Thursday, February 25, 2010

El origen de Gabino

Apenas nació Gabino, tuvo que ser escondido en una canasta de ropa para evitar la furia de su abuela materna. El caso es que ella, su abuela, detestaba a la mamá de Gabino y hacía hasta lo imposible para amargarle la vida. El nombre favorito que utilizaba para ofenderle y referirse a ella era “la araña negra”. Tal era su poder que prácticamente secuestró a los dos primeros hermanos de Gabino y les llevó a vivir a provincia, muy lejos del hogar materno. El papá de Gabino, un militar de armas tomar, aparecía en casa sólo para concebir hijos y tras ejercer su disciplina férrea entre los miembros de la familia, se alejaba por varios meses hasta su próximo regreso... y un nuevo hijo.

Gabino vio el mundo en las gradas de piedra de acceso del hospital militar donde le tocó nacer. Varios soldados pusieron en una camilla a la mamá de Gabino y la transportaron con la cabecita del niño prácticamente afuera. El hospital era una construcción sólida, húmeda, pintada de blanco con cal. Este había sido en su origen un cuartel donde coincidencialmente su abuelo materno espantaba a su hijos cuando llegaban a pedirle dinero para pagar cuentas atrasadas. Los pasillos lúgubres del recinto crujían con las pisadas breves y sólidas de enfermeras y militares, según el caso. En las habitaciones entraba poca luz natural. Varios años después Gabino regresaría para que le enyesaran la nariz tras un accidente sufrido por leer revistas. De ese tiempo recuerda el techo de la sala muy alto, con un foco de poquísimos vatios que apenas alumbraba, colgado de un alambre de luz trenzado, largo y lleno de telarañas y el ambiente impregnado de un olor a alcohol, jabón de rosas y creso. También recuerda el silencio atroz, apenas roto por murmullos indescifrables, casi inaudibles, como si fuera prohibido hablar y a lo lejos el sonido de los motores de los autos que cruzaban la calle como venidos de otro mundo.

Los hermanos de Gabino ya sumaban ocho y coincidió que justo cuando salió del hospital junto a su madre, llegó la abuela. La mamá de Gabino, que no podía superar el terror, pensó que la visita iba a ser corta, por lo que puso a Gabino entre un montón de ropa recién lavada. Gabino en su sueño infantil, aspiró el aroma de las prendas y lo guardó en lo profundo de la mente. Inconcientemente, muchos años más adelante, relacionaría el olor de la ropa húmeda y puesta a secar en cordeles o tendidas sobre la hierba, con el olor que despiden las riberas de los ríos. Y es que la ropa se lavaba por lo general en el río que cruzaba la ciudad, allí donde aparecía el duende y embarazaba a las lavanderas madrugadoras, pero éste es otro cuento.

Volviendo al caso del escondite, sucede que la abuela había llegado con el hermanito de Gabino, un niño curioso que indagaba hasta el último rincón del cuarto que servía de vivienda a toda la familia y fue quien dio el grito de alarma: !“Mamita, aquí está escondido un guagua (niño) feo y negro!”. Con el grito, Gabino se despertó y comenzó a llorar y no se sabe si por falta de oxígeno o porque ese era su color natural, el caso es que dio la pauta para que su hermanito rematara: “!Ahora se está poniendo morado y está más feo!” No cuesta mucho imaginar la escena de rabia de la abuela recriminando a la mamá de Gabino por la falta de cuidado y control para evitar tener tantos hijos, su irresponsabilidad por vivir en la pobreza y no hacer lo suficiente para alimentar bien a sus vástagos que ahora nacían feos por falta de alimentos. Nunca mencionó al padre de Gabino, que tenía como pasatiempo embarazar a su esposa y dejar que ella los criara.

Este es el primer retrato de Gabino Andino, que ahora aparece en el mundo para contar sus memorias. La edad que tiene le da autoridad para relatar sin vergüenza, muchas de las vivencias que en otro momento de su vida hubiera sido imposible imaginar. Siempre ha preferido estar tras bastidores, refugiarse en el anónimo, y pasar desapercibido (como en el canasto de ropa). Gabino opta por escribir en tercera persona porque la primera la parece demasiado vanidosa y exhibicionista y además porque no quiere enfrentarse con sus terrores, tal como le dijo su psicoanalista. También escribe por esa necesidad, heredada de los trovadores y juglares, de contar, de narrar, de expresar, de comunicar. Los años a cuestas han hecho que Gabino se vuelva descarado, deje su timidez y se atreva con sus relatos. La advertencia que hace es que casi todas sus narraciones tendrán imágenes densas, de desesperanza a momentos, violentas y duras a ratos. No le interesa contar las cosas alegres que le ha tocado en suerte vivir, porque no le servirían de desahogo y prefiere adentrarse en los recuerdos borrascosos como una manera de exorcizar la memoria y sentirse menos triste. Y si alguien cree que sus escritos son los de un perdedor o de un acomplejado ser inferior, se equivocan, porque el espíritu de Gabino se fue alimentando de cada tropiezo y de cada fracaso y nunca sucumbió a los dolores de la vida. Sí, tambaleó muchas veces, estuvo a punto de perder el horizonte y se repuso. Gabino es irónico consigo mismo, se acepta y se quiere. Enfrenta sus depresiones, las supera y ríe al imaginar que quienes quieren verle rodar por el suelo, le encuentran encaramado en nuevos proyectos, porque apareció alguien que cree en él y ha depositado su confianza sin límites. Gabino, definitivamente, dejo de pensar en una muerte breve.