca tratando de mirar a su hijo y le grita algo, le agita las manos y el bus no avanza. Hay familias enteras, incluidas las mascotas, que se despiden del estudiante como si se fuera a un largo viaje y no le verán por mucho tiempo, incluso hay madres que se secan las lágrimas que no se sabe si son de pena o alegría.
Por fin el chofer cierra las puertas, recoge el signo de pare y arranca lentamente hasta la próxima esquina donde la escena se repite casi idéntica a la anterior y así sucesivamente. La fila de autos represados se vuelve interminable. Por el espejo retrovisor mira rostros llenos de angustia y frustración por la espera. En varias ocasiones Gabino se sale por calles transversales y busca otras alternativas pero está rodeado de buses amarillos, son su nueva pesadilla, no sabe qué hacer.
Su trabajo en la factoría peligra por llegar atrasado repetidamente. Ayer decidió salir a la madrugada, cuando estaba casi oscuro, llegó a la factoría antes de que abran las puertas por lo que se acomodó a esperar, prendió la radio y se puso a escucha música, se fue relajando y nunca supo a qué hora se durmió. Cuando se despertó el sol estaba en plenitud y Gabino atrasado otra vez. No hay caso, algo habrá que hacer, pedir unas vacaciones podría ser una buena alternativa por ahora hasta trazar una estrategia de supervivencia.

Atrapados

Gabino está sorprendido por el poder de análisis de las personas que supuestamente no tienen formación académica o no han ido a la escuela. Fue una mujer ya mayor como de 60 años quien expresó con todo su corazón la frase que provocó emoción entre los presentes. Ella dijo: “los indocumentados que están en Estados Unidos viven en peores condiciones que las que vivieron los mineros chilenos dentro de la mina y no hay nadie que les rescate”. Lo dijo así, de forma tan natural que se hizo un silencio extraño en el comedor.
La conversación entre los trabajadores de la factoría, como es obvio, giraba en torno al rescate de los 33 mineros chilenos atrapados en una mina durante 70 días. Todos daban detalle de lo que habían visto o escuchado. La conversación giró hacia el minero infiel y la decisión de su mujer de no asistir al rescate como una manera de protesta. Todos y todas opinaban, muchas lapidaron al minero por tener una amante, pocos dijeron cosas a su favor, hasta que Rosario, la mujer que pocas veces habla soltó su frase.
La conversación que en un principio comenzó con euforia se puso como solemne. Carlos dijo que hay millones de trabajadores en este país que viven peor que en un socavón, sin identidad, sin derechos, sin la posibilidad de recibir ningún beneficio, con miedo de enfermar, con pánico de las cuentas si alguien llega a un hospital.
Yolanda contó que tiene una deuda de tres mil dólares por una operación de apéndice que le hicieron a su hijo y cree que nunca va a poder pagar. Alguien dijo que los mineros recibieron el apoyo de todo el mundo y los doce millones de indocumentados, a pesar de ser productivos, no reciben el apoyo de nadie, más bien se les quieres sacar a la fuerza como a los peores criminales por el simple hecho de no tener un documento reconocido de identidad. Y no hay nadie que los rescate. Los mineros salieron en televisión y todos aplaudieron dice Yolanda, mientras que los inmigrantes salen en televisión sólo cuando están atados, deportados o detenidos mientras intentan llegar a buscar una mejor vida y todo mundo tuerce la nariz.
La conversación cambió de tono cuando Luis sugirió una cápsula para abandonar este país, sin rumbo fijo, hacia un mejor sitio, donde nos quieran bien, dijo. Y entonces se escucharon muchas propuestas como ir a vivir al campo, a la selva, a las montañas, a criar gallinas, a cosechar café, es decir, todos de alguna manera añorando la vuelta a casa, al calor del hogar, soñadores, esperanzados en días mejores, deseando la suerte de los mineros a los que todo el mundo adora.

Seguro de vida

La vida de Magdalena se convirtió en un infierno de la noche a la mañana. Ella se casó por papeles y ahora está en proceso de deportación por una denuncia de su suegro.
Su vida siempre ha estado cruzada por situaciones adversas. Cuando era niña se enteró que el gringo que paseaba por su pueblo era su papá. En los pocos momentos felices que tuvo, recuerda cuando él le tomó de la mano y sin decirle palabra le llevó a tomar helados frente al mar y poco tiempo después desapareció. Tal vez por el recuerdo de su padre aprendió inglés y soñaba con viajar a Estados Unidos. Una asfixia permanente le oprimía el pecho, deseaba con toda el alma salir del círculo en que vivía y siendo jovencita apareció en Nueva York.
Llegó con la ilusión de ver a su padre y contaba con su ayuda. Por referencias sabía cómo encontrarle y en efecto, le halló. Ella nunca estuvo preparada para tal recibimiento. Cuando salió el gringo viejo le dijo que ella pertenecía al pasado y no quería saber nada de ella y menos brindarle su ayuda, le miró con desprecio, cerró la puerta de su casa y dejó a Magdalena otra vez desamparada. De la rabia sacó fuerzas y dignidad y decidió seguir adelante sola.
Entró a trabajar a una agencia de viajes y allí conoció al que sería su suegro. Este hombre le propuso que se case con su hijo para arreglarle su estatus, le pidió seis mil dólares y se hizo el negocio. Para pasar la entrevista en inmigración los supuestos esposos decidieron pasar juntos todo el tiempo posible para conocerse. Salían juntos, paseaban, compraban y una que otra vez se amaron y se conocieron en la intimidad, incluso, dice ella, llegaron a quererse. Tras recibir la residencia fueron separándose, las visitas no eran frecuentes pero se mantenían en contacto.
Una mañana le llamaron a Magdalena para informarle que su marido había muerto en un accidente. Ella se encargó de todos los trámites legales y tras la cremación conservó las cenizas en su casa. Hace poco se enteró que su esposo tenía un seguro de vida y le había nombrado heredera universal de todos sus bienes y allí comenzó la tragedia. El suegro le llevó a la Corte donde denunció que su matrimonio había sido arreglado y reclamaba todo el dinero para él. No se sabe el fin de esta historia.
Magdalena espera la deportación, destrozada, sin ganas de vivir y sin ilusiones, por si acaso ya comenzó a vender lo poco de valor que tiene para llevar algo de dinero al pueblo al que juró jamás regresar.

Wednesday, August 25, 2010

Dorita mete-candela

Ella está en todo. Averigua, inventa, intriga, lleva y trae el chambre o los chismes que viene a ser lo mismo. Esta semana pelearon dos amigas por culpa de Dorita. Con una sutileza digna de mejor causa, ella montó una trama de intriga, las dos amigas cayeron redondas en el juego vil y ahora no se hablan más. Dorita pone una cara de inocencia y siempre niega ser la promotora de tanta crueldad.
Le dicen Dorita no por cariño sino para diferenciarle de otras Doras que trabajan en la factoría. Ella, la Dora del cuento es pequeña de estatura, tiene el cabello largo pintado de color rojizo -color maldad dicen algunas- que al rato de inventar provoca conflictos gigantescos. Tiene una mirada aguzada, se diría ofídica, cuando fija su vista entrecierra sus ojos rasgados, inclina un poco la cabeza y la mueve como una serpiente cazando su presa. A esta acción le ayudan las cejas depiladas al ras que en su lugar ha pintado un par de líneas negras. No tiene amigas o amigos pero conversa con todo el mundo a pesar de sus pésimos antecedentes morales.

En la hora de descanso a ella le gusta utilizar un vaso enorme y cuando simula beber, posa sus labios delgadísimos en el filo y desde allí analiza a quienes están a su lado, mueve los ojos de un lado a otro y cuando descubre algún detalle, por decir si alguien se pintó el pelo o se lo arregló o viene con zapatos nuevos, inmediatamente se acerca y averigua, tras recabar información gusta de cambiar los detalles a su modo y comienza a regar su versión entre la gente. Si alguien le cuenta que pagó 80 dólares por un tratamiento de belleza, Dorita dice “a ella le robaron porque pagó 100 y miren qué mal le dejaron, un lado está más largo que el otro y los rayos que le hicieron no le lucen, yo (dice ella) no hubiera pagado por eso ni 20 dólares”. Sobre los zapatos comenta que “los mismos están en Payless a menos de 10 dólares y mejores”.
Le apasiona conocer los detalles de alguien que cometió algún error en la factoría y no está tranquila hasta averiguarlo todo. Al otro día comenta en voz alta sobre el suceso y le pregunta al o a la afectada si le van a sancionar.
Hace poco un muchacho se desmayó por el calor, llegó la ambulancia y se lo llevó. Dorita se perdió la escena por estar lejos, pero después contó que el desmayo no fue por el calor sino por una sobredosis de drogas. También dijo que una muchacha estaba embarazada cuando le miró hinchada la barriga producto de una indigestión. Ni hablar de las mujeres simpáticas o bonitas. A cada una de ellas le inventa un novio y no hace mucho provocó tremenda revuelta cuando afirmó haber visto salir del baño a una pareja arreglándose la ropa. Gabino se pregunta si existirán otras Doritas similares en otras factorías y si lograrán superarla en la habilidad para meterse donde nadie le ha llamado a esta metiche mete candela.

La venganza de Gloria

Gloria se enteró que su marido está con otra mujer y quiere vengarse. La noticia le llegó por obra de la casualidad mientras estaba comprando en el super y escuchó una conversación ajena que decía el nombre, pelos y señales de su, hasta hoy, esposo, porque ella no quiere saber más de él. Y se remuerde del coraje cuando dice que le enviaba puntualmente a su país el dinero para que invierta en la educación y el cuidado de los dos niños de ambos. A pesar de haberse quedado sin trabajo hizo hasta lo imposible por enviar el giro para que no pasen necesidades en estos tiempos tan duros y difíciles. Ahora quiere darles un escarmiento a los traidores.

Lo primero que se le ocurrió fue acudir a un brujo para que le haga “un trabajo” a su marido y a la mujer que le acompaña. Se puso a leer con atención los anuncios que aparecen en los semanarios gratuitos que se encuentran en los comercios locales y allí escogió el que le pareció más acertado. El anuncio de un brujo decía que en tres días hace retornar al ser amado más cariñoso que antes y agregaba que si tenía mala suerte en el amor o el dinero no le llegaba, él podía arreglarlo de inmediato.
Gloria pidió una cita tal como decía el anuncio y acudió cuando le llamaron. La persona que le atendió le prometió resolver todos sus problemas amorosos y financieros por una cantidad que ella no revela pero que dice que le dejó sin comer por un par de meses. Ahora está esperando impaciente.
Los tres días prometidos ya pasaron de largo, el dinero no le llega y el brujo le dice que su caso es muy difícil, que necesita más tiempo y dinero para ver los resultados. La familia le cuenta que su marido está como chiquillo con la nueva mujer y ha descuidado a los niños que ahora están desamparados, además porque ya no reciben el dinero que ella les enviaba. Gloria se ha puesto un plazo, si el brujo no le ayuda en la venganza, ella personalmente va a ir hasta su pueblo a poner fin a la burla de que es objeto.

Descansa en paz

Decidió no vivir más. Tomó en sus manos su bufanda favorita, amarró una de las puntas en un gancho que estaba sobre la puerta de su habitación, el otro extremo se lo enrolló en el cuello, hizo un nudo y sin pensarlo dos veces se dejó caer del banquito que hasta hace poco le había servido de asiento para hacer sus tareas. No llegaba a los 18, pero los años hasta ahora vividos le habían pesado como si hubiera transcurrido una vida larga en un infierno. Desde que entró en la adolescencia se dio cuenta que era diferente, que le gustaban cosas distintas y disfrutaba más bien del silencio que de la algarabía del resto de muchachos de colegio. Por eso le señalaron con el dedo y le endosaron los sobrenombres más ofensivos e hirientes.
Decidió no terminar el colegio y se recluyó en su habitación donde permanecía largos períodos que a veces pasaban de una semana.

Sus padres y sus hermanos nunca quisieron aceptar su condición y para ellos era un alivio que desapareciera de la vista por tantos días. Su madre decía que era un artista, un ser delicado, muy sensible y de esta manera justificaba su apariencia. Para su hermano mayor era simplemente un ser repulsivo al que había que ignorar por completo. En cambio con su hermana menor mantenía una relación de negocios, según sus propias palabras, porque con ella confeccionaban chocolates y golosinas finas que luego las vendían a buen precio en distintas tiendas de su pueblo. Este dinero le servía para comprar la ropa fina que vestía, los perfumes y mucha música y libros. Rara vez conversaba con alguien de su familia, prefería hacerlo con gente extraña con la que se sentía cómodo.
Pasaba el tiempo y las depresiones aumentaban. La última señal la dio cuando se negó a comer por varios días y dejó de salir de cuarto, ya no se bañaba ni perfumaba y ya no escuchaba música. Nadie se dio cuenta o no quisieron darse cuenta del cambio. Los padres habían decidido hacer un sacrificio en sus finanzas y le anunciaron que debía alistarse para viajar a Francia, donde ya estaba matriculado en un colegio en calidad de interno. Le dijeron que allá se sentiría a sus anchas porque iba a estar entre gente de su condición, es decir gente sensible con alma de artista. Por eso adelantó su muerte, para no alejarse del lugar seguro donde vivía, donde no hacía daño a nadie, por lo menos eso era lo que imaginaba. Lo dijo su madre durante el velatorio, con un suspiro casi de alivio, “por fin mi hijo descansa en paz”.

El Muelle

Después de un día agotador en la factoría, Gabino decidió aceptar la invitación para salir a caminar por un muelle cercano y acogedor. La idea era excelente por varias razones: cambiar el aire lleno de polvo de la fábrica por el aire salino y puro del mar y por ende revitalizar los pulmones; disfrutar de la compañía de las amigas y sobre todo dejar el estrés y el cansancio acumulado por tanto trabajo y tanto calor.
Tras recorrer unas cuantas calles, los paseantes llegaron a su destino. Era casi la noche. Un guardia controlaba el ingreso al muelle y quienes querían ingresar debían mostrar un pase otorgado por las autoridades del pueblo. Gabino no dejó de comentar tal organización y tanto orden.
Una vez parqueado el auto, los amigos se enrumbaron al muelle. Gabino miró con terror cómo a lo lejos una multitud se movía incesante al borde mismo del mar. Pensó en un accidente, un barco hundido, una persona ahogada o alguna tragedia que convocaba a tanta gente. Aceleró el paso para decifrar el dilema, pero al llegar se llevó otra sorpresa. No había tal accidente, eran personas dedicadas a pescar cangrejos o jaibas o como se llamen unos moluscos color lodo con tenazas que salían del agua sostenidos a un muslo de pollo.

Esta era una escena que Gabino nunca había visto en su vida: personas, todas hispanas, pescando con una presa cruda de pollo amarrada a una piola que lanzada con fuerza iba a sumergirse entre la vegetación marina. Cuando el molusco mordía o atenazaba la presa de pollo, el pescador o la pescadora -porque había muchas de ellas- le sacaba con cuidado y le ponía en un envase plástico junto a otras jaibas o cangrejos.
Gabino miró a lo largo del muelle y constató que no había lugar para caminar. Todo el espacio estaba ocupado por familias enteras dedicadas a la pesca. Había mujeres con niños recién nacidos que los dejaban un lado para ir a controlar la presa. Otros niños y niñas más grandes corrían, jugaban o lloraban entre la multitud. Sus padres les llamaban al orden que era obdecido por breves segundos y volvía la algarabía.
Gabino casi muere del susto cuando una mujer le gritó ! cuidado ! porque casi pisa un cangrejito que se había escapado del tacho plástico. La mirada de rabia de la mujer se clavó en la espalda de Gabino hasta que se alejó de ese lugar mirándo al suelo para evitar nuevos sustos.
El caso es que los amigos caminaron por el muelle casi a empujones hasta salir a un claro donde Gabino miró otra escena, esta vez de película. Un bar sólo para americanos que disfrutaban del happy hour, con música en vivo y aislados del resto del mundo por una cerca metálica o algo parecido que les daba protección del ingreso de intrusos pero no de las miradas indiscretas de los pescadores que mientras esperaban la presa, admiraban a las mujeres bellas e inalcanzables.
Lllegó la noche y los amigos se alejaron del lugar. Gabino se quedó pensando si aceptará una nueva invitación al muelle, de donde salió conmocionado. Tal vez por respirar el aire marino.

Se fueron de uno en uno

Llegaron hace tres semanas a la factoría en número de cuatro. El supervisor pidió a Gabino que les entrene en las tareas cotidianas y más pesadas, se supone que llegaban como apoyo en una temporada de mucho trabajo y bastante esfuerzo físico.
El primero en partir fue Armando, un hombre que respondió “mándale a él que no hace nada”, ante el pedido de Gabino de poner unas cajas en el camión de reparto. Armando se fue ese mismo día por su voluntad, nadie le hechó, tal vez sintió vergüenza por su respuesta o simplemente supo que no había futuro para él en la factoría.

El segundo en irse fue Michael, un hombre elegante, de buen gusto en el vestir, pero demasiado moderno para cumplir las tareas que se le sugerían. Todo el tiempo, desde que llegaba hasta que partía tenía en su mano el celular y chateaba. Si tenía que mover mercadería, paraba y enviaba mensajes de texto, cuando quería volver a mover las cajas recibía el mensaje de regreso y respondía. Lo que una persona normal hace en una hora, Michael lo hacía en cuatro. Duró en la factoría apenas tres días, lo hechó el supervisor después de encontrarle escondido enviando mensajes de texto.

El tercero, Juan Carlos, apenas entendía la lógica del trabajo, se resistía a usar la computadora, herramienta básica en el trabajo, pero era muy afanoso en mover mercadería. Terminó una semana de trabajo y nunca más apareció por esos lados.

Y quedó Luis, un hombre con una mirada llena de cólera, que no aceptaba sugerencias de ningún hispano y sí del gringo supervisor. Luis se jactaba de ser economista, decía que en su país había organizado una bodega de una compañía muy importante de insumos alimenticios. A la primera oportunidad, criticaba la forma de trabajar de Gabino y su equipo, se quejaba de la falta de espacio, y del calor en estos tiempos de verano. Un día llegó más enojado que de costumbre,entró con una actitud de pocos amigos y cuando Gabino le pidió que hiciera una tarea, le miró con aquella mirada de odio y cólera, tiró por el piso una caja que tenía en sus manos y salió como alguien sale de prisión a la libertad.
Ahora Gabino tiene la fama de ser quien despide al personal, que es intolerante y no soporta a nadie a su lado, que quiere ser el rey de la factoría. Unos lo dicen con malicia, pero la mayoría sólo comenta por molestar, porque saben que Gabino no es el único pero sí el mejor, bueno, esto lo dice sólo para sus adentros.

Doce Dedos

Cuando llega la hora del almuerzo en la factoría, también llega la hora de los cuentos, los dimes y diretes o los chambres como se dicen a los chismes que se cuentan en algunos lugares hispanos.

En esta ocasión se contó la historia de Doce Dedos que es verídica y ocurrió en un pueblo conocido por todos. Dicen que por allá vivía una señora que era muy chismosa, que se pasaba el tiempo mirando los defectos ajenos y comentándolos con todo el mundo, hasta con el gato y con el perro. Se dio la casualidad de que la mencionada chambrosa quedó embarazada y tuvo un hijo con seis dedos en cada mano. El niño, que no tenía la culpa de la boca ligera de su madre, tuvo que cargar la cruz de la burla de todo el pueblo, especialmente de los compañeros de escuela y luego de colegio que en toda ocasión hacían mención de sus doce dedos. El niño siempre fue tímido y nunca respondía a las burlas y empujones de cualquier zipote que se creía con derecho a atacarlo.

Un día, uno de los muchachos más populares y más grande entre sus compañeros atacó de verdad a Doce Dedos con palabras soeces y con acusaciones temerarias sobre su madre. Doce Dedos hizo honor a su nombre cuando multiplicó cada uno de los golpes que le propinó al mozalbete hasta hacerle pedir perdón para que pare la lluvia de golpes que estaba recibiendo.
Tras este suceso, Doce Dedos desapareció del pueblo y ahora las mujeres de la factoría aseguran que está viviendo en Long Island. Ellas juran que le han visto esperando por trabajo en la placita donde se reúnen los jornaleros y desde ya advierten que cualquiera que se meta a mencionarle su defecto o se burlen de él, recibirán la misma dosis que Doce Dedos le aplicó a su burlador hace ya muchos años en aquel pueblo conocido por todos.

Santos no es lento

Todos dicen que Santos es lento, que por eso pasó lo que pasó. Hubo de transcurrir mucho tiempo para que Gabino se entere de propia fuente lo que hasta ese momento fueron inventos mal intencionados de la gente. Santos no es lento para nada, es cauto, precavido, calculador, pero no lento. Analiza sus palabras, que no son muchas, antes de hablar, dubita primero y luego deja fluir la frase y calla. Cuando le contó a Gabino la verdad, se creó por sí solo un ambiente de confidencia, perfecto para la revelación que cambió la vida de Santos. Primero llegó él a Estados Unidos, trabajó como un burro, según sus propias palabras, para traer a su mujer y sus dos hijos, un niño y una niña. Se instalaron a vivir en el segundo piso de un edificio que daba a la calle principal y por donde circulaba gente todo el tiempo. Pasaron varios meses hasta que la familia se aclimató y los chicos fueron a la escuela. La mujer de Santos nunca mostró deseos de buscar trabajo por lo que él tuvo que laborar dos turnos seguidos. Salía a las 6 de la mañana para entrar al primer turno de la factoría de 7 y 30 a 4 de la tarde y luego se iba al segundo turno de 6 de la tarde a 2 de la mañana.

Así pasó casi dos años, hasta que comenzaron a llegarle los primeros chismes de infidelidad. No quiso hacer caso porque todo el tiempo se habla de eso y la gente inventa, dice Santos, pero cuando un amigo muy cercano le dijo que él había visto con sus propios ojos cómo entraba un tipo a su casa apenas él salía, se quedó pensando. No dijo nada a su mujer, actuó con la normalidad que le permitía la duda y al otro día salió como de costumbre sólo que esta vez se quedó en el deli de la esquina, vigilando. Así pudo identificar al tipo que entró luego que los niños se fueron para la escuela. No sabía que hacer, se quedó en blanco, perplejo, vacío y como un autómata se fue para el trabajo. Todo el día y la noche pensó y pensó en lo que haría, en cómo darle su merecido a la mujer infiel y vengarse del conocido, casi pariente, que se burlaba de su buena fe, porque él le había ayudado a pagar la cuenta que tenía con los coyotes.

Santos no quería ir preso si les mataba, porque esta idea sí cruzó por su cabeza, pero sabía que tenía que darles un escarmiento que les dure toda la vida. Amaneció otra vez, salió y se fue al deli. Una vez que vio que el tipo entró confiado, caminó hacia su casa. Con una habilidad inaudita, escaló las paredes y entró por una ventana que daba al baño. Todo fue muy veloz, la pareja no tuvo tiempo de separarse cuando Santos entró en el dormitorio. Ella se quedó petrificada y él intentó gritarle algo, pero el golpe preciso que recibió en la cara le dejó casi inconsciente. Santos miró a los ojos de su mujer, ella no pudo sostener su mirada y entendió el mensaje. Se vistió, tomó su ropa y salió, seguida del amante, los tres en silencio. En el tribunal, tras su divorcio, ganó la custodia de su hijo varón y ahora se pone contento porque el muchacho logró terminar high school y piensa seguir una carrera corta. Todos tratan de cobarde a Santos por no haber destrozado a los amantes. El escucha y calla. Le llaman cornudo, cachudo y otros nombres similares. Sólo él sabe que hizo lo correcto y sonríe cuando dice que se las cobró completas y se da por satisfecho. A propósito, el tal pariente ha desaparecido del mapa, nadie le ha visto.

Ella

Han pasado varios días y nadie sabe de ella. El se siente desolado, con una sensación de abandono por tan largo silencio, como cuando el tren se alejó una noche llevándose sus sueños. En poco tiempo ella transformó su modo de pensar, le enseñó una nueva forma de mirar la vida, de afrontarla, de pelearla, de asumirla.
Ella siempre ha demostrado con creces que es un ser humano con una fortaleza y una vitalidad férrea pero es sensible. En este breve trajinar se han ido conociendo sin tapujos, por eso él cree que debe socorrerla, decirle palabras de aliento, contarle que hay momentos en que no se debe ceder ni dejar caer todo lo que hasta el momento se ha logrado. Ambos saben que ha sido un largo proceso eso de ir derribando las murallas de la indiferencia, de combatir contra molinos de viento levantados por personas aparentemente solidarias.
Este es el momento de decirle a ella que llegó el momento de cambiar de rumbo, de creer en lo que hace con su apoyo, porque es necesaria, porque es importante, porque hay personas que le quieren y se comprometen sin condiciones a acompañarle en el largo peregrinar hacia nuevos proyectos, con ideas claras, con el corazón abierto y con nuevos sueños realizables. Ahora sólo quiere encontrarle para decirle palabras bonitas, contarle cuentos que le hagan reír, hablar y hablar de cualquier cosa, de nada y de todo.
Porque han sido las palabras las únicas cómplices en el mutuo entendimiento. Y aunque la canción dice que las palabras sobran, en este caso, las palabras faltan como falta ella.

La Junta

Aurora llegó atrasada a la factoría en medio de un mar de lágrimas. Después de recibir palabras de consuelo de sus compañeras y compañeros de trabajo y un vaso de agua que alguien le acercó porque no podía articular palabra, contó que le habían robado dos mil dólares en una junta, también conocida como sociedad.

Varias personas se ponen de acuerdo para juntar una vez por semana una cantidad de dinero que luego se entrega a cada quien según el turno que se define tras un sorteo. Todos los lunes, una persona pide el dinero a los jugadores y pone en las manos de el o la favorecida de la semana. La junta termina cuando todos o todas han recibido el dinero y si desean vuelven a jugar partiendo de cero.

En el caso de Aurora se pusieron a jugar 10 personas que entregaban cada semana 200 dólares. Todos eran vecinos que vivían en la misma casa. A ella le correspondería recibir los dos mil dólares al final porque en el sorteo sacó el último número. Todo marchó con absoluta normalidad hasta la semana nueve. Durante los fines de semana se reunían en la única sala de la casa y la pregunta de rigor giraba en torno a lo que se haría con tanta plata. La mayoría pagaba deudas, otros mandaban giros a sus países de origen, los más jóvenes se compraban electrónicos de última moda o ropa, zapatos y mil cosas diversas.

Lo cierto es que esto de la junta es una maravilla pensaba Aurora, que tenía decidido invertir el dinero en pagar pensiones atrasadas del colegio de sus dos hijas, comprar material para avanzar en la construcción de su casa en su país y si le sobraba, comprarse una nueva mudada que tanta falta le hacía.

Al fin llegó el día de recibir la platita, cuenta entre sollozos, pero como tenía que trabajar le pidió de favor a la vecina que tenía el dinero acumulado que le guarde hasta su regreso en la tarde. Llegó como a las cinco, cansada pero feliz. Pensó que todavía alcansaba a hacer el giro del dinero en el cashier de la Main Street. Cuando entró a su casa fue para el cuarto de la vecina, golpeó, llamó a gritos y nada. Un muchacho salió del cuarto de enfrente y le contó que la vecina se había mudado en la mañana sin decir nada a nadie. El la vio cuando se subía a un taxi con sus cosas y no sabía nada más.

Aurora no para de llorar, todos le consuelan. Ella dice que llora de rabia y vergüenza por ser tan confiada y tonta. Está pensando dejar para siempre el vicio de jugar a la junta, aunque no faltan voces que le invitan a participar y le ofrecen el primer número para que pague las deudas y siga con la construcción de su casita.

El ratón y María

Hace poco Gabino relató la historia de María que quería ser bailarina, aquella muchacha que acudió a una audición para bailar desnuda, pero por la cantidad de vello en su cuerpo fue rechazada. Ahora, esta misma María acaba de protagonizar un suceso que comenzó con un rumor simple y no tan cándido.

Sucede que en la factoría donde trabajan los protagonistas de esta historia apareció un ratón muerto. Nadie se alteró ni cambió su rutina por un simple roedor tirado en el piso.
El rumor se extendió y la versión cobró signos alarmantes cuando se dijo que al ratón le habían sacado de dentro de la máquina de agua, donde todo el mundo calma su sed, especialmente en estos días de intenso calor. Gabino apeló a la cordura. A todos los que quisieron escucharles les dijo que era imposible que el bicho se hubiera metido dentro de la máquina y menos que se haya ahogado para luego aparecer en el suelo, esto ni siquiera era posible porque la mencionada máquina está sellada.
No sirvió de nada tal análisis, más bien dio pie para que las mentes ávidas de fantasías señalen que en la mencionada fuente de agua se encontraron, no hace mucho, gusanos y otras clases de insectos.

María que quiso ser bailarina, no tardó en convertirse en protagonista de la protesta y pidió hablar con el jefe de la factoría para pedirle explicación por la falta de higiene en el lugar, donde los roedores se pasean ante sus ojos de todo el mundo sin que nadie haga nada por resolver tan grave problema. María exigió a gritos que se cambie la fuente de agua, que se fumigue todo el edificio por dentro y por fuera y de paso se instale aire acondicionado -que no existe- para no tener que beber tanta agua de una máquina dudosa por vieja y por sucia. El caso es que nadie, absolutamente nadie participó de la protesta junto a María, tal vez porque no estaban muy seguros de su veracidad o por cobardía que puede ser una afirmación cierta.
El jefe trataba de explicarle a María que sus argumentos no tenían sustento, pidió que alguien le traduzca por si ella no entendía lo que él le decía y por último los dos, tanto el jefe como María comenzaron a gritarse a tal punto que aparecieron las caras extrañas de la gente que labora en las oficinas principales averiguando el origen de tanto escándalo.
Los gritos seguían hasta que ganó el poder. El jefe suspendió a María por el resto del día y le pidió a gritos que se fuera. Ella corrió a buscar su cartera, pero antes de salir pasó por la oficina del jefe, abrió la puerta y con la voz quebrada por el llanto le gritó dos veces f***,f*** y se fue.
El jefe con una cara de rabia y asombro corrió tras María, pero sólo alcanzó a ver como ella se alejaba a toda velocidad en su auto, dejando a todos con la boca abierta por la rapidez con que una persona puede perder su trabajo.

Friday, June 11, 2010

María ya no es la misma

María B. es ahora todo un hombre. Comenzó como un juego lúdico pero de pronto se convirtió en una verdad concreta. Por supuesto no se ha operado el cuerpo ni nada por el estilo, "aunque tal vez", dice con picardía María. Su transformación comenzó con el corte de pelo -casi al ras- y la vestimenta, es decir la camisa, el pantalón y los zapatos definitivamente de hombre.La gorra es una prenda imprescindible en la presencia de María. Se la cala hasta los ojos, para estudiar al contrincante.

Quienes la han visto últimamente dicen que su actitud es desafiante, con una mirada penetrante y defiende a su pareja del peligro de la seducción en cualquier parte y a toda hora. Gabino hace memoria, como siempre, y retrocede un año cuando trabajaba con María B. en la factoría. La historia de esta muchacha se sabe de memoria por la cantidad de veces repetida. María B. es delgadita, se diría casi anémica, tiene la piel clara, casi transparente como si el sol nunca la hubiera tocado con sus rayos.
Ella tuvo su primer hijo a la edad de 14 años luego de ser forzada por un hombre mayor que cometió la violación y desapareció como si se le hubiera tragado la tierra ante las amenazas de venganza del padre de María. Sin saber cómo, ella tuvo en sus brazos a un ser de carne y hueso que vino a reemplazar a las muñecas con las que jugaban la niña y sus cinco hermanas. Pasaron dos años y quedó embarazada como producto del amor prometido por un hombre que se convertiría en su marido. Nació una niña que ahora tiene 11 años y es quien lleva la casa en su tierra natal, una vez que María B. decidió venir a los Estados Unidos tras el abandono de su esposo y el nacimiento de un nuevo niño.

En Estados Unidos María vive en un barrio pesado, caliente, donde las maras se disputan el territorio con violencia. Las peleas callejeras, los insultos entre vecinos, la presencia cotidiana de la policía y uno que otro disparo a la madrugada ya no le afectan como al principio. Tampoco le toma de nuevo mirar que uno de sus vecinos de cuarto llegue sangrando por que le golpearon para robarle al salir a comprar cerveza en la noche. Ella se levanta para curarles y compartir la bebida. Es que María B. ha encontrado en el alcohol y la cocaína la vía de escape a tanta miseria humana, como le cuenta a Gabino cuando le habla por teléfono de madrugada pidiéndole perdón por la llamada y el abuso. Ella se enamoró de un compañero de trabajo. Se alimentaron de besos en las horas de descanso y compartieron sus penas los fines de semana. Todo terminó porque él no se portó como un hombre en la cama dice ella y no porque le pedía dinero como dice él.

La metamorfosis de María B se ha dado por una simple necesidad de supervivencia le confidencia a Gabino, no es que sea del otro equipo. En su vida apareció una muchacha necesitada de cuidados y despechada del abuso de tanto hombre que se aprovechó de su cuerpo y de su trabajo desde que llegó a vivir a este país. Poco a poco fue conquistando a María B. quien vio la oportunidad de mejorar sus finanzas porque ella le paga todo a cambio de complacerle una que otra extravagancia como pedirle que se vista como hombre y otros detalles que no se cuentan porque todavía quedan rezagos de pudor en su corazón fogueado en muchas andanzas y en innumerables experiencias. Por hoy todo marcha bien en su relación dejando de lado los celos. Espera María B. que con el tiempo logre mayor confianza de su pareja, la soporta porque ahora tiene dinero para enviar a sus hijos que necesitan el dinero cada mes sin falta ni demora y ella también desea que llegue algo y no sabe bien qué es, pero espera.

Friday, June 4, 2010

Te van a dar Raúl

Raulito tiene apenas tres semanas de haber ingresado a la factoría y ya se ha convertido en el terror de las mujeres. Todas le temen, incluso aquellas que han rebasado los cuarenta. Es que el muchacho, chele y bien parecido, que aparenta tener entre 18 y 20 años de edad, está con las hormonas alteradas, como dicen sus víctimas. Al principio parecía que no rompía ni un plato, por eso se ganó el diminutivo de Raulito, pero ahora aborda a las féminas con tal ímpetu que espanta. Su estrategia comienza con una sonrisa amplia y una conversación trivial. Mientras va hablando, por ejemplo del calor que hace en estos días, pasa su mano por el hombro de la muchacha que se cruzó en su camino y de ahí sigue con sus toques hacia la cintura y otras partes del cuerpo. Usualmente recibe un insulto o un empujón violento como respuesta, pero él lo toma como un cumplido y se aleja a buscar otra víctima. Las miradas de Raúl, llenas de deseo sirven de cometario entre la gente del trabajo. Basta seguir su mirada y uno ya sabe dónde está mirando el chico.

Las quejas ya han llegado al supervisor y éste ha llamado a Raulito para explicarle que lo que está haciendo se llama acoso sexual, que puede ir detenido y que si sigue en sus andanzas va a ser despedido del trabajo. Nada parece detener las ínfulas del joven Raúl, que sostiene que toca a las mujeres porque les gusta y él es un experto amante. También asegura que las amenazas por acoso nunca se cumplen porque se necesita valor y hasta ahora nadie ha tenido el suficiente para hacerle detener. Sobre el trabajo opina que cuando uno está legal en este país es fácil encontrar otra chamba.

Lo que no sabe Raulito es que varias mujeres se han puesto de acuerdo y han hablado con sus maridos y en uno de estos días ellos le van a dar su merecido por mañoso y mani-larga -como dice una de ellas en un susurro- y tampoco va a se necesario denunciarle, para qué, no hará falta.

Saturday, May 29, 2010

La parca no perdona

Gabino está conflictuado. Hoy le dieron la noticia de la muerte del dueño de la factoría donde trabaja. Uno de los supervisores reunió a todo el personal, cerca de 50 personas, y por medio de un traductor leyó una nota de pesar redactada por alguna mente lúcida de la oficina. En la carta se exaltaban los valores del ahora fallecido. Se exponía su calidad profesional y se lamentaba su prematura muerte que deja un inmenso vacío difícil de llenar. La primera reacción del personal fue preguntar por la estabilidad laboral. Se les dijo que por el momento todo sigue igual, aunque con la llegada de un nuevo directivo podrían darse cambios. Tras un breve intercambio de comentarios con la persona más próximo sobre el futuro, todos volvieron a su sitio de trabajo. Una persona de la oficina anunció que se recibirán donaciones de dinero para comprar una ofrenda floral o algo parecido y exponerlo en el funeral. Es aquí donde hubo una reacción en cadena. Quienes trabajan por varios años dijeron que con la llegada del nuevo dueño, o sea el fallecido, se eliminaron muchas conquistas laborales como recortes de días feriados, congelación de salarios -de hecho nadie recibe un aumento desde hace más de dos años- recortes de sobre-tiempos más conocido como over time, eliminación de un escuálido seguro médico, trabajo excesivo para quienes quedan después de un masivo despido de personal, competencia por puntos para ganar unos centavos adicionales y amenaza constante sobre la estabilidad en el trabajo, entre otras cosas que ahora mismo Gabino no se acuerda o no lo pone para no abrumarse de cosas negativas. Ante esta realidad se elevaron voces que indignadas protestaban con el pedido de la contribución de dinero para la ofrenda. Se dijo que nunca se ha visto que los millonarios pidan dinero a quienes con las justas tienen para cubrir sus necesidades básicas. Otros dijeron que sólo ahora se acuerdan de su existencia y nunca se les toma en cuenta cuando un grupo privilegiado festeja con comida y bebidas los logros alcanzados por el personal de planta. Hubo quienes recordaron la muerte de un trabajador y la compañía ni siquiera envió a sus familiares una nota de pesar, menos una indemnización decorosa. Otros invocaron a las fuerzas divinas y dijeron que el Ser Supremo trata por igual a pobres y ricos el momento de designar su muerte. También salió a flote el tema de los accidentes laborales, donde la empresa no puede ser demandada y menos cubrir gastos si una persona sufre alguna eventualidad. Ahí está el caso de Gloria a quien le cayó sobre el hombro una caja pesada de papel. Ella está casi inmovilizada y como ya no puede empacar con rapidez le enviaron a devolver mercadería a las perchas. Se dice que en estos días recibirá la notificación de despido. Gabino está conflictuado. No concibe tanta injusticia junta. Es cierto que la muerte de una persona es un tema sensible, pero que esa persona, junto a un grupo de asesores, haya confabulado para esclavizar a sus trabajadores y ganar más dinero a su costa es algo que no logra concebir. No concibe que un país sea considerado como una potencia y en su interior no existan leyes reales que amparen a los considerados ilegales o indocumentados y se permita que los empresarios saquen provecho de su condición y sean cada vez más ricos. Gabino cree que vive una realidad difícil de asimilar, se siente frustrado porque cuando pidió una revisión de su salario le contestaron a coro: “agradece que tienes empleo” y le siguieron pagando lo mismo y ahora trabaja por dos, porque despidieron a su compañero. Gabino está indignado y no sabe hasta cuando va a tener que tragarse su frustración. Lo único que piensa es que pronto llegará el día de su suerte como dice la canción y podrá reinvindicarse consigo mismo.

Ana María quiere ser bailarina

Ana María llegó a Estados Unidos desde República Dominicana siendo casi una adolescente con una hija en brazos. Una vez en Nueva York, un muchacho vecino suyo le dijo que la manera más rápida de hacer dinero era convirtiéndose en bailarina de centros nocturnos “y con el cuerpo que tiene vecinita…”, le dijo mirándola con una mezcla de malicia y deseo. Es cierto, Ana María tiene un cuerpo espectacular, exuberante, ella es alta, espigada, gusta de vestir con ropa que resalta sus formas y cuando camina es un poema dice uno de sus admiradores. Tiene un ligero toque de estrabismo que pasa desapercibido porque normalmente uno fija la vista en su boca cuando habla y sonríe. Mientras cuenta esta historia, mueve su cuerpo y sus manos al ritmo del relato, reviviendo cada escena, por lo que atrapa la atención de quienes le escuchan y son muchos. El caso es que Ana María estaba segura de conseguir empleo en alguno de los muchos centros existentes porque es consciente de sus atributos físicos. Tras buscar en varias publicaciones, y conseguir contactos, al fin llegó el día de una entrevista con un gerente de un famoso centro nocturno. Se puso linda, dice, con una ropa sexy, mucho escote y antes de salir dio varios pasos de baile para relajarse. Al llegar y tras hacerle esperar un largo tiempo, le hicieron pasar a una oficina llena de fotografías de mujeres lindas, unas con ropa y otras sin nada, dice Ana María. La actitud del hombre que le recibió era totalmente fría, era un hombre serio, poco amable y con poco tiempo, según le dijo. Tras la presentación de rigor, le dijo que se desnudara totalmente. El pedido le tomó casi de sorpresa porque ella quería demostrar primero su habilidad para el bailes, incluso había repasado algunos movimientos copiados de una película. Ana María comenzó a quitarse la ropa lentamente, botón por botón, casi provocativamente. El hombre no estaba para eso y le pidió que lo haga de prisa. Cuando por fin quedó completamente desnuda, estaba de espaldas al tipo, este le pidió que girara lentamente. El hombre le miró de la cabeza a los pies, se levantó intempestivamente y con rabia, antes de salir le gritó que nunca había visto una mujer con tantos vellos en el cuerpo y que por supuesto no le contrataría porque ni aún depilándose podría quedar como una mujer normal. Ella se ríe a carcajadas, dice que nunca fue consciente de su situación y que ninguno de los novios que tuvo le dijeron nada. Por un segundo se queda pensativa y luego dice que es posible que tenga mucho vello porque se depila cada dos días, pero para ella eso es normal. Por supuesto no siguió buscando trabajo como bailarina, más bien puso en práctica sus conocimientos de estilista, trabaja a domicilio y es muy cotizada entre sus compañeras de trabajo en una factoría, donde ya lleva trabajando varios años mientras espera al príncipe azul que le ponga en el lugar que se merece y no le importe el abundante vello de su cuerpo, dice muerta de la risa.

El deporte de Diana

Diana practica un deporte peligroso para el que se necesita audacia, cálculo de probabilidades, sangre fría y mente clara. Ella es cleptómana. Toma lo que no le pertenece por deporte, porque aparentemente tiene todo. Ella es una mujer joven y bonita, con una sonrisa cálida que seduce a todos sus compañeros y a sus compañeras de trabajo. Su historia actual es diferente a la mayoría de las muchachas inmigrantes porque encontró a su príncipe azul, aunque ella afirma que no le quiere para nada pero le soporta porque él le da todo. Cuenta que su novio da la vida por ella, le ama, le cuida, le cocina, le matriculó en la escuela para que aprenda inglés y le acaba de comprar un auto para que se movilice a su trabajo. El le complace en sus caprichos y hace todo lo que un hombre enamorado haría por su pareja. Pero a pesar de tener todo, ella continúa robando. Todo comenzó como un juego. Cuando llegó a trabajar en la factoría, se quedó maravillada por la cantidad de cosas que estaban a su alcance. En este sitio descubrió que la seguridad no existía y decidió tomar y llevarse una pequeña cosa para ver que pasa. Como no fue descubierta, cada día aumentaba su audacia. Todos creían que iba a dejar su deporte cuando un día llegó la policía, arrestó a un muchacho y lo llevó detenido por llevarse lo ajeno. Parece que este hecho provocó en Diana una nueva sensación de desafío al peligro y comenzó a llevarse cosas de mayor tamaño que escondía en su cuerpo y que a simple vista se notaba. Cada día ella sale con algún objeto escondido en su cuerpo. Hubo un tiempo en que se corrían apuestas para adivinar el día en que sería descubierta, pero ha pasado tanto tiempo que todos se aburrieron y dejaron que la vida marque su signo. Cuenta sin ruborizarse que con lo que se ha llevado, tranquilamente podría poner un negocio en su pueblo, donde le espera su pequeño hijo. Cuando Diana sale la final de la jornada, se despide de su jefe inmediato, casi se diría que se detiene para que la vea, pero él sólo la mira, tal vez sea su sonrisa cautivadora. Cuando alguien le dice que uno de estos días le van a descubrir, ella se ríe, dice que es posible que eso suceda, pero que no puede dejar de robar, que las cosas se le pegan al cuerpo y sale con un gran bulto en la cintura que solamente ella no nota. Pero a lo mejor, uno de estos días.

Quizás algún día

Camilo ha buscado en su memoria su mejor recuerdo. Es simplemente la necesidad de volver a sentir que su corazón aún late y se alborota al pensar en ella. El caso es que todo pasó sin proponerse, como suceden las cosas que dejan huellas de fuego y para siempre. Coincidieron en un sitio llevados por el azahar y nadie encuentra otra explicación válida. Ellos se conocían de vista de mucho tiempo atrás y al volverse a ver no hubo esa corriente que dicen que es el amor a primera vista, tampoco se dijeron palabras que provocaran una relación cercana. Mas bien fueron las complicidades y diversos hechos los que desencadenaron los sucesos. Inventaron un lenguaje propio para hablar sin palabras mientras asistían a reuniones aburridas o cuando estaban dentro de un recinto aunque cada uno al extremo. Cierto día Camilo cayó preso y nadie lo sabía. De alguna forma ella presintió que algo malo sucedía. Dejó el trabajo para buscarle. Como una loca corrió por toda la ciudad preguntando. Movió cielo y tierra hasta que supo dónde se encontraba y luego emprendió otra odisea para que dejen libre a Camilo. Era casi la noche cuando salió libre y la única persona que le esperaba era ella. Se acercó, le miró profundamente y alzándose en puntillas le rodeo entre sus brazos y le dio un beso largo, espontáneo, solidario. Se alejaron abrazados, con la necesidad de protegerse uno al otro y este fue el comienzo de una relación de muchos años. Se volvieron transgresores de la moral, fueron espontáneos y creativos, miraron el mundo y le acomodaron a su manera, se sintieron complemento, yunta, parceros, panas, vivían el uno para el otro hasta que llegó la separación y el silencio, ese largo silencio de muchos años. Fue una ruptura absurda, tan irreal como la relación que tuvieron. Camilo se sonríe con tristeza al recordar ese momento. Por supuesto que sufrió como un poseso, todavía siente dolor, aunque ha pasado casi una década. Y de pronto...ella apareció otra vez en su vida, tan espontánea y natural como si sólo se hubieran separado una noche. Le dijo que todo este tiempo vivió una vida sin vida y que le volvía a buscar porque era su complemento, su razón de existir y entendía que el sufrimiento de ambos debía ser compensado con un nuevo encuentro. Camilo vive otra vez una ilusión, está casi viejo pero no le importa sentir el mismo sentimiento de su juventud. Ahora es más paciente, sólo espera el reencuentro para desatar el deseo tantas veces reprimido por esta larga ausencia. Siente temor pero espera y no le importa saber que a lo mejor todo es producto de su mente.

Friday, May 14, 2010

César el cantor

En la factoría donde trabaja Gabino, apareció un muchacho cantor. Se llama César, aunque según se le va conociendo, utiliza dos o tres nombres diferentes. Es pequeño de estatura pero muy fuerte y reta a quien sea para demostrar su fortaleza. Tiene una mirada profunda, que casi atemoriza, pero en varias ocasiones ha evadido peleas que en otros casos se han resuelto a golpes. Lo peculiar de César es que al caminar va dejando un aroma inconfundible a mota, según el llama a la marihuana. Como es un tipo nervioso, debe andar con dos porciones por lo menos para calmar su ansiedad. Se diría que es hiperactivo, aunque a su edad -va para los 30- sería un caso poco común. No está nunca quieto. Se ha ganado el cariño de los supervisores porque ayuda a todo el mundo a hacer sus tareas. Se le ve en todas partes y siempre se sabe dónde está porque canta a todo pulmón. Le gustan las canciones de Marco Antonio Solis, de los Fernández, de los Tigres del Norte y sabe un repertorio sin fin de hip-hop improvisado y creado por su propia persona. Hay momentos en que se pone huraño, silencioso y cuesta mucho sacarle unas palabras. Pero también tiene períodos de una vorágine de palabras y es cuando cuenta su vida. El papá de César, un cabo del ejército de El Salvador fue instructor anti-guerrilla en pleno conflicto armado de ese país. A los tres años de edad, César quedó huérfano de padre, lo mató su osadía. La madre de César, tras quedar viuda, se juntó con un guerrillero, pero un día decidió suicidarse por razones nunca develadas y dejó a su hijo en el abandono. César fue adoptado por su abuela con quien creció hasta convertirse en adulto. Estuvo con ella administrando una bodega de víveres hasta que decidió emigrar a Estados Unidos. De acuerdo a su relato, llegó a Meryland, donde por ocho meses trabajó como guardia de seguridad en un prostíbulo clandestino. Después pasó a trabajar con un amigo en construcción, donde demostró su habilidad para aprender y ejecutar las tareas bien y rápido. César ya gustaba de consumir marihuana y en este sitio conoció a los distribuidores más pesados por lo que se fue introduciendo en el mundo de la mara. Cierta noche, César se convirtió en testigo de un asesinato de un miembro de un grupo rival. Huyó porque le buscaba la policía para que testifique, pero él temía por su vida, porque debía acusar a un miembro de su propia mara y eso se paga con la vida. Ahora vive en Nueva York y ya buscó la protección de la mara local. También comenzó a enfrentarse con los rivales y según dice, va a otros pueblos a reclutar muchachos jóvenes, hombres y mujeres, para engrosar filas. En medio de estas tareas acude a una Iglesia Cristiana y está pensando dejar la religión porque se peleó con el chofer de la van de la iglesia y eso le ha provocado conflictos. Recién fue atacado por tres hombres que le robaron el dinero ganado en una semana y ya está buscando el contacto adecuado para comprar un arma, porque no quiere que le dejen con los colochos hechos, dice convencido.

Sunday, May 9, 2010

Recordando a mamá

En el pueblo de Gabino, existía o existe, una institución social del gobierno, llamada Monte de Piedad, donde se empeñaban prendas de valor por una cantidad de dinero. Uno llevaba joyas por ejemplo, el empleado hacía una revisión minuciosa y decía una cantidad, si el cliente estaba de acuerdo -lo que siempre sucedía-, escribía un recibo, le enviaba donde el cajero y éste, tras entregarle el dinero, le advertía sobre el plazo escrito para retirar las prendas empeñadas, o de lo contrario las perdía. A este sitio de empeño acudían los más pobres, los que siempre tenían necesidades económicas extremas. Se empeñaban cosas inverosímiles y todo lo imaginable que tuviera un valor. Se dejaban hasta las cobijas, por las que daban una mínima cantidad de dinero, pero que servía para cubrir las necesidades más inmediatas.
Cierto día, cuando Gabino era muy pequeño, su madre le llevó al Monte de Piedad. Sucede que era el último día de plazo para retirar los objetos de valor, al otro día se remataban en subasta pública. No existía poder en el mundo para recuperar lo empeñado terminado el plazo y por eso Gabino y su madre se sumaron a los cientos, tal vez miles, de seres desesperados que pugnaban por llegar a las ventanillas de pago. Era tal el descontrol que no se respetaba nada ni nadie. La madre levantó a Gabino con esfuerzo del suelo porque le estaban asfixiando, le sentó en un muro de una ventana y tras decirle que le espere, se sumergió en la marea humana. Gabino miró con desesperación como desaparecía su madre entre tanta gente y al no saber qué pasaba se puso a llorar desconsolado. No tiene idea de cuánto tiempo estuvo allí, creía que había perdido para siempre a su madre, sólo recuerda que le vinieron unas ganas infinitas de dormir, cerró los ojos y se abandonó al sueño. Le despertó un ligero movimiento, era su madre que aparecía como si viniera de una batalla, despeinada, la ropa maltrecha, sudorosa y los ojos llenos de lágrimas. Gabino no supo si lloraba porque logró recuperar sus prendas o porque las había perdido. La madre le tomó suavemente entre sus brazos, le apretó contra su pecho y después de este abrazo cálido e infinito, le puso en el suelo, le tomó de la mano y le llevó a tomar una golosina.

Este capítulo es sólo uno de los tantos que Gabino vivió junto a su madre. Ella luchaba sola contra la miseria, tenía ocho hijos que mantener y cada día significaba un reto para sobrevivir. Cuántas veces Gabino fue testigo de la fortaleza y la valentía de su madre para mantener a su familia. Ahora se estremece al imaginar el calvario que habrá vivido para llevar el alimento a sus hijos. Lavó ropa ajena en el río, planchó toneladas de ropa, vendió pan desde la madrugada, caminó hasta el agotamiento ofreciendo mercaderías que luego no podía cobrar por dejar fiado, pero nunca permitió que sus hijos sufrieran de hambre o se quedaran sin ir a la escuela. Gabino quiere expresar su amor a la madre que está esperándole que vuelva para abrazarle, para mimarle y decirle que es su hijito del alma. Por su parte él se siente un ser privilegiado de tener una madre tan adorable, que le enseñó que a la vida hay que enfrentarla con fortaleza y con mucho coraje, que le dijo que la fortuna no está en acumular dinero sino en usar la inteligencia para conseguir los objetivos a través del amor y el respeto al prójimo, que fueron suficientes sus palabras para convertirle en un ser humano sensible. Por todo esto Gabino ama a su madre y espera que en su día, todas las madres del mundo reciban el cariño de sus seres queridos.

Sunday, April 18, 2010

El juicio terminó

Gabino se mantuvo pendiente del desarrollo del juicio contra siete adolescentes que atacaron a Marcelo Lucero en Long Island, Estado de Nueva York. Sólo uno de ellos está acusado de haberle apuñalado y provocado la muerte. Mientras escribe Gabino esta reflexión, el jurado está en receso para volver a deliberar sobre la sentencia que impondrán al supuesto asesino. Gabino sabe que cualquier decisión del jurado, marcará un antes y un después en la vida de los habitantes de Long Island. Ahora comienza el verdadero reto de cambiar la historia de vida de los inmigrantes.
Gabino conversa con sus compañeros de trabajo sobre la muerte de Marcelo y le sorprende la reacción de muchos de ellos. Pocos están informados sobre el crimen, muchos no pueden definir lo que significa odio racial y varios cuentan que en algún momento sufrieron ataques a los que no dieron importancia porque no pasaron de insultos que no entendían; empujones en veredas; arranches violentos de sus gorras que fueron lanzadas lejos del alcance y muchas miradas de odio “como que me querían golpear”, cuenta uno.
A Gabino le sorprende encontrar a compañeros suyos, hispanos, que discriminan a otros por el color de su piel o por ser de un país vecino al que desprecian. Los epítetos son frecuentes, los insultos se multiplican y al escucharlos cada día ya no provocan reacciones y nadie se detiene a pensar que este es el inicio de la pérdida de conciencia sobre el odio racial y sus consecuencias. Gabino espera el veredicto sobre el caso de Marcelo, confía en que se hará justicia y mientras espera, saca de su bolsillo una hoja de papel arrugado, como si hubiera sido abierto y cerrado muchas veces, lo desdobla y al fin recuerda que alguien le hizo llegar para que lo leyera y diera su opinión sobre la prosa.
El texto es el siguiente:
Por azahares del destino, Marcelo, todos te nombran.
Eres reconocido por que estás muerto.
Fuiste atacado cobardemente y asesinado.
Ahora, Marcelo, eres un símbolo de quienes fueron humillados y callaron.
Te enfrentaste, Marcelo, no a un grupo de cobardes, te enfrentase, cinturón en mano, a todo un sistema de intolerancia y odio, de prepotencia e indiferencia.
Defendiste tu honor y el de miles que sienten rabia y frustración por no tener voz y no ser reconocidos,
Si alguien no ha visto tu último retrato después de muerto, que lo haga.
Yaces dormido pero indigna mirar tu rostro mancillado, golpeado, atacado por una pandilla vil que ahora se muestra compungida.
Están esperando perdón por sus actos canallas y suplican la rebaja de su pena.
Tras tu muerte, Marcelo, se han levantado voces.
Algunos piden paz, yo pido justicia.
Que sea Dios el que les perdone y que sean los hombres los que les juzguen.
Que tu nombre, Marcelo, nunca deje de escucharse.
Y clamo porque cada año del aniversario de tu muerte, se convierta en un referente para exigir cambios y justicia.
Que en paz descanses.

Thursday, April 1, 2010

Acto de reflexión

Cada año y desde que tuvo uso de razón, Gabino salía a presenciar la Procesión de Semana Santa que se organizaba el Viernes Santo por las calles de su pueblo. Esta caminata representaba el Vía Crucis que padeció Jesús Cristo hasta ser crucificado. Eran miles y miles de personas completamente mojadas -porque no hubo ni un solo año en que no lloviera- en actitud de penitencia, compungidos los rostros, elevando plegarias al cielo, con velas encendidas y derretidas en sus manos o envueltos en la humareda que se producía al quemar incienso. Gabino niño miraba estupefacto cómo se azotaban hasta sangrar decenas de hombres semidesnudos, descalzos, cargando pesadas cruces, con coronas de espinas hechas de ramas de rosales, incrustadas en sus cabezas. Había otros personajes disfrazados de romanos que azotaban a los Cristos criollos hasta destrozarles la piel de la espalda de donde brotaba abundante sangre. Durante el largo recorrido, muchos avanzaban de rodillas, con pesadas piedras colgadas de sus cuellos. Pero lo que más le impresionaba a Gabino eran los cucuruchos, aquellos seres vestidos con túnicas púrpuras, con la cabeza cubierta por un bonete del mismo color, donde apenas se miraban los ojos. Ellos abrían la procesión con rezos roncos dichos a media voz y tras ellos, sobre una plataforma cargada sobre los hombros de otros disfrazados, venía la figura de Cristo sangrante, con el rostro demacrado por el sufrimiento y el dolor. Mucho más tarde, Gabino se enteró de que toda esta representación de flagelo y arrepentimiento tenía que ver con la expiación de los pecados y una contundente muestra de fe con esas penitencias humillantes de un pueblo profundamente católico. Ahora que salió de su pueblo y vive en un país donde nadie se acuerda de la Semana Santa, Gabino hace un acto de reflexión. Esta vez no descansará ni un solo día como se acostumbra en su pueblo, trabajará hasta muy tarde, hasta caer rendido. Comerá pollo o carne o lo que haya en el coffe truck que llega a la factoría a hora del break y no pescado como es costumbre en estas fechas y menos disfrutará de la Fanesca, ese plato típico elaborado con pescado seco y mucha paciencia. Gabino se acuerda de la Procesión de Semana Santa y piensa si tanta fe vale la pena, ahora que vuelve el escándalo de los sacerdotes abusadores sexuales de niños y nadie hace nada por poner fin a esta práctica, por el contrario, las autoridades eclesiásticas intentan desvirtuar las acusaciones y quieren esconder tanta miseria. Gabino se pregunta si no serán estos casos los que alejan de la iglesia católica a las personas que se refugian en sectas y templos que proliferan por doquier y que también tienen su propia historia. Gabino va a narrar algunas anécdotas al respecto, pero ahora vuelve a su trabajo porque el supervisor ya le vio distraído como siempre que se pone a pensar.

Friday, March 12, 2010

Gabino busca trabajo


Como todo inmigrante, Gabino se puso a buscar trabajo sin saber hablar inglés. Llenó decenas de aplicaciones, tocó innumerables puertas, acudió a cada una de las ofertas de trabajo que se le presentaban y nada, no conseguía nada. Así se mantuvo por algunas semanas hasta que por fin, por una recomendación, logró ubicarse en una factoría de cheesecake. Lo que no sabía Gabino era que el puesto que llegó a ocupar estaba destinado para otra persona. Desde el primer día, todos y cada uno de los trabajadores se esmeraron en hacerle la vida imposible. El supervisor que formaba parte del plan para despechar a Gabino le encargaba los trabajos más pesados como cargar quintales de azúcar, lavar las gigantescas ollas donde se preparaba el producto, barrer, quitar nieve, en fin, las tareas más disparatadas que se les podía ocurrir como contar envases uno a uno y separarlos por tamaños, para luego ponerlos como al principio. Gabino se mostraba desafiante y hacía cada una de las tareas con eficiencia, sólo que el cuerpo ya no daba para más. Se enfermó y tuvo que pedir permiso. Fue su salvación, porque al retornar le dijeron que el puesto ya estaba ocupado y recién se enteró que todos los que trabajaban en este sitio eran familiares, desde el supervisor hasta el nuevo contratado. Por supuesto Gabino se alejó aliviado y agradecido a buscar un nuevo trabajo.

Tras la primera experiencia, Gabino se mostraba cauto, no vaya a repetirse el infierno. Tras una breve búsqueda, le tocó en suerte trabajar en limpieza. Mientras lavaba baños, abrillantaba corredores, aspiraba alfombras, vaciaba papeleras, limpiaba vidrieras, recogía basura, desinfectaba comedores, paleaba nieve, pulía pisos, y hacía otras funciones afines, Gabino recordaba su pasado. En su país vestía traje y corbata, asistía a reuniones sociales, y era bien considerado por sus jefes, a tal punto que asistía con ellos a festejar la llegada del viernes con abundante comida y bastante licor. Ahora vivía una irrealidad. No concebía hacer estos trabajos para siempre, por lo que se dijo que en los próximos seis meses reuniría dinero y se regresaría a su país a invertir en algún negocio. Ya han pasado más de cinco años y Gabino sigue aquí, con la diferencia de que ya no hace trabajos de limpieza, sino que desarrolla sus habilidades en una nueva factoría. Es aquí donde ha logrado recopilar múltiples historias de vida, tan diversas y tan reales que se atreverá a escribirlas tal como le contaron a partir de una próxima entrega. Mientras tanto, Gabino escucha y aprende.

Thursday, February 25, 2010

El origen de Gabino

Apenas nació Gabino, tuvo que ser escondido en una canasta de ropa para evitar la furia de su abuela materna. El caso es que ella, su abuela, detestaba a la mamá de Gabino y hacía hasta lo imposible para amargarle la vida. El nombre favorito que utilizaba para ofenderle y referirse a ella era “la araña negra”. Tal era su poder que prácticamente secuestró a los dos primeros hermanos de Gabino y les llevó a vivir a provincia, muy lejos del hogar materno. El papá de Gabino, un militar de armas tomar, aparecía en casa sólo para concebir hijos y tras ejercer su disciplina férrea entre los miembros de la familia, se alejaba por varios meses hasta su próximo regreso... y un nuevo hijo.

Gabino vio el mundo en las gradas de piedra de acceso del hospital militar donde le tocó nacer. Varios soldados pusieron en una camilla a la mamá de Gabino y la transportaron con la cabecita del niño prácticamente afuera. El hospital era una construcción sólida, húmeda, pintada de blanco con cal. Este había sido en su origen un cuartel donde coincidencialmente su abuelo materno espantaba a su hijos cuando llegaban a pedirle dinero para pagar cuentas atrasadas. Los pasillos lúgubres del recinto crujían con las pisadas breves y sólidas de enfermeras y militares, según el caso. En las habitaciones entraba poca luz natural. Varios años después Gabino regresaría para que le enyesaran la nariz tras un accidente sufrido por leer revistas. De ese tiempo recuerda el techo de la sala muy alto, con un foco de poquísimos vatios que apenas alumbraba, colgado de un alambre de luz trenzado, largo y lleno de telarañas y el ambiente impregnado de un olor a alcohol, jabón de rosas y creso. También recuerda el silencio atroz, apenas roto por murmullos indescifrables, casi inaudibles, como si fuera prohibido hablar y a lo lejos el sonido de los motores de los autos que cruzaban la calle como venidos de otro mundo.

Los hermanos de Gabino ya sumaban ocho y coincidió que justo cuando salió del hospital junto a su madre, llegó la abuela. La mamá de Gabino, que no podía superar el terror, pensó que la visita iba a ser corta, por lo que puso a Gabino entre un montón de ropa recién lavada. Gabino en su sueño infantil, aspiró el aroma de las prendas y lo guardó en lo profundo de la mente. Inconcientemente, muchos años más adelante, relacionaría el olor de la ropa húmeda y puesta a secar en cordeles o tendidas sobre la hierba, con el olor que despiden las riberas de los ríos. Y es que la ropa se lavaba por lo general en el río que cruzaba la ciudad, allí donde aparecía el duende y embarazaba a las lavanderas madrugadoras, pero éste es otro cuento.

Volviendo al caso del escondite, sucede que la abuela había llegado con el hermanito de Gabino, un niño curioso que indagaba hasta el último rincón del cuarto que servía de vivienda a toda la familia y fue quien dio el grito de alarma: !“Mamita, aquí está escondido un guagua (niño) feo y negro!”. Con el grito, Gabino se despertó y comenzó a llorar y no se sabe si por falta de oxígeno o porque ese era su color natural, el caso es que dio la pauta para que su hermanito rematara: “!Ahora se está poniendo morado y está más feo!” No cuesta mucho imaginar la escena de rabia de la abuela recriminando a la mamá de Gabino por la falta de cuidado y control para evitar tener tantos hijos, su irresponsabilidad por vivir en la pobreza y no hacer lo suficiente para alimentar bien a sus vástagos que ahora nacían feos por falta de alimentos. Nunca mencionó al padre de Gabino, que tenía como pasatiempo embarazar a su esposa y dejar que ella los criara.

Este es el primer retrato de Gabino Andino, que ahora aparece en el mundo para contar sus memorias. La edad que tiene le da autoridad para relatar sin vergüenza, muchas de las vivencias que en otro momento de su vida hubiera sido imposible imaginar. Siempre ha preferido estar tras bastidores, refugiarse en el anónimo, y pasar desapercibido (como en el canasto de ropa). Gabino opta por escribir en tercera persona porque la primera la parece demasiado vanidosa y exhibicionista y además porque no quiere enfrentarse con sus terrores, tal como le dijo su psicoanalista. También escribe por esa necesidad, heredada de los trovadores y juglares, de contar, de narrar, de expresar, de comunicar. Los años a cuestas han hecho que Gabino se vuelva descarado, deje su timidez y se atreva con sus relatos. La advertencia que hace es que casi todas sus narraciones tendrán imágenes densas, de desesperanza a momentos, violentas y duras a ratos. No le interesa contar las cosas alegres que le ha tocado en suerte vivir, porque no le servirían de desahogo y prefiere adentrarse en los recuerdos borrascosos como una manera de exorcizar la memoria y sentirse menos triste. Y si alguien cree que sus escritos son los de un perdedor o de un acomplejado ser inferior, se equivocan, porque el espíritu de Gabino se fue alimentando de cada tropiezo y de cada fracaso y nunca sucumbió a los dolores de la vida. Sí, tambaleó muchas veces, estuvo a punto de perder el horizonte y se repuso. Gabino es irónico consigo mismo, se acepta y se quiere. Enfrenta sus depresiones, las supera y ríe al imaginar que quienes quieren verle rodar por el suelo, le encuentran encaramado en nuevos proyectos, porque apareció alguien que cree en él y ha depositado su confianza sin límites. Gabino, definitivamente, dejo de pensar en una muerte breve.