Friday, August 5, 2011

Con el otro

El silencio de Marcela se fue extendiendo hasta hacerse eterno. Gregorio no entiende razones y quiere regresarse para encontrar las causas y recuperar su amor. Demasiadas opiniones contrarias le rodean y le perturban aún más el ánimo que está por los suelos. Los pesimistas le aseguran que su novia ya tiene otro, los optimistas que no, que ella sólo está pasando por una crisis y todavía le espera.
Gregorio cuenta los días sin escuchar la voz de su amada y se estremece al comprobar que pasan de noventa.
A medio mundo le ha contado su historia: El viaje que casi le cuesta la vida le tomó más de dos meses y ya en Estados Unidos, Gregorio llamaba por teléfono cada día a Marcela. Ambos se extrañaban, se sentían solos y abandonados y el escucharse aliviaba en algo esa angustia. Hacían planes para el futuro y no desechaban la idea de casarse. El dinero no compensaba la separación, tal vez por eso se fijaron un año de plazo para volverse a reunir. Pasaron seis meses y las conversaciones antes largas se convirtieron en saludos de minutos. Gregorio tenía dos trabajos y hablar largo le producía sueño, por eso se limitaba a contarle que había hecho un giro y que pronto le llamaría, colgaba y se precipitaba a dormir.
Sucedió que le despidieron del trabajo de la noche y sintió casi alivio porque ahora sí podría hablar con su novia, pero ya era tarde, ella era quien le contestaba con monosílabos y cierto día le comentó que sería mejor que no la llame. Lo que más le dolió en el alma a Gregorio fue escuchar a Marcela, su novia, decir que su dinero no le interesaba y que cada centavo que él le había enviado estaba depositado en un banco. Si reunir dinero para vivir juntos fue lo que le motivó a venir a Estados Unidos y ahora ella le hablaba de ese modo.
“Así sucede siempre”, escucha Gregorio; “menos mal que el dinero está intacto”, oye el muchacho; “recoge la plata y venite de vuelta”, le recomiendan los audaces quienes le sugieren que antes castigue a la traidora porque seguro está “con el otro”.

Dos bandos

George el jefe, se fue de vacaciones y la factoría se convirtió en un infierno. Dos bandos bien definidos aparecieron como por arte de magia: uno que apoya al supervisor ausente y el otro que está a favor de su reemplazo.
Desde las primeras horas del lunes, cuando se supo que George había tomado vacaciones, el ambiente se volvió irrespirable, parte por el calor de verano y parte por las tensiones. Jim que tomó el lugar de George es supervisor en otra área, pero decidió rodearse de su gente de confianza y les designó las tareas que les corresponde realizar a las personas que trabajan con George. Cuando le preguntaron a Jim por su trabajo, les contestó que busquen algo que hacer. En ese deambular se cruzaron insultos, empujones, amagos de peleas, amenazas y se generó mucha rabia. El bando de George se puso de acuerdo para sabotear el trabajo del bando contrario y claro, se perdieron órdenes impresas, aparecieron mercaderías cambiadas o incompletas, hubo direcciones erróneas, códigos fantasmas, daño en las impresoras y todo esto el primer día. Para rematar su accionar, el bando de George salió de la factoría a las cuatro, cumplidas las ocho horas, a pesar de la gran cantidad de trabajo acumulado. Dicen que el bando de Jim trabajó hasta altas horas de la noche, recomponiendo lo dañado en la mañana.
Al otro día las cosas casi no cambiaron de tónica, volvieron los sabotajes, sólo que esta vez ya hubo denuncias en la oficina. Muchos fueron llamados ante el gerente y amenazados de despido, pero fue inútil. El día terminó con muchas caras de burla y muchas de indignación.
Con el nacer de un nuevo día, Jim recapacitó y asignó tareas al bando de George, pero ya era demasiado tarde: todos coincidieron en que no querían caridad y desempeñaron su trabajo a medio gas, lo que provocó nueva acumulación de mercadería. Se dice que el bando de Jim dejó la factoría al filo de la medianoche.
Corre el rumor de que George vuelve la próxima semana y su bando ha jurado venganza. Caerán las cabezas del bando de Jim han dicho, cueste lo que cueste. Por su parte, el bando contrario reagrupará a su gente y se preparará para un inminente ataque. Su consigna es “guerra avisada no mata gente”, por tanto, se esperan violentas acciones que se irán aplacando cuando el gerente cumpla su palabra y comience a despedir trabajadores porque no puede permitir que esas niñerías le dañen su negocio.

A control remoto

Es un espectáculo ver a Mariana hablar por teléfono. Agita las manos cuando habla a gritos, sí, aleja el celular de su oreja cuando se apasiona y comienza a dar instrucciones. Ella es mamá de tres hijos adolescentes y una niña de cinco años y a todos les controla vía telefónica.
Los hijos de Mariana se quedaron en su país y ella, desde hace dos años les disciplina, les premia, les da cariño y les da ánimo, les sana, les cría.
Ella cuenta que su casa está ubicada en una zona peligrosa, donde abunda la delincuencia, claro, antes no era así, pero ahora todos conviven con la violencia y han sido testigos de barbaridades. Mariana no desampara a sus hijos. Todos los días y a diferentes horas les llama por teléfono para saber si llegaron a casa, si hicieron las tareas, si ayudaron a su papá a cuidar a la niña, a cocinar, limpiar, hacer las compras, en fin, es como si ella estuviera presente y ellos así lo asumen.
Un día, el mayor de los hijos se quedó con los amigos y regresó tarde a casa. Mariana movió cielo y tierra hasta encontrarlo, una vecina le ubicó y a través de su teléfono le ordenó que ese momento vaya a casa y le dictó el castigo: dos semanas sin televisión, sin mesada y sin salida. La sanción se cumplió al pie de la letra y ahora, cuando uno de los chicos va a demorarse le llaman para dar aviso.
Muchos de los compañeros de Mariana en la factoría se burlan y le critican, pero ella, oídos sordos a las críticas se mantiene firme en su forma de criar a sus hijos. Cuando uno de ellos se pone rebelde, ella le grita que en una hora llegará a casa y sufrirá las consecuencias de su comportamiento. Claro, el chico se calma y las cosas vuelven a su curso normal. El esposo de Mariana es el cómplice ideal en la disciplina de los hijos y se mantiene firme en los dictados de su mujer, aunque varias veces se ha ido a dormir sin ver el capítulo de la novela de ese día.

Cuestión de tiempo

René se enteró de que su mamá baila en una barra y quiere morirse. No puede creer que ella haya sido capaz de hacerle esto, después de tanto consejo y tanto barullo para que sea un chico bueno, obediente y honesto. Ahora no sabe cómo afrontar la vergüenza que le provoca la idea de imaginar a su mamá tomando, bailando, dejándose manosear de cualquier tipo bolo que se ponga delante. Quiere morirse de sólo imaginarla bailando y riendo como una loca en la madrugada. Hasta la imagina en la cama con uno y otro y le queman las mejillas de saber que el dinero que llega a casa se gana de esa manera. A René le había dicho que estaba trabajando en el turno de la noche de una factoría y le pareció bien porque ella es la única que le mantiene y le paga los estudios.
Desde que comenzó en el supuesto trabajo, la situación económica cambió para ambos. A él le compró ropa de marca y ella cambió su apariencia, con nuevos vestidos, nuevo corte de cabello y paseos por la isla y por la ciudad. Su mamá le contó que le pagaban mejor porque demostraba dedicación y empeño, incluso le dijo que tal como iban las cosas, pensaba dejar el trabajo de la mañana en la otra factoría. Y todo era mentira.
René pocas veces le escuchaba llegar, pero cuando ella entraba al departamento, prefería simular que estaba dormido para no saludarle, porque hubiera sido el pretexto ideal para escucharle hablar y hablar sin parar, porque ese es el pasatiempo favorito de su madre. Y ahora René se pregunta cómo decirle que ella le mintió, que se enteró por un chisme de sus vecinos de su actividad. Está pensando mejor ir a la barra y sorprenderle in-fraganti a ver que le dice y cómo reacciona, pero se acobarda, tiene miedo de enterarse que el trabajo que ella hace es decente, honesto y no necesariamente tiene que ser malo para su reputación. No sabe qué hacer. Los días pasan y la indecisión se mantiene, pero tendrá que llegar el día. Todo será cuestión de tiempo.

El encuentro

Hoy es el día. Sucederá lo que estaba previsto. Será un encuentro por largo tiempo esperado. Soraya viene de una unión desastrosa que todavía no termina y Alex ha sufrido la separación forzosa de su pareja desde hace casi un año, cuando decidió emigrar a este país. El acaba de llegar a la factoría, es, lo que en el lenguaje popular se llama nueva camada, joven, atractivo, con estudios superiores y muy gentil con las mujeres.
Tras unos pocos días ya definió su círculo de amistades, entre ellas está Soraya, la hasta ahora mujer triste. Ella sufría en silencio el maltrato de su hombre. Comenzó bebiendo una vez por semana y ahora lo hace todos los días, se volvió alcohólico, ya no tiene remedio y comenzó a amenazarle a gritos y aunque no la golpea, poco falta, ya hubo sacudones. Dice Soraya con rostro de tristeza, que son meses de vivir abandonada, el tipo sólo llega a dormir la borrachera y nunca se entera si ella vive o muere o tiene alguna necesidad. Tal vez su cara triste le llamó la atención a Alex y le motivó a hablarle. Al principio hubo saludos, luego pláticas más largas y más tarde salían a tomar el almuerzo juntos. Fue en este lapso que decidieron darse una oportunidad para recomenzar sus vidas y el pacto se sellará este día.
Se supone que esto es un secreto pero en la factoría no existe nada confidencial, sólo existen secretos a voces. Todo el mundo da por hecho que se irán a vivir juntos, otros apuestan por el fracaso y muchas suspiran queriendo ser Soraya por un día. Soraya y Alex salen de la factoría, cada uno por su lado, para guardar las apariencias, pero hay muchos ojos que les siguen hasta que se encuentran en la parada del tren que llega ese momento y allí se pierde su rastro, se suben, se confunden entre la gente, y luego sólo queda la estación vacía.

Historia de un periodista indocumentado en LI

Gabino leyó con atención la noticia sobre el periodista filipino, José Antonio Vargas, que ganó el premio Pulitzer -algo así como un premio Grammy o mejor, como un premio Nobel-, sobre un reportaje de su vida de indocumentado en Estados Unidos.
De acuerdo a lo publicado, Vargas califica su vida clandestina como un infierno y confiesa estar agotado y cansado de huir durante los 18 años que tiene de vivir en este país.
Vargas vivía con miedo a pesar de haber trabajado en reconocidos periódicos como Wall Street Journal; The Boston Globe; The Chicago Tribune y por último en The Washington Post, medio que se negó a publicar su historia, lo que le favoreció para que apareciera en The New York Times que le valió el premio. En estos medios tuvo un trato digno y de reconocimiento.
Cuando Gabino leyó la historia de Vargas, inmediatamente le vino a la mente la historia que le contó un periodista amigo que vive en Long Island y que también está indocumentado.
Dicho periodista aceptó un puesto de trabajo en un semanario local, creyendo que las condiciones laborales serían idóneas. Trabajó por varios años por un mísero salario, sin opción de negociación porque la empresa supo que estaba indocumentado. Cuando intentó imponer su criterio periodístico sobre el interés empresarial le recordaron que era un simple empleado y quien tenía absoluta autoridad era la persona dueña de la empresa, -quien nunca estudió periodismo-, por tanto allí se hacía lo que ella quería. Le dijeron que su nombre como periodista no debía salir publicado en los créditos del semanario porque no era conveniente que apareciera el nombre de un indocumentado.
A pesar de ser un periodista con muchos años de experiencia en medios importantes de su país y después de haber recibido reconocimientos por su labor profesional, el semanario se encargaba de desvirtuar su trabajo y ponía en duda la capacidad de análisis y síntesis de sus textos. Muchas veces le acusaron de piratear las notas porque decían que estaban demasiado buenas para ser originales y en una ocasión se puso en duda su lealtad con la empresa cuando se le dijo que estaba vendiendo las notas a otro medio similar, a pesar de ser noticias de dominio público.
Quien lea este artículo se preguntará: qué hacía ese periodista soportando tanta miseria?, porqué no dejaba ese semanario y se iba a buscar algo mejor?, porqué toleraba tanto maltrato? Lo hizo, se fue. Como periodista objetivo creía en su trabajo, quería dar servicio a la comunidad en un lugar donde primaba el interés económico sobre el afán de informar. Consideraba que su trabajo podría ser el instrumento adecuado y no se amilanó ante tanta injusticia en su contra. Hasta que se cansó. Dejó ese medio y ahora está enfocado en otro proyecto, igualmente de servicio a la comunidad. Sigue indocumentado, haciendo su trabajo silencioso pero importante.
El caso de los periodistas mencionados ratifica que el estatus migratorio de una persona no es impedimento para demostrar sus talentos y sus habilidades y se equivocan quienes juzgan y critican a alguien por no tener papeles.
La mayoría de indocumentados en Estados Unidos deben sentirse orgullosos de saber que con su trabajo honesto y su esfuerzo diario engrandecen su espíritu y esto les convierte en seres humanos dignos, respetables y capaces de afrontar grandes retos como la lucha contra el abuso, la intolerancia, la explotación y el racismo.

No es amor

Reina asegura que conquistó a su hombre por necesidad y no por amor. Con él tuvo un hijo hace 14 años, con lo que son siete los hijos que debe mantener.
Reina era apenas una adolescente cuando conoció al hombre que sería el padre de sus tres hijos y tres hijas. Era un tipo duro aunque tierno con ella. Al principio de la unión tuvieron esa armonía que todos quisieran tener con su pareja. El se desvivía por atenderle, trabajaba de sol a sol y siempre tenía tiempo para jugar con los niños aunque estuviera cansado. Para mejorar sus ingresos aceptó un trabajo que le alejó para siempre del lado de Reina. Comenzó tomando licor y terminó en el vicio de las drogas. El hombre se convirtió en un ogro, le despidieron del trabajo y buscó refugió en su casa. Primero vendió las joyas de Reina, luego todos los enseres de la casa. La familia durmió por un año en el suelo, durante el plazo que se impuso Reina para tomar una decisión. Fue un año de violencia, de palizas brutales, de degradación moral, de entradas y salidas de la cárcel.
El hombre fue en la noche y robó el techo de la casa de su madre que había sido puesto en la mañana y eso terminó convenciendo a Reina de dar el paso final: acomodó a sus hijos en un transporte público y se fue al pueblo de sus padres donde comenzó una nueva vida llena de prioridades y de necesidades extremas pero sola. Hizo varios trabajos que no eran rentables, hasta que consiguió un puesto de venta de comida en el mercado del pueblo. Su sazón gustó tanto que la clientela hacía fila para comprar su comida. Con el dinero ganado comenzó a pagar un sinfín de deudas que había adquirido y ya hacía planes para el futuro cuando se peleó con su familia. En un solo día se encontró en la calle, con sus hijos y sin dinero, todos sus ahorros se perdieron.
Llegaba la noche cuando Victor se ofreció a darles hospedaje hasta que pudieran encontrar un sitio para vivir. El tiempo pasó y Reina siguió junto a él. Victor se convirtió en padre sustituto y terminó de ayudarles a crecer. La mayoría de hijos se fue a fundar su propia familia y ya quedan sólo dos que muy pronto levantarán vuelo. Nadie como Victor, tan callado, tan solidario, tan humano.
Hace pocos días Reina se enteró que al padre de sus seis hijos le habían matado, murió en su ley. Ella dice que guarda de él sólo los mejores recuerdos porque los malos están enterrados hace mucho tiempo. Mira hacia el lado de Victor y con convicción asegura que es con él con quien le gustaría terminar de envejecer. Las miradas de complicidad que se cruzan dicen más que mil palabras.