Friday, August 5, 2011

Con el otro

El silencio de Marcela se fue extendiendo hasta hacerse eterno. Gregorio no entiende razones y quiere regresarse para encontrar las causas y recuperar su amor. Demasiadas opiniones contrarias le rodean y le perturban aún más el ánimo que está por los suelos. Los pesimistas le aseguran que su novia ya tiene otro, los optimistas que no, que ella sólo está pasando por una crisis y todavía le espera.
Gregorio cuenta los días sin escuchar la voz de su amada y se estremece al comprobar que pasan de noventa.
A medio mundo le ha contado su historia: El viaje que casi le cuesta la vida le tomó más de dos meses y ya en Estados Unidos, Gregorio llamaba por teléfono cada día a Marcela. Ambos se extrañaban, se sentían solos y abandonados y el escucharse aliviaba en algo esa angustia. Hacían planes para el futuro y no desechaban la idea de casarse. El dinero no compensaba la separación, tal vez por eso se fijaron un año de plazo para volverse a reunir. Pasaron seis meses y las conversaciones antes largas se convirtieron en saludos de minutos. Gregorio tenía dos trabajos y hablar largo le producía sueño, por eso se limitaba a contarle que había hecho un giro y que pronto le llamaría, colgaba y se precipitaba a dormir.
Sucedió que le despidieron del trabajo de la noche y sintió casi alivio porque ahora sí podría hablar con su novia, pero ya era tarde, ella era quien le contestaba con monosílabos y cierto día le comentó que sería mejor que no la llame. Lo que más le dolió en el alma a Gregorio fue escuchar a Marcela, su novia, decir que su dinero no le interesaba y que cada centavo que él le había enviado estaba depositado en un banco. Si reunir dinero para vivir juntos fue lo que le motivó a venir a Estados Unidos y ahora ella le hablaba de ese modo.
“Así sucede siempre”, escucha Gregorio; “menos mal que el dinero está intacto”, oye el muchacho; “recoge la plata y venite de vuelta”, le recomiendan los audaces quienes le sugieren que antes castigue a la traidora porque seguro está “con el otro”.

Dos bandos

George el jefe, se fue de vacaciones y la factoría se convirtió en un infierno. Dos bandos bien definidos aparecieron como por arte de magia: uno que apoya al supervisor ausente y el otro que está a favor de su reemplazo.
Desde las primeras horas del lunes, cuando se supo que George había tomado vacaciones, el ambiente se volvió irrespirable, parte por el calor de verano y parte por las tensiones. Jim que tomó el lugar de George es supervisor en otra área, pero decidió rodearse de su gente de confianza y les designó las tareas que les corresponde realizar a las personas que trabajan con George. Cuando le preguntaron a Jim por su trabajo, les contestó que busquen algo que hacer. En ese deambular se cruzaron insultos, empujones, amagos de peleas, amenazas y se generó mucha rabia. El bando de George se puso de acuerdo para sabotear el trabajo del bando contrario y claro, se perdieron órdenes impresas, aparecieron mercaderías cambiadas o incompletas, hubo direcciones erróneas, códigos fantasmas, daño en las impresoras y todo esto el primer día. Para rematar su accionar, el bando de George salió de la factoría a las cuatro, cumplidas las ocho horas, a pesar de la gran cantidad de trabajo acumulado. Dicen que el bando de Jim trabajó hasta altas horas de la noche, recomponiendo lo dañado en la mañana.
Al otro día las cosas casi no cambiaron de tónica, volvieron los sabotajes, sólo que esta vez ya hubo denuncias en la oficina. Muchos fueron llamados ante el gerente y amenazados de despido, pero fue inútil. El día terminó con muchas caras de burla y muchas de indignación.
Con el nacer de un nuevo día, Jim recapacitó y asignó tareas al bando de George, pero ya era demasiado tarde: todos coincidieron en que no querían caridad y desempeñaron su trabajo a medio gas, lo que provocó nueva acumulación de mercadería. Se dice que el bando de Jim dejó la factoría al filo de la medianoche.
Corre el rumor de que George vuelve la próxima semana y su bando ha jurado venganza. Caerán las cabezas del bando de Jim han dicho, cueste lo que cueste. Por su parte, el bando contrario reagrupará a su gente y se preparará para un inminente ataque. Su consigna es “guerra avisada no mata gente”, por tanto, se esperan violentas acciones que se irán aplacando cuando el gerente cumpla su palabra y comience a despedir trabajadores porque no puede permitir que esas niñerías le dañen su negocio.

A control remoto

Es un espectáculo ver a Mariana hablar por teléfono. Agita las manos cuando habla a gritos, sí, aleja el celular de su oreja cuando se apasiona y comienza a dar instrucciones. Ella es mamá de tres hijos adolescentes y una niña de cinco años y a todos les controla vía telefónica.
Los hijos de Mariana se quedaron en su país y ella, desde hace dos años les disciplina, les premia, les da cariño y les da ánimo, les sana, les cría.
Ella cuenta que su casa está ubicada en una zona peligrosa, donde abunda la delincuencia, claro, antes no era así, pero ahora todos conviven con la violencia y han sido testigos de barbaridades. Mariana no desampara a sus hijos. Todos los días y a diferentes horas les llama por teléfono para saber si llegaron a casa, si hicieron las tareas, si ayudaron a su papá a cuidar a la niña, a cocinar, limpiar, hacer las compras, en fin, es como si ella estuviera presente y ellos así lo asumen.
Un día, el mayor de los hijos se quedó con los amigos y regresó tarde a casa. Mariana movió cielo y tierra hasta encontrarlo, una vecina le ubicó y a través de su teléfono le ordenó que ese momento vaya a casa y le dictó el castigo: dos semanas sin televisión, sin mesada y sin salida. La sanción se cumplió al pie de la letra y ahora, cuando uno de los chicos va a demorarse le llaman para dar aviso.
Muchos de los compañeros de Mariana en la factoría se burlan y le critican, pero ella, oídos sordos a las críticas se mantiene firme en su forma de criar a sus hijos. Cuando uno de ellos se pone rebelde, ella le grita que en una hora llegará a casa y sufrirá las consecuencias de su comportamiento. Claro, el chico se calma y las cosas vuelven a su curso normal. El esposo de Mariana es el cómplice ideal en la disciplina de los hijos y se mantiene firme en los dictados de su mujer, aunque varias veces se ha ido a dormir sin ver el capítulo de la novela de ese día.

Cuestión de tiempo

René se enteró de que su mamá baila en una barra y quiere morirse. No puede creer que ella haya sido capaz de hacerle esto, después de tanto consejo y tanto barullo para que sea un chico bueno, obediente y honesto. Ahora no sabe cómo afrontar la vergüenza que le provoca la idea de imaginar a su mamá tomando, bailando, dejándose manosear de cualquier tipo bolo que se ponga delante. Quiere morirse de sólo imaginarla bailando y riendo como una loca en la madrugada. Hasta la imagina en la cama con uno y otro y le queman las mejillas de saber que el dinero que llega a casa se gana de esa manera. A René le había dicho que estaba trabajando en el turno de la noche de una factoría y le pareció bien porque ella es la única que le mantiene y le paga los estudios.
Desde que comenzó en el supuesto trabajo, la situación económica cambió para ambos. A él le compró ropa de marca y ella cambió su apariencia, con nuevos vestidos, nuevo corte de cabello y paseos por la isla y por la ciudad. Su mamá le contó que le pagaban mejor porque demostraba dedicación y empeño, incluso le dijo que tal como iban las cosas, pensaba dejar el trabajo de la mañana en la otra factoría. Y todo era mentira.
René pocas veces le escuchaba llegar, pero cuando ella entraba al departamento, prefería simular que estaba dormido para no saludarle, porque hubiera sido el pretexto ideal para escucharle hablar y hablar sin parar, porque ese es el pasatiempo favorito de su madre. Y ahora René se pregunta cómo decirle que ella le mintió, que se enteró por un chisme de sus vecinos de su actividad. Está pensando mejor ir a la barra y sorprenderle in-fraganti a ver que le dice y cómo reacciona, pero se acobarda, tiene miedo de enterarse que el trabajo que ella hace es decente, honesto y no necesariamente tiene que ser malo para su reputación. No sabe qué hacer. Los días pasan y la indecisión se mantiene, pero tendrá que llegar el día. Todo será cuestión de tiempo.

El encuentro

Hoy es el día. Sucederá lo que estaba previsto. Será un encuentro por largo tiempo esperado. Soraya viene de una unión desastrosa que todavía no termina y Alex ha sufrido la separación forzosa de su pareja desde hace casi un año, cuando decidió emigrar a este país. El acaba de llegar a la factoría, es, lo que en el lenguaje popular se llama nueva camada, joven, atractivo, con estudios superiores y muy gentil con las mujeres.
Tras unos pocos días ya definió su círculo de amistades, entre ellas está Soraya, la hasta ahora mujer triste. Ella sufría en silencio el maltrato de su hombre. Comenzó bebiendo una vez por semana y ahora lo hace todos los días, se volvió alcohólico, ya no tiene remedio y comenzó a amenazarle a gritos y aunque no la golpea, poco falta, ya hubo sacudones. Dice Soraya con rostro de tristeza, que son meses de vivir abandonada, el tipo sólo llega a dormir la borrachera y nunca se entera si ella vive o muere o tiene alguna necesidad. Tal vez su cara triste le llamó la atención a Alex y le motivó a hablarle. Al principio hubo saludos, luego pláticas más largas y más tarde salían a tomar el almuerzo juntos. Fue en este lapso que decidieron darse una oportunidad para recomenzar sus vidas y el pacto se sellará este día.
Se supone que esto es un secreto pero en la factoría no existe nada confidencial, sólo existen secretos a voces. Todo el mundo da por hecho que se irán a vivir juntos, otros apuestan por el fracaso y muchas suspiran queriendo ser Soraya por un día. Soraya y Alex salen de la factoría, cada uno por su lado, para guardar las apariencias, pero hay muchos ojos que les siguen hasta que se encuentran en la parada del tren que llega ese momento y allí se pierde su rastro, se suben, se confunden entre la gente, y luego sólo queda la estación vacía.

Historia de un periodista indocumentado en LI

Gabino leyó con atención la noticia sobre el periodista filipino, José Antonio Vargas, que ganó el premio Pulitzer -algo así como un premio Grammy o mejor, como un premio Nobel-, sobre un reportaje de su vida de indocumentado en Estados Unidos.
De acuerdo a lo publicado, Vargas califica su vida clandestina como un infierno y confiesa estar agotado y cansado de huir durante los 18 años que tiene de vivir en este país.
Vargas vivía con miedo a pesar de haber trabajado en reconocidos periódicos como Wall Street Journal; The Boston Globe; The Chicago Tribune y por último en The Washington Post, medio que se negó a publicar su historia, lo que le favoreció para que apareciera en The New York Times que le valió el premio. En estos medios tuvo un trato digno y de reconocimiento.
Cuando Gabino leyó la historia de Vargas, inmediatamente le vino a la mente la historia que le contó un periodista amigo que vive en Long Island y que también está indocumentado.
Dicho periodista aceptó un puesto de trabajo en un semanario local, creyendo que las condiciones laborales serían idóneas. Trabajó por varios años por un mísero salario, sin opción de negociación porque la empresa supo que estaba indocumentado. Cuando intentó imponer su criterio periodístico sobre el interés empresarial le recordaron que era un simple empleado y quien tenía absoluta autoridad era la persona dueña de la empresa, -quien nunca estudió periodismo-, por tanto allí se hacía lo que ella quería. Le dijeron que su nombre como periodista no debía salir publicado en los créditos del semanario porque no era conveniente que apareciera el nombre de un indocumentado.
A pesar de ser un periodista con muchos años de experiencia en medios importantes de su país y después de haber recibido reconocimientos por su labor profesional, el semanario se encargaba de desvirtuar su trabajo y ponía en duda la capacidad de análisis y síntesis de sus textos. Muchas veces le acusaron de piratear las notas porque decían que estaban demasiado buenas para ser originales y en una ocasión se puso en duda su lealtad con la empresa cuando se le dijo que estaba vendiendo las notas a otro medio similar, a pesar de ser noticias de dominio público.
Quien lea este artículo se preguntará: qué hacía ese periodista soportando tanta miseria?, porqué no dejaba ese semanario y se iba a buscar algo mejor?, porqué toleraba tanto maltrato? Lo hizo, se fue. Como periodista objetivo creía en su trabajo, quería dar servicio a la comunidad en un lugar donde primaba el interés económico sobre el afán de informar. Consideraba que su trabajo podría ser el instrumento adecuado y no se amilanó ante tanta injusticia en su contra. Hasta que se cansó. Dejó ese medio y ahora está enfocado en otro proyecto, igualmente de servicio a la comunidad. Sigue indocumentado, haciendo su trabajo silencioso pero importante.
El caso de los periodistas mencionados ratifica que el estatus migratorio de una persona no es impedimento para demostrar sus talentos y sus habilidades y se equivocan quienes juzgan y critican a alguien por no tener papeles.
La mayoría de indocumentados en Estados Unidos deben sentirse orgullosos de saber que con su trabajo honesto y su esfuerzo diario engrandecen su espíritu y esto les convierte en seres humanos dignos, respetables y capaces de afrontar grandes retos como la lucha contra el abuso, la intolerancia, la explotación y el racismo.

No es amor

Reina asegura que conquistó a su hombre por necesidad y no por amor. Con él tuvo un hijo hace 14 años, con lo que son siete los hijos que debe mantener.
Reina era apenas una adolescente cuando conoció al hombre que sería el padre de sus tres hijos y tres hijas. Era un tipo duro aunque tierno con ella. Al principio de la unión tuvieron esa armonía que todos quisieran tener con su pareja. El se desvivía por atenderle, trabajaba de sol a sol y siempre tenía tiempo para jugar con los niños aunque estuviera cansado. Para mejorar sus ingresos aceptó un trabajo que le alejó para siempre del lado de Reina. Comenzó tomando licor y terminó en el vicio de las drogas. El hombre se convirtió en un ogro, le despidieron del trabajo y buscó refugió en su casa. Primero vendió las joyas de Reina, luego todos los enseres de la casa. La familia durmió por un año en el suelo, durante el plazo que se impuso Reina para tomar una decisión. Fue un año de violencia, de palizas brutales, de degradación moral, de entradas y salidas de la cárcel.
El hombre fue en la noche y robó el techo de la casa de su madre que había sido puesto en la mañana y eso terminó convenciendo a Reina de dar el paso final: acomodó a sus hijos en un transporte público y se fue al pueblo de sus padres donde comenzó una nueva vida llena de prioridades y de necesidades extremas pero sola. Hizo varios trabajos que no eran rentables, hasta que consiguió un puesto de venta de comida en el mercado del pueblo. Su sazón gustó tanto que la clientela hacía fila para comprar su comida. Con el dinero ganado comenzó a pagar un sinfín de deudas que había adquirido y ya hacía planes para el futuro cuando se peleó con su familia. En un solo día se encontró en la calle, con sus hijos y sin dinero, todos sus ahorros se perdieron.
Llegaba la noche cuando Victor se ofreció a darles hospedaje hasta que pudieran encontrar un sitio para vivir. El tiempo pasó y Reina siguió junto a él. Victor se convirtió en padre sustituto y terminó de ayudarles a crecer. La mayoría de hijos se fue a fundar su propia familia y ya quedan sólo dos que muy pronto levantarán vuelo. Nadie como Victor, tan callado, tan solidario, tan humano.
Hace pocos días Reina se enteró que al padre de sus seis hijos le habían matado, murió en su ley. Ella dice que guarda de él sólo los mejores recuerdos porque los malos están enterrados hace mucho tiempo. Mira hacia el lado de Victor y con convicción asegura que es con él con quien le gustaría terminar de envejecer. Las miradas de complicidad que se cruzan dicen más que mil palabras.

Sunday, June 5, 2011

Noticias de Edy

Llegó un nuevo trabajador a la factoría y por esas cosas del azar conocía también a Edy. La noticia le dejó sin habla, fue un balde de agua fría: Edy estaba muerto.
Sucedió hace muchos años. Gabino recién llegado a este país encontró un trabajo de limpieza. Recorrió decenas de edificios recogiendo basura, lavado alfombras, limpiando vidrios, paleando nieve, o limpiando y abrillantando pisos. En este peregrinaje conoció a Edy, un muchacho joven, lleno de vida, con una energía increíble y con un proyecto claro sobre su futuro, quería reunir dinero para traer a su hermana que estaba sola en su país natal.

Edy trabajaba de sol a sol, siempre se presentaba de voluntario, especialmente para los trabajos difíciles como la remoción de nieve en los duros inviernos. Llegaba puntual aunque la cita fuera al final de la isla. Terminaba primero y luego ayudaba a sus compañeros rezagados por lo que se ganaba el respeto de todos ellos.
Un día llegó a un edificio para abrillantar el piso. El trabajo consistía en remover el brillo viejo con un líquido de olor penetrante y sumamente resbaloso y fue allí donde Edy sufrió aquel golpe que lo mataría después. Aunque era un experto en estas artes un descuido fue suficiente para que resbalara, volara por el aire y cayera de cabeza recibiendo un brutal golpe que le dejó semi-inconsciente. Por varios minutos quedó sentado frotándose la cabeza, luego se levantó y siguió trabajando, aunque ya no era el mismo. Se volvió taciturno, triste y callado y nunca se quejó de dolores de cabeza, sólo le delataba el tic nervioso que tenía de frotarse la nunca.

El tiempo pasó y Gabino cambió de trabajo, nunca más supo de Edy, hasta hoy. Aquel muchacho con un brillante futuro acabó en un hospital al que llegó por última vez con sus propios pies. Había amanecido con un dolor de cabeza insoportable y por primera vez en su vida faltó al trabajo. Llegó a emergencia y se desvaneció. No era un desmayo, era la vida que se le iba de a poco. Duró apenas un par de horas y murió por un tumor producto de aquel fatídico golpe que recibió años atrás. Sus compañeros de trabajo hicieron una colecta y lograron enviar el cadáver a su tierra.
Una sensación de tristeza embarga a Gabino, piensa que la vida es injusta o que el destino pasa las cuentas a su tiempo. Tras esta desazón Gabino ratifica su principio que intenta cumplirlo a cabalidad: vivir cada día como si fuera el último de tu vida.

La casa está terminada

Gloria ha terminado de construir su casa en el pueblo desde el que salió aún joven con rumbo a Estados Unidos. Le ha tomado más de 20 años levantar un ranchito de tres dormitorios, sala, comedor, cocina, baño, con un gran espacio verde que hace las veces de patio. Construir una casa no tiene nada de novedoso, todo el mundo lo hace, pero el caso es que la construcción, de principio a fin, la hizo una persona que ella no conoce.

Gloria está sola en el mundo, toda su familia desapareció en la época aciaga de la guerra y desde esos tiempos emprendió un peregrinaje por el mundo que terminó en Long Island. Su llegada fue inusual, viajó sola, cruzó la frontera sin ayuda y ya al otro lado, caminó hasta encontrar transporte y sin hablar inglés compró un pasaje que le llevó primero a Los Angeles donde vivió dos años, luego fue a Carolina del Norte y finalmente llegó a Nueva York. Por referencias, encontró a una familia que le brindó abrigo y apoyo. Se puso a trabajar en una fábrica de galletas y desde el primer pago comenzó a ahorrar, no mucho, pero poco a poco la suma iba creciendo. Cambió de trabajo varias veces hasta llegar a la factoría donde trabaja Gabino.

Un día, Gloria contó que su sueño era construirse una casa en el pueblo donde nació. Alguien le puso en contacto con una persona que tenía un terreno allá y resultó que llegó a un acuerdo verbal y cerró el trato vía telefónica, firmó los papeles a través del correo regular y comenzó una amistad con esa persona que se comprometió a ayudarle en la construcción de su nueva casa. Fueron 20 años de unión, de amistad, de paciencia, de sufrimiento. Gloria nunca dudó de la honestidad de la persona que recibía el dinero y tampoco le pidió un comprobante para saber si su dinero estaba bien invertido. Eso sí, recibía reportes mensuales sobre el avance de la obra y de las necesidades prioritarias. Ahora se necesitaba cemento, luego ladrillos, hierro, bloques, en fin, centavo a centavo la casa crecía.

Hace poco recibió varias fotos de la casa terminada, ella está feliz, las muestra a todo el mundo y en realidad, es una casa bonita. Gloria quiere irse para fines de este año. Se siente agotada de tanto trabajar, quiere volver a pisar su tierra, cuenta los días que faltan y sólo piensa en la tranquilidad que sentirá al refugiarse entre las paredes de su casa que según ella ha salido de su alma. Sobre la persona que le ayudó, dice que le propondrá algo, a ver si quiere acompañarle a envejecer o por lo menos que le haga compañía en sus últimos años felices de su vida. Que así sea.

Loco amor

Armandito tiene 14 años y está loco de amor por una muchacha 10 años mayor. Todo el mundo se opone a esta relación por obvias razones, pero el chico prácticamente ha perdido la cabeza por ella. Este caso se desarrolla en un país que no es Estados Unidos y sólo por eso la mujer en mención no está en la cárcel. Ya lo quisiera la mamá de Armandito que emigró al norte buscando mejorar la vida de toda la familia y que recibió la noticia una mañana mientras trabajaba en la factoría.
Su rostro se puso rojo de la ira al saber que la muchacha que contrató con su dinero para cuidar a sus tres vástagos tuvo la osadía de seducir a su hijo mayor. Grito que la despidan de inmediato y sus órdenes fueron cumplidas de inmediato, incluso se supo que fue tal la presión que la mujer optó por irse a vivir en otro pueblo. Pero nadie tomó en cuenta el sentir de Armandito. El joven salía todas las mañanas, supuestamente al colegio, pero una vez en la calle tomaba el bus que le llevaba a los brazos de su amada. La familia se enteró de esta osadía cuando del colegio llamaron preguntando la razón por la que él no iba a clases.

La mamá de Armandito no cabe de la cólera. Como un recurso desesperado acudió al brujo del monte que opera en Long Island para que haga un trabajo a la asaltante de cunas pero parece que esta vez triunfa el amor, o el capricho, o la pasión, porque ya ha pasado mucho tiempo y la mujer sigue campante en su relación con Armandito, quien ha amenazado con hacerse humo si le siguen presionando para que deje a la que llama el amor de su vida. La mamá de Armandito ha suspendido el envío de dinero para la familia para ver si esto funciona como un recurso disuasivo. Está por verse el resultado. Es cuestión de tiempo.

Casi un final felíz

Y decidió viajar contra viento y marea. Dijo que no le importaba estar embarazada de siete meses, ni se detuvo a pensar en los riesgos. Su único objetivo era alejarse de aquel hombre violento que había sido su pareja.
Ella, Marta, es hija de Elena quien hace poco tuvo que buscar una alternativa para poner fin a la vida miserable que tenía su hija y decidieron el viaje, a pesar de las amenazas de muerte y las futuras consecuencias que pueden ser trágicas.
Elena llamó por teléfono a un coyote en su país y tras varias negociaciones llegaron a un acuerdo que iba a ser costoso pero que garantizaba la seguridad de Marta y su llegada a Estados Unidos en el menor tiempo posible. Elena pagó al coyote 9 mil dólares -una cifra astronómica- con el fin de que la muchacha no camine durante su travesía.

Marta salió de su país un martes por la noche, llamó por teléfono a su madre, pidió sus bendiciones y no se supo de ella hasta dos semanas después cuando Elena se enteró que su hija estaba secuestrada en Tamaulipas. El coyote había entregado a la muchacha a un grupo de extorsionadores que llamaron por teléfono a Elena exigiéndole miles de dólares a cambio de la libertad de Marta. Fueron largos días de angustia, de ruegos, de lamentos, de diálogos conmovidos por un lado y de amenazas por el otro. Tras pagar una cantidad indeterminada, los mafiosos ofrecieron sus servicios como coyotes para cruzar a Marta a los Estados Unidos. Ella fue juntada a un grupo de más de 20 personas, entre hombres y mujeres y una madrugada lograron cruzar un río. Una vez en el otro lado comenzó la caminata y comenzó también el calvario para Marta. Sólo pudo avanzar unos pocos kilómetros. Su cuerpo espinado y maltrecho ya no daba más, por la sed apremiante que sentía tomó agua de un charco y luego se sentó y rogó que le ayudaran a regresar. Los coyotes le dejaron sola, le dijeron que no podían hacer nada y se alejaron llevando al resto del grupo hacia su destino.

Marta pensó que moría, se levantó y caminó sin rumbo por horas. A lo lejos vio el polvo levantado por un vehículo y corrió hacia allá. Era un carro de inmigración.
El desenlace fue rápido. La llevaron a una estación, la interrogaron y un agente llamó a Elena. Le dijo que Marta podía viajar hacia Nueva York, estaba autorizada, la subieron a un bus y emprendió el viaje. Elena espera a su hija, quien deberá ir a la Corte, enfrentará a un juez y esperará por una decisión legal.
Por ahora su mamá quiere disfrutar de la presencia de su hija, a la que no ha visto desde hace siete años. Con una sonrisa Elena dice que abrazar a Marta será el mejor regalo que recibirá por el Día de la Madre.

Asunto del corazón

Carla está enferma del corazón. Los primeros síntomas le aparecieron en un día de trabajo entre semana. Sintió un fuerte mareo y de pronto cayó desmayada. Volvió en sí a los pocos minutos, pálida pero serena y continúo trabajando hasta cumplir las ocho horas. Los más audaces pronosticaban un embarazo seguro.

Pasaron varios días y Carla se creyó recuperada hasta que volvió a desmayarse, sólo que esta vez hubo que llamar a la ambulancia. Estuvo interna en el hospital todo un día en observación y fue así como comenzó el via crucis para ella. Le pidieron toda una serie de exámenes médicos con diferentes especialistas, a los que no fue por falta de dinero. Cada uno de ellos le cobraba una fortuna por un chequeo y prefirió ir al centro médico de su pueblo a donde acuden todos quienes no tienen seguro médico o no tienen documentos. Fueron largas horas de espera hasta ser atendida. La cita era a las 9 de la mañana, llegaba puntual pero le examinaban a las 12, lo que significaba medio día perdido en el trabajo. Le sometieron a todo tipo de exámenes médicos, hasta que llegaron a la conclusión de que el mal de Carla estaba en su corazón.

Ella está joven, no llega a los 30 años de edad y teme por su vida. Le amarga la idea de dejar huérfana a su niña que apenas tiene 3 añitos. Piensa en la muerte como un hecho cercano y las depresiones le acechan todo el tiempo, especialmente porque le han advertido que si sigue faltando podría perder el trabajo. Algunas de sus compañeras le ayudan a cumplir con el trabajo asignado cada día y le cubren el puesto cuando ella se esconde en algún rincón a llorar su desgracia.

En los próximos días recibirá el diagnóstico del cardiólogo, quien le ha advertido que es muy probable que deba someterse a una operación, lo que significa un nuevo golpe a su maltrecho corazón por los altos precios que deberá pagar. La última opción que tiene es regresar a su país, dice, sin operación ni tratamiento, a morir en tierra conocida, donde por lo menos tendrá quien llore su ausencia.

La ausente

Era la mujer más linda de la factoría y se fue. Los corazones de los hombres quedaron rotos, sus sentimientos heridos y las mentes perturbadas. Es una exageración dirán algunas voces discrepantes. Pero es cierto. Ella con su presencia llenaba de luz el ambiente casi sórdido de la factoría. Con su risa cautivaba a todos los hombres y se sentían dichosos cuando ella se ponía a conversar por breves minutos.

Se llevaba bien con las mujeres pero prefería a los hombres, tal vez para escuchar cada suspiro y sentirse halagada con tantas palabras de elogio que recibía de ellos. En los momentos de descanso le gustaba hacer bromas de doble sentido que en su boca sonaban como algo sensual, pero si lo decía otra sonaba como algo grotesco. Y ella se fue sin decir nada a nadie, ni siquiera a los supervisores que también estaban prendidos de sus encantos.



Ahora los hombres se reúnen en el baño para recordarla, es el único sitio donde se puede hablar a lengua suelta. Uno recuerda su figura; otro describe cómo le quedaban esos jeans ajustados que gustaba vestir; aquel se engolosina de sus labios y su risa. Todos coinciden en que su ausencia es una tremenda pérdida difícil de superar, claro, está el tiempo, el implacable.



Ante tanta conmoción una mujer se encarga de difundir los peores defectos de la ausente y como una sentencia final -que a todos les cae como un golpe bajo-, dice: “ella se fue porque ya se cansó de tanto robar”.

La punta de la naríz

Hay ocasiones en que los relatos de Gabino más bien parecen chambres como dicen los hermanos Centroamericanos a los chismes. Pero el propósito de narrar este tipo de cuentos es el de compartir las vivencias que se escuchan en la factoría cada día. Los temas surgen espontáneos y muchas veces sorprenden a los oyentes por tratarse de hechos casi extraordinarios o increíbles que se sustentan en la verdad, según dicen.

Y es así que hace cinco años Marlene decidió emigrar a Estados Unidos para mantener a su familia. Ella dejó a Eduardo, su esposo, a cargo de sus cuatro hijos de cinco, cuatro, dos y un año de edad. Pasaron tres años sin novedad, ella enviando dinero y él administrándolo en su tierra. Pero a partir del cuarto año comenzaron a llegar noticias inquietantes sobre el comportamiento de Eduardo. A Marlene le contaban que tenía descuidados a los niños, que apenas les alimentaba y la ropa que ella enviaba para ellos desaparecía inmediatamente. Se hablaba de infidelidad pero en voz baja. Marlene llamaba por teléfono a su casa cada quince días y en las conversaciones con Eduardo todo parecía normal, él le aseguraba que todo era habladuría de la gente envidiosa y siempre buscaba pretextos para evitar que sus hijos hablaran con ella.

Así llegó el quinto año. Eduardo se volvió grosero y mostraba poca paciencia cuando ella le llamaba por teléfono. Comenzó a exigirle más dinero para mantener a los niños y montaba en cólera cuando ella le sugería buscar trabajo porque acá las cosas no marchaban bien. Las quejas contra Eduardo continuaban y la última vez que llamó le contestó su hija Mónica que ya tenía diez años. Aprovechando que su papá no estaba presente, entre sollozos le contó que él había llevado a una mujer a vivir en su casa, que ella les pegaba, que apenas les daban de comer y les obligaba a servirle. La niña y sus hermanos habían abandonado la escuela y ahora ya no querían seguir allí, porque no soportaba tanto maltrato.
Marlene sintió una punzada de dolor en el corazón y la rabia le impulsó a tomar el primer avión que estuvo a mano, tanto es así que llegó a su país sin avisarle a nadie. Llegó a su casa y lo primero que miró fue a sus hijos jugando en el patio lleno de basura. Estaban como pordioseros, sucios, flacos, con la ropa rota. Llena de rabia entró y encontró a Eduardo acostado con una mujer. Marlene se lanzó sobre Eduardo como una fiera, era tanta su ira que le mordió la punta de la nariz, dio un mordisco y se la arrancó. La mujer que estaba junto a Eduardo huyó despavorida. Era tanta la sangre que perdía Eduardo que se desmayó en el acto.

Marlene llamó a los soldados del cuartel cercano y pidió que se lleven a ese mal hombre. Los uniformados se llevaron a Eduardo para el hospital donde no pudieron hacer nada porque nunca encontraron la punta de la nariz. Cabe señalar que antes de este acto violento a Eduardo se le identificaba en su pueblo por la gran nariz que llevaba con orgullo.

Desprendidos y Generosos

Por: Gabino Andino

Alfonso tuvo un accidente en su trabajo, le cayó una caja pesada en la espalda y apenas puede mover sus piernas. La empresa para la que trabajaba asumió todos los gastos clínicos y le comunicó que recibiría una compensación económica.
Alfonso, como miembro activo de su iglesia, pidió a sus hermanos en la fe para que le ayuden a llegar a las sesiones diarias de terapia. Al principio le ofrecieron sus autos para movilizarle, pero poco a poco se fueron retirando y de pronto quedó abandonado a su suerte. Haciendo un esfuerzo extraordinario y pagando un precio excesivo Alfonso llamó a un taxi y le pidió al chofer que le ayudara a llegar a su terapia. Tras un esfuerzo sobrehumano subió al taxi y partió rumbo a la que sería su última sesión por falta de transporte y dinero. Pero algo fuera de lo común sucedió. Alfonso regresó feliz a su casa y contó que el terapeuta le había presentado a una pareja de esposos, quienes de manera desinteresada se habían mostrado dispuestos a ayudarle en todo lo que necesite, desde poner a su disposición el auto para movilizarle, hasta traducirle los papeles y documentos para que reclame su indemnización.

Cada día, de manera puntual y con gran paciencia, la pareja llegaba a la casa de Alfonso, le ayudaba a subir al auto, le esperaba que terminara la terapia y le traía de vuelta a casa. Así pasaron varias semanas, lo que provocó que todos entraran en confianza, incluso varias veces los esposos le ayudaron a bañarse y cambiarse de ropa, algo que fue vergonzoso al principio pero que después fue tomado con naturalidad por el beneficiado.
Hubo invitaciones para ir de compras, invitaciones para comer o ir al cine o simplemente para ir de paseo. Nadie desconfiaba de nadie.
Cierto día, la pareja de esposos llegó con varios documentos en sus manos para que Alfonso los firmara, le dijeron que se trataba de un requisito que pedía la compañía para acelerar el proceso de indemnización. Alfonso estampó alegre su firma, los esposos se despidieron y no volvieron nunca más, desaparecieron como fantasmas, se los tragó la tierra.

Ya son meses y nadie sabe de ellos, ni siquiera el terapeuta que les presentó. Los supuestos esposos falsificaron papeles y cobraron la indemnización que le correspondía a Alfonso. El sigue esperando que alguien, por favor, le lleve a sus sesiones de terapia para ver si su salud mejora y así poder buscar la manera de recuperar su dinero y si fuera posible, dar su merecido a los estafadores.

El restaurante

El tío de Erika viajó desde su país a Nueva York por dos motivos: primero, para hacer contactos profesionales y poder ampliar su empresa y segundo, para visitar a su sobrina a la que no había visto desde hace dos años. Ella fue a recibirle al aeropuerto, le hospedó en su casa y le sirvió como guía turística en las salidas a Manhattan y a otros lugares obligados y dignos de conocerse.

El tío en agradecimiento por tanta generosidad invitó a Erika a comer en un restaurante elegante que les quedó al paso. Entraron y les llamó la atención que ninguno de los empleados y empleadas del lugar les tomara en cuenta. Siguieron detrás de otras personas hasta una sala de espera y allí se quedaron parados por largos minutos. Una muchacha rubia saludaba a los clientes, preguntaba mesa para cuántos, llamaba a un mesero o mesera y les llevaban al interior del local. Atendió a todos, menos a Erika y su tío, que quedaron solos. Llegaron otras personas, fueron atendidos y a ellos ni caso.
El tío intentó hablarle a la muchacha rubia, pero ésta con un tono displicente le dijo que allí no había trabajo, ni siquiera en la cocina. Erika le pidió a su tío que salieran y buscaran otro lugar para comer, pero él le contestó que eso era precisamente lo que quería la muchacha rubia y no le iba a dar gusto.
En perfecto inglés pidió hablar con el gerente del lugar, exigió atención y aclaró que si no les atendían iban a recibir una demanda. La muchacha rubia reaccionó casi asustada, llamó a un mesero quien les llevó hasta una mesa donde pidieron el menú, comieron sin contratiempos y dejaron una generosa propina por la forma amable en que fueron atendidos.
Dice Erika que al salir, el tío se acercó a la muchacha rubia, le dejó una tarjeta de presentación de su empresa donde se lee gerente y le invitó a visitar su país para que aprenda a convivir con otras culturas.

La chica sólo atinó a decir “I´m sorry” y rojita se movió para otro lugar, lejos de la mirada de censura del tío y de la mirada compasiva de Erika.

Sunday, March 27, 2011

El Gordo Lucho se siente culpable

Nadie diría que el Gordo Lucho tuvo un pasado violento en su vida. Es de aquellos tipos que a primera vista cae bien. Es comedido, amable y respetuoso, especialmente con las mujeres a quienes ayuda a cargar las cajas pesadas que se mueven en la factoría donde trabaja.
El Gordo es sociable y ocurrido, gusta de las bromas livianas y festeja con gracia cualquier situación cómica. Este es el perfil que muestra a todos sus compañeros y compañeras y nunca ha tenido problemas en el año que lleva trabajando en la factoría, donde se acompañó con Susana, su mujer.

Cierto día llegó a trabajar una mujer con cara de pocos amigos, no estuvo ni una hora cuando se acercó al Gordo Lucho y comenzó a insultarle. A gritos le llamó asesino y le deseó toda clase de males, terminó recogiendo sus cosas y desapareció tal como apareció, como un fantasma.
El Gordo cayó en depresión y comenzó a faltar al trabajo. Susana le contó a Gabino lo que nadie sabía. El Gordo Lucho estuvo preso cerca de dos años por intento de asesinato. Fue en la época en que las maras en Nueva York daban sus primeros pasos para consolidarse. El Gordo gustaba de beber hasta caer al piso, era como un ritual que cumplía cada semana. Cierto día estaba en compañía de un tipo con el que se puso a tomar. Salieron del bar en horas de la madrugada y se dirigieron a una estación de tren donde el tipo había dejado su auto. Allí comenzó una discusión que terminó a golpes y con el tipo inconsciente en el piso.
El Gordo se alejó caminando al andén, se sentó y estuvo a punto de dormirse cuando sintió un tremendo golpe en la espalda. Era el tipo que regresaba a vengarse con un bate de béisbol en sus manos. Hubo un forcejeo hasta que el Gordo logró quitarle el bate y comenzó una verdadera masacre. Dice Susana que el Gordo le contó que en ese momento tenía tal ira que quería matar al tipo, estaba ciego y no podía detenerse, sólo el cansancio le detuvo y fue cuando la policía le arrestó.
Tras el juicio pasó a la cárcel, cumplió el programa para controlar la ira, estuvo tres años en probatoria y al fin se convirtió en un hombre tranquilo. Todo este tiempo ha evadido juntarse con gente que conoció en su pasado y disfrutaba de su nuevo trabajo hasta que apareció la mujer en la factoría que era la mujer del tipo al que golpeó y que nunca puso recuperarse.
El Gordo Lucho se siente culpable, tiene vergüenza de volver al trabajo y ha comenzado a beber otra vez. Susana está preocupada porque el Gordo se puso violento y tiene miedo de que vuelva su pasado, y se lamenta porque siempre aparece alguien que derrumba por los suelos todo el esfuerzo por superar y dejar en el pasado cualquier error.

Friday, March 25, 2011

El dilema de Elena

Las lágrimas que vierte Elena son de rabia, de coraje, de frustración, de impotencia. Siempre ha sido una mujer luchadora, que ha criado a sus tres hijas y a sus dos hijos sin el apoyo de un padre o de un hombre. Y ahora no sabe qué hacer ni cómo componer un asunto que le quema el alma y le rompe el corazón. De un sólo tirón y para sacarse el dolor, Elena cuenta lo que le pasa.
Una madrugada, desde su país de origen, Elena recibió la llamada de su hija, quien entre sollozos le contó que su pareja le había golpeado tan fuerte que estaba a punto de perder al hijo que espera. Ella ha huido y se ha refugiado en casa de sus vecinos. La hija de Elena está embarazada de cuatro meses y su padre, el golpeador, es un criminal buscado por la ley.
El sujeto en mención es primo de su mujer y fue deportado de Estados Unidos por problemas de drogas y pandillas. Antes de ser detenido pegó a su propia madre y a quienes quisieron defenderla. Una vez en su país, sedujo a la hija de Elena, que ahora tiene 22 años y la embarazó. En este peregrinar de actos vandálicos, al sujeto le disparó la policía y a pesar de tener cuatro balas en su cuerpo sobrevivió, se repuso y ahora sigue cometiendo fechorías a diestra y siniestra. La muchacha le ha suplicado a su madre que le traiga a Estados Unidos porque no soporta más violencia en su vida. Elena ha pedido dinero y se ha puesto en contacto con un coyote para intentar salvar a su hija. El coyote no le garantiza que ella pueda cruzar o llegar a su destino. La familia de Elena le presiona para que la muchacha abandone al sujeto, pero sucede que ella ha regresado a vivir con él, en un típico caso de violencia doméstica, donde la mujer vuelve al hogar ante las amenazas del hombre.
Y he aquí el dilema que le ha quitando el sueño a Elena y le arranca tantas lágrimas: si la muchacha logra llegar a Estados Unidos, peligraría la vida de toda la familia de Elena en manos del delincuente, quien buscaría venganza por el abandono. Si la chica no logra cruzar la frontera, Elena perdería el dinero que suma varios miles. Si deja que la muchacha siga viviendo con el sujeto, podría ser asesinada porque hace poco se supo que él le disparó a los pies sólo porque no quiso darle comida. Y una más, si la muchacha llega a este país, nadie quiere ser responsable de recogerle cerca de la frontera, que es donde se compromete a dejarle el coyote, es decir, si Elena fuera por ella, existiría el peligro de ser deportada porque no tiene documentos. Como se ve, esta historia tiene tantas aristas que nadie quisiera estar en los zapatos de Elena, que se halla literalmente entre la espada y la pared.

Asuntos Pendientes

En las ultimas semanas, las conversaciones en la factoría giran en torno a la violencia. La crónica roja atrapa la atención de quienes, a la hora del almuerzo, se sientan a escuchar los últimos sucesos ocurridos tanto a nivel local como internacional. Se habla con tal naturalidad de crímenes, violaciones, ultrajes, injusticias y demás aberraciones, que ya nadie se estremece al escuchar sobre tanta violencia. Uno más que otro conoce y cuenta sobre algún caso de crueldad y asesinato que pasó en su pueblo. Otros prefieren narrar sobre experiencias personales ocurridas hace mucho tiempo pero que siempre tienen tintes de agresión, de fechorías, de homicidios y de víctimas.
Y una vez más, mientras se escucha tanto exabrupto, todo el mundo almuerza y se alimenta con naturalidad, sin el menor asomo de rechazo a tales temas. De todos modos no es más que una conversación sobre algo que lo ven diariamente en televisión, lo escuchan en la radio o lo leen en periódicos y revistas. La violencia y derivados son el pan de cada día.
Será por este clima de tensión permanente que la última pelea entre dos trabajadoras no provocó la reacción de nadie en la factoría, lo único que se hizo fue separarles mientras rodaban por el suelo agarradas de los cabellos e intentando hacerse el mayor daño posible. Lo que más llamó la atención fue la manera en que se agredían verbalmente: se insultaban casi en voz baja, como en un susurro para que no se enteren de la pelea los supervisores y las suspendan. Una vez separadas y mientras se arreglaban la ropa y el cabello y se sacudían el polvo de sus ropas, las protagonistas se lanzaban miradas de odio y se ofrecían la muerte una a otra.
El comentario final de los pocos curiosos -al verles alejarse a las luchadoras- fue que las amenazas no fueron mas que palabras dichas en un momento de furia y que mañana será otro día y pronto vendrá otra pelea de otras personas que tienen cuentas pendientes. Será cuestión de esperar. Mientras tanto, en la hora del almuerzo, los trabajadores y trabajadoras de la factoría comentan sobre los nuevos actos de violencia que se vieron en la televisión la noche pasada.

Saturday, February 26, 2011

Dinero Fácil

Alex necesita dinero urgentemente y por eso cambiará el trabajo en la factoría para dedicarse a negocios sucios donde le han ofrecido ganar mucha plata fácil y rápido.
Mientras trabaja le suena el celular frecuentemente, se esconde para hablar en tono bajo y luego retoma la tarea ya sin ganas. Dice que un amigo de su amigo está en el negocio de los billetes falsos. Lo único que tiene que hacer es comprar por 25 dólares un billete falso de 100 dólares y hacerle pasar como pueda, él ganaría 75 dólares con un poco de riego o casi ninguno por la cara de niño ingenuo que tiene. Alex se pasa haciendo cálculos para ver cuánto le conviene comprar y dónde puede deshacerse de los falsos. Aunque sabe que varios muchachos han caído presos, está dispuesto a correr el riesgo.
Un día faltó al trabajo y al regresar contó que estuvo en otra ciudad intentando mover el dinero. No le fue mal pero él quiere más tiempo para ponerle empeño a su nuevo negocio. En estas andanzas conoció a otros muchachos y muchachas que están en el movimiento y dice que visten bien y a la moda, tienen el último celular del mercado, y siempre andan con dinero en la bolsa y es eso precisamente lo que él quiere.
Tal vez será por eso que hace una semana que Alex no llega al trabajo. A lo mejor más pudo la tentación y el riesgo de ganar dinero fácil que la monotonía del trabajo en la factoría.

Viejos Zapatos

Parecerá una locura decir que se siente nostalgia por un par de zapatos viejos y rotos que están a punto de botarse a la basura, pero es cierto. Ellos ya cumplieron con su ciclo: fueron aliados y cómplices, celestinos y parceros. Estuvieron en las buenas y en las malas, con sol, lluvia, nieve, lodo, arena, siempre se comportaron a la altura. Reposaron mansos en la alfombra y debajo de la cama, esperaron con paciencia por su dueño tantas veces, caminaron de la casa al trabajo y de vuelta a la casa en un círculo repetido y aburrido.
La nostalgia que siente Luis tal vez venga de la infeliz coincidencia de la despedida de Lorena y la rotura de la suela de uno de los zapatos, es decir, tanto ella como los zapatos dejaron de compartir para siempre la vida con él que les quiso un mundo. Los zapatos y ella le hicieron dichoso, cada uno a su modo. Lorena con su sonrisa iluminada, con sus ojos habladores y sus caricias que eran un bálsamo; los zapatos con esa suavidad única e irrepetible. Los dos, los zapatos y ella, participaron largo tiempo en la vida de él que será difícil olvidarles. A su memoria vienen las palabras dichas como una sentencia por una buena amiga suya: “Los hombres y los zapatos están íntimamente relacionados con las mujeres, hay zapatos que aprietan y molestan igual que los hombres, pero hay otros que se adaptan como un guante y son una maravilla”, Luis piensa si Lorena alguna vez le comparó con unos zapatos y sonríe con tristeza porque ya es tarde para averiguarlo.
Luis todavía no se acostumbra al silencio de su cuarto. A esta hora se quitaba los zapatos y se recostaba junto a ella para conversar o amar. Ahora en esta soledad profunda se repiten en su cabeza las últimas palabras que ella le dijo antes de abandonarle: “ya no podemos vivir así, me regreso a mi país, ahí tendré por lo menos para comer” y todo porque él y ella se quedaron sin trabajo y sin dinero para sostener esta relación que como se ve, más se alimentaba de comida que de amor.
Ella y los zapatos comenzarán a ser un recuerdo, aunque ahora son todavía un pensamiento nítido pero lacrimoso, pero es seguro que con el pasar de los días esa evocación se irá llenando de sombras, desaparecerá en la niebla del tiempo y el olvido. Sabe que vendrán nuevos tiempos, nuevos zapatos y una nueva pareja, pero hasta tanto nadie le quita la pena de haber perdido de un solo tajo a su pareja y a sus zapatos, que en paz descansen.
Tomará tiempo acostumbrarse y adaptarse a lo que está por venir, peor o mejor, nunca se sabe.

Clara está Enferma

De la noche a la mañana, Clara comenzó a olvidarse de las cosas, o talvez fue ese día cuando todos se dieron cuenta que algo grave le sucedía. Se despertó sin saber cómo ni dónde había amanecido. Se cobijó como protegiéndose al ver al hombre que seguía dormido a su lado. Por más que lo intentaba no podía recordar nada, tenía una inmensa laguna en la mente. Comenzó a sollozar despacito y luego las lágrimas se soltaron acompañadas de lamentos a gritos. El hombre se despertó asustado, dos niños entraron a la habitación y preguntaron qué pasaba. Clara les miró extrañada sin reconocerles, el hombre intentó consolarle pero ella salió despavorida. Los gritos de Clara causaron temor entre los vecinos que llamarron a la policía.
Tras las averiguaciones de rigor, se enteraron que Clara era la esposa del hombre que amaneció a su lado y era madre de los dos niños que entraron en la habitación. Clara no cesaba en sus lamentos por lo que los policías pidieron una ambulancia y fue llevada a un hospital para su evaluación. Tras varios exámenes se supo que padecía de la Enfermedad de Alzheimer en su estado más avanzado. Sólo hasta ese momento su familia comenzó a explicarse sobre el cambio de la personalidad de Clara, de su silencio, de su falta de ánimo, y de las constantes peleas que tenía con su esposo.
La pareja había emigrado desde Sudamérica a los Estados Unidos en los años noventa. Los niños nacieron después que ellos lograron acumular un sustento económico sólido tras largas jornadas de trabajo. El esposo de Clara cuenta que ella siempre fue reservada, de pocas palabras y a veces notaba que se quedaba como en el aire pero después reaccionaba y todo volvía a la normalidad. El habló con varias compañeras de trabajo de Clara y todas coincidieron en que la mujer se quedaba como en las nubes, como que no aterrizaba, como si estuviera ausente.
Tras el diagnóstico, los médicos le recetaron medicinas que debía tomar con un horario estricto pero Clara se negó siempre a tomar las píldoras, decía que estaba sana y que las pastillas eran para envenenarle. Eran pocos los momentos en que recobraba la lucidez y se mostraba cariñosa con todos los de la familia, hasta que un día desapareció de su casa. Su esposo fue a la policía para denunciar el caso y después de varios días de incertidumbre se supo que Clara había tomado un avión rumbo a su país de origen. Hasta hoy nadie sabe cómo lo logró o quien le ayudó. El caso es que ella vive con sus hermanos y ha perdido todo interés por la vida. Dicen ellos que es como un vegetal que se pasa mirando al vacío y en cualquier momento se desmaya. El esposo de Clara y sus hijos han logrado sobreponerse a la tragedia y ahora han comenzado una nueva vida. Ellos no pueden viajar a visitar a Clara y dicen que puede que sea mejor para todos olvidar el pasado porque eso les ayudará a mirar y planificar el futuro.

Nació el Niño

Hace una semana llegó al mundo el niño Anthony. Su nacimiento ha provocado emociones encontradas entre sus padres, sus abuelos y los familiares más cercanos. La opinión de amigos y conocidos no afecta para nada el desarrollo de los acontecimientos venidos y por venir.
Edgar, el padre de Anthony está que salta de contento aunque es su costumbre no mostrar emociones a flor de piel. Se mantiene discreto y no menciona el tema a nadie más que a las personas en quien confía. Ya hace planes para el futuro. Quiere ver a su hijo terminando la escuela y con una carrera, algo que él, por el momento, no lo ha conseguido porque abandonó la escuela y se dedicó a trabajar -y no por vago como le dicen sus familiares- sino para afrontar su responsabilidad de ser padre a sus cortos 18 años de edad. Edgar cuenta que su pareja, Ana, tiene 17 cumplidos y también se salió del colegio para no escuchar las críticas por su embarazo y porque quiere cuidar ella misma a su hijo.
La abuela de Anthony, no está contenta con su primer nieto por la simple razón de que los nuevos padres y su hijo se acomodaron a vivir en su casa. A ella, que está desempleada y separada de su esposo desde hace dos años, le ha correspondido atender a la madre primeriza, instruirle y alimentarle en las horas que Edgar está trabajando. A esto se suma la relación tirante que existe con su hijo quien le culpa de que su padre no viva con ellos. El caos se ahonda porque en esta casa viven dos tíos, sobrinos y sobrinas que se pasan criticando a Edgar y le califican con todos los nombres ofensivos que se les ocurre.
Se le pregunta a Edgar porqué decidió ir a vivir en esta especie de infierno y contesta que tiene todo el derecho porque la casa es de su padre y quienes deberían salir son los parientes injuriosos que no pagan la renta. Hace pocos días llegó a casa el padre de Edgar con un grupo de amigos. Todos estaban casi ebrios, habían tomado en honor y a la salud de Anthony. El abuelo estaba orgulloso porque su nieto nació varón y ya le ha escogido el padrino de bautizo, ha ofrecido organizarle una fiesta como nunca se ha visto por estos lados y también quiere comprarle toda la ropa y los juguetes que se merece un nieto. Edgar no cree en sus promesas porque siempre ofrece todo cuando está tomado y luego se olvida y nunca cumple.
Los amigos y amigas de Edgar le desean toda clase de éxitos como padre, le aconsejan que cuide de su nueva familia y cruzan los dedos para que no le falte trabajo, aunque el muchacho con todo el optimismo del mundo dice que es joven, fuerte y puede trabajar de los que sea, que esta no sería la primera vez que afronta desafíos y ya lo demostró cuando abandonó la pandilla y dejó de consumir sustancias dañinas para su salud como él mismo lo dice.

Armando y María

Armando llegó a Estados Unidos cuando tenía 20 años de edad. Trabajó duro y parejo por 10 años para poder traer a María a vivir con él. El cumplía 30 años cuando ella llegó. La primera impresión de María al verle fue de decepción, le encontró viejo, canoso, con arrugas, con las manos callosas, tenía un aspecto de mendigo y para rematar caminaba encorvado, como un anciano. Tras superar esta primera impresión llegó una segunda más desastrosa: Armando no servía en la cama, era un inútil. María escuchó en silencio los argumentos que el padre de su hijo le daba, era el cansancio por los dos trabajos de tiempo completo que tenía, estaba agotado, pero le ofreció alimentarse mejor, trabajar menos y juró cumplirle como ella quería.
Pasó el tiempo y no hubo mejoría, por el contrario Armando comenzó a tener crisis nerviosas, con temblores del cuerpo, sudores fríos, y casi no podía sostener nada con sus manos. Las amistades del muchacho le pusieron en contacto con una organización de apoyo que le llevó a los chequeos médicos en un hospital cercano. El diagnóstico fue atroz: tenía destrozado el sistema nervioso y no tenía posibilidad de mejoría. Desde ese día se convirtió en una carga para María que comenzó a trabajar en una factoría. Con su salario apenas podía pagar los gastos básicos y a duras penas enviaba dinero para su hijo en su tierra natal. María buscaba desesperada otros trabajos para poder comprar las medicinas para Armando pero eran tiempos difíciles. Y tomaron la decisión que les pareció más adecuada: Armando se regresaría a su pueblo y María le enviaría dinero para su super-viviencia.
Han pasado cerca de dos años y las cosas no han variado. Armando no mejora, o no quiere mejorar porque tiene quien le mantenga y María sufre porque dos veces se ha quedado sin trabajo y es la única que corre con todos los gastos aquí y allá en su pueblo. María cree que el destino es cruel. Piensa con añoranza sobre su vida pasada, la que tenía antes de venir al infierno, era pobre pero podía vivir. Ahora carga una cruz que no le corresponde y sabe que no puede dejarse vencer, por eso va a trabajar cada día con una tristeza infinita en sus ojos cansados.

El Bono

En la factoría donde labora Gabino hay cerca de 50 empleados, la mitad de ellos fueron contratados directamente por la empresa y el resto, llamados temporarios, por una agencia de empleos. Se pensaría que la responsabilidad para hacer el trabajo es compartido equitativamente pero no es así. Los empleados de la factoría trabajan 40 horas semanales y rara vez tienen sobre-tiempo, pero ganan cerca de dos dólares más por hora en relación a los temporarios, cuyo salario es el mínimo establecido por ley en Nueva York. A los empresarios no les conviene dejar que sus trabajadores laboren horas extras porque pagarían más dinero, en cambio utilizan a los temporarios quienes trabajan jornadas sostenidas de 10 horas como promedio y muchas veces 12 y 14 horas al día, sin descansos y sin tiempo para comer. El pago a ellos es menor porque solamente se calcula el tiempo excedente y nada más. Es un buen negocio según algunos entendidos en la materia.
Con estos antecedentes, un día se supo que la compañía iba a entregar bonos por los buenos resultados obtenidos el año anterior. En efecto, cada uno de los empleados de la compañía recibió un cheque adicional a su salario, se les entregó una carta directamente de gerencia donde se les agradecía por el esfuerzo demostrado y decían estar satisfechos con el empeño mostrado. A los temporarios no se les dijo nada, ni gracias, no se les tomó en cuenta, parecería que no existieran. Por cierto entre todos los temporarios y temporarias hubo malestar general, frustración, impotencia, iras, rencor, en fin, cada quien argumentaba su sentir. Se dijo que los buenos resultados por la compañía se debían exclusivamente por el esfuerzo de los temporarios y es cierto, son ellos y ellas quienes trabajan horas adicionales, llegan de madrugada y son los últimos en salir con la noche a cuestas. Realizan un trabajo eficiente a pesar de ganar menos que el resto. En algún momento pidieron incremento salarial y desde la agencia de empleos se les dijo “que agradezcan mas bien que tienen trabajo y ni se les ocurra pedir aumento” y así se terminó la ilusión de que se reconozca su dedicación y su empeño para que la compañía sea valorada en el mercado como una de las mejores. Pero los temporarios tienen un aliado casi desapercibido. Es uno de los supervisores que lleva el control de las horas trabajadas. El americano compensa el esfuerzo poniendo una o dos horas adicionales en la hoja de control semanal, con lo que de alguna manera se equilibran las profundas diferencia entre trabajadores. Y casi nadie lo sabe.

Carlitos El Terrible

Carlitos es un niño terrible. Apenas tiene nueve años de edad y ya envió a su madre a prisión. Cierta vez, el chico se portó peor que otros días y su madre optó por castigarle como hacían con ella en su tierra natal: a golpes de cinturón y cachetadas. Cuando fue a la escuela Carlitos mostró las huellas del castigo a su maestra y de inmediato se denunció el caso a las autoridades que fueron a buscar a la madre en su lugar de trabajo y la arrestaron. Estuvo tres meses encerrada. Salió libre pero ahora enfrenta la deportación por vivir sin documentos en este país. Ella debe ir a Corte cada vez; trabajadores sociales le visitan frecuentemente y todo el mundo le señala como la madre desnaturalizada que se merece todos los castigos del mundo.
La familia esperaba que Carlitos mejore su comportamiento o se arrepienta de su acto, pero sucedió lo contrario, ahora el niño es el dictador del hogar, no deja que nadie le diga nada. A su madre la tiene dominada y le amenaza cada vez con denunciarle por maltrato. El niño tiene el control de las vidas de padre, madre y hermanos. Si alguien intenta disciplinarle corre al teléfono y dice que llamará a la policía. Nadie sabe que hacer. Un vecino que vive en la casa de la familia de Carlitos intentó hablar con él, pero no es posible, el niño se las sabe todas, le contestó que si sigue hablándole le va a denunciar por acoso, entonces lo mejor es mantener cerrada la boca. Sí, Carlitos es un niño terrible.

El Personaje del Año

Cuando llega diciembre se suele nominar “el personaje del año” como una forma de homenajear a quien se distinguió durante los meses que terminan. Normalmente se busca entre personajes de la política, de la farándula, actores, actrices, deportistas, jóvenes talentosos, líderes comunitarios o aquellos protagonistas de escándalos o de vídeos caseros no autorizados. Esta designación recae normalmente sobre alguien alejado de nuestro entorno, personajes universales, intangibles, etéreos, cuya popularidad se proyecta entre nosotros por los medios de información.
Gabino se une a varias voces contrarias a tal nombramiento porque es pura fantasía, sólo fachada para vender imágenes y promover la farándula. En consenso y como un acto de justicia, estas voces disonantes han nominado este año, no a un personaje, sino a una comunidad como la más destacada de 2010.
La designación recayó sobre la Comunidad de Inmigrantes Indocumentados residentes en Estados Unidos (CIIREU).
Sí, la designación la ganó el indocumentado y la indocumentada -representados en esta comunidad olvidada por amnesia colectiva- por los logros alcanzados durante muchos años. Es histórico su valor y su coraje. Dejar la familia abandonada en busca de dinero en otro país no es un episodio heroico, ni es una decisión antojadiza: es un acto de supervivencia.

Gabino Andino
Hombres y mujeres cruzan países enteros amontonados y camuflados en camiones sin ventilación, entregan su destino en las manos de coyotes desalmados y corruptos que saben de su poder y hacen lo que les viene en gana, incluso se convierten en verdugos de aquellos que no pueden más con su cuerpo y les abandonan en zonas inhóspitas y desiertas. Con hambre, con frío, amenazados, violados, vejados, humillados, secuestrados, chantajeados, para los viajeros nada importa sino el objetivo último que es llegar al norte, aún a riesgo de la vida. Cruzar el río, saltar el muro, atravesar el desierto, llegar, llegar, esos son actos extraordinarios, sin duda.
Una vez en Estados Unidos y si lo logran, la realidad se hace evidente. El idioma que no se entiende y las consecuencias inmediatas: la explotación laboral, la explotación sexual, los trabajos más miserables, con poca paga, mal vistos por el aspecto físico, desconocidos, anónimos, fantasmas, peleándole a la vida un salario. Humillados porque se movilizan en bicicleta, amenazados por la vorágine de los autos veloces que les embisten, cuyos choferes se ríen cuando les ven caer o resbalar de su medio de transporte. Y sin embargo llegan puntuales a su sitio de trabajo, donde deben afrontar el desprecio de otros hispanos y de otras hispanas que tienen un permiso de trabajo y les miran con desprecio, como si padecieran de alguna enfermedad contagiosa.
Aquellos que lograron un estatus legal se convierten en jueces y les amenazan con llamar a inmigración para que no protesten o reclamen sus derechos.
Pero el inmigrante indocumentado es valioso por su trabajo honesto y eficaz. La mayoría de pueblos de Long Island tienen un aspecto paradisíaco, de tarjeta postal, con la hierba o grama bien cuidada, con los árboles podados, limpias las calles de basura, con un ornato de primera, y pocos reconocen que se debe al trabajo de los hispanos. Son ellos los que mantienen bellas a las ciudades de este país.
Son también generadores de riqueza para Estados Unidos. La industria se mueve por la mano de obra barata de los inmigrantes. La economía se mantiene por la productividad de los trabajadores hispanos. Los dueños y accionistas de las factorías se frotan las manos cuando el Congreso rechaza algún tipo de reforma migratoria, porque esto les permite seguir explotando esa mano de obra casi gratuita, sin pago de seguros médicos, sin días de vacaciones, sin días de enfermedad o el pago de otro tipo de compensaciones. Son esclavos modernos y todos los saben y todos lo callan porque es conveniente y beneficioso para quienes ostentan el poder. Para ellos son fuerza laboral, para ellos son máquinas de producción sin derecho a enfermarse o tomar vacaciones. Si faltan, no se les paga y si fallan son fácilmente reemplazados por otros que están desesperados por encontrar trabajo por ocupar un lugar en la línea de producción.
Los inmigrantes indocumentados luchan cada día para enviar las remesas con las que mantienen s sus familias y a sus hijos. Hacen lo imposible para enviar el dinero que les permitirá educarse, alimentarse, vestirse. Aceptan sin chistar cualquier oferta de empleo, aunque signifique dejar de lado el pudor y la inocencia. Y a pesar de tanta pesadumbre, aún mantienen su espíritu altivo. Tal vez para alejar los pesares se refugian en la música, en el baile, en los partys, se dispersan en las barras o caminando por los malls, sin dinero pero decentes y dignos. ¿Acaso esto no es suficiente para nombrarles personajes del año a todos los inmigrantes indocumentados que cada día bregan para hacer más grande a este país? ¿Acaso no son merecedores del aplauso sonoro y sostenido de quienes leen este artículo?
Gabino mantiene su sueño intacto de justicia, mantiene la esperanza de que los millones de indocumentados vuelvan a ser tratados como seres humanos con identidad. A pesar del pesimismo que se augura para los próximos meses, Gabino sabe que una reforma migratoria es posible, sí, con la participación y el apoyo de ex-inmigrantes indocumentados es posible. Lucidez y un corazón lleno de esperanza para todos y todas en 2011.

El Regreso de Luis

Luis manejaba su auto viejo por el parkway y de pronto las luces intermitentes de la policía le obligaron a parar. Su corazón latía a prisa mientras miraba por el retrovisor el patrullero y al policía que se tomaba su tiempo antes de bajar. Luis hacía memoria para recordar alguna infracción cometida, pero no, él manejaba con mucha precaución, precisamente para evitar encuentros con la ley. Al fin, el uniformado se acercó hasta la ventana del auto de Luis y habló algo que el muchacho no entendió porque no habla inglés. El policía hablaba cada vez más fuerte y Luis no decía nada, estaba petrificado en el asiento. Hasta que la puerta del auto se abrió de golpe y entendió que debía bajarse.
El policía le palpó todo el cuerpo, le sacó del bolsillo una vieja billetera a la que desarmó en busca de algo que no encontró. Luego buscó en el auto palmo a palmo y por último le llevó esposado hasta el patrullero. Después los acontecimientos pasaron a una velocidad increíble. Tras su detención, Luis pasó a manos de agentes de inmigración por estar indocumentado, le movilizaron por varias prisiones en diferentes Estados y después de tres meses le deportaron a su país de origen.
Mientras estaba detenido su familia comenzó a peregrinar por las oficinas de diferentes abogados. Todos ofrecieron resolver el caso pero a cambio de sumas increíblemente altas de dinero. Terminaron con un abogado americano que tras el pago de varios miles de dólares prometió poner en libertad a Luis. Puro ofrecimiento. Nunca apareció ante la Corte y nunca hizo nada para evitar la deportación de Luis. La familia pidió al abogado el dinero de vuelta pero recibió amenazas y decidió dejar también como perdido.
Mientras tanto ya había llegado a su pueblo, a sus familiares les dijo que estaba de paseo y que pronto tenía que regresar a Estados Unidos porque le esperaban su esposa y sus dos hijos pequeños, uno de ellos recién nacido.
Pasó cerca de tres semanas, se endeudó y emprendió el viaje de regreso, el mismo que había hecho hace cinco años, sólo que esta vez traía la idea fija de reunirse con su familia. La última vez que habló con su esposa fue hace un mes y desde allí sólo el silencio. La mujer de Luis sonríe esperanzada, sabe que la tenacidad de su esposo le permitirá evadir cualquier obstáculo. Ahora dice que sería maravilloso que llegue antes de fin de año porque para navidad no vino, ella quería ir con Luis a comprar juguetes para sus niños y ropa para los dos. Dice que lo hará cuando él llegue, aunque sea a mediados de año, porque está convencida de que así será y ella siempre acierta.

La Novena

Miguelito siempre fue un niño bueno. Según decían los mayores, ya se había ganado el cielo porque era comedido, hacía los mandados rápido y sin protestar, ayudaba a su mamá en el cuidado de sus otros hermanitos y buscaba la forma de entretenerlos mientras ella salía a trabajar. Siempre estaba de buen humor y esto se notaba al mirarle la sonrisa permanente en su rostro moreno, bronceado por el sol, especialmente cuando disfrutaba de los juegos al aire libre y de la libertad de vagar por los solares alejados de la ciudad.
Un día de diciembre, Miguelito se enteró que en el sector del rastro o camal se había organizado una Novena. Le explicaron que en la Novena se rezaba, se cantaban villancicos, se aprendían pasajes bíblicos donde se resaltaba la bondad y la caridad hacia los semejantes y se colocaba una figura en el pesebre o nacimiento, hasta concluir con la colocación de la figura del niño Jesús el día de su nacimiento, es decir, el día de la Navidad. Al final de cada jornada a los niños y niñas asistentes se les agasajaba con caramelos, galletas o cualquier golosina. Miguelito siempre llegó puntual durante los 9 días de la novena, sobre todo porque se les dijo que a los más puntuales se les entregaría un regalo al otro día de Navidad. Miguelito disfrutaba del aroma del incienso que se quemaba junto al pesebre y la penumbra creada por el humo le ayudaba a imaginar un mundo de sueños. Miguelito nunca había recibido un regalo en ninguna fecha, así que su corazón latía de emoción al saber que le darían un presente navideño.
Y llegó el día esperado. Miguelito salió corriendo de su casa rumbo al rastro creyendo ser el primero, pero su sorpresa fue mayúscula al llegar y mirar que había decenas de infantes haciendo fila para recibir los regalos. Mientras se formaba entre los últimos, se fijó que casi ninguno de los niños y niñas habían asistido a la novena y sin embargo comenzaron a recibir juguetes que les entregaba una señora que tampoco él conocía. La fila avanzaba lentamente. Miguelito miraba impotente cómo llegaban más niños y se metían a la fuerza en la fila sin respetar el orden de llegada. Comenzó a temer lo peor, pero tenía la esperanza de que le guardarían su regalo por haber ido cada noche a la Novena, pero no fue así. La señora que repartía los regalos, con voz chillona, anunció que los juguetes se habían terminado y dijo que si se portaban bien, el próximo año se ganarían un regalo mejor que el que nunca recibieron. A Miguelito se le llenaron los ojos de lágrimas. No podía entender porqué no recibió su presente navideño si él había asistido puntual a la novena, había cantado con ganas y a todo pulmón, había rezado con fe y había escuchado con atención las lecturas bíblicas. No entendía tanta injusticia y en medio de su frustración e impotencia, prometió no ir nunca más a las novenas y decidió portarse lo más mal posible porque ser bueno no le había servido de nada. Cabizbajo regresó a su casa a seguir cuidando a sus hermanitos.