Friday, March 2, 2012

Una historia conocida

Y así, decidió poner fin a la furia que sentía desde que Sara le abandonó. Luis había bebido y manejaba su auto con un objetivo claro. Llegó al cuarto que había arrendado Sara, entró rompiendo la puerta y como poseído por los demonios destrozó absolutamente todo lo que allí había. Luis no sintió la presencia de la policía y recién recobró la conciencia cuando le pusieron boca abajo, le sujetaron las muñecas con unas esposas frías y le llevaron detenido.
Sara cuenta que abandonó a Luis porque no le servía para nada, ni como pareja, ni como hombre, menos como padre de sus tres hijos que esperan que les envíen dinero para seguir una vida normal en su país de origen.
Luis tiene un trabajo muy duro, dentro de un cuarto frigorífico, pero le pagan muy bien, tanto que después de una noche de bohemia todavía le alcanzaba para poner gasolina a su carro de ocho cilindros y comprar comida para la semana.
Y de la noche a la mañana vino el cambio: empezó a beber más seguido y en los últimos días ya no hacía caso a Sara, a quien ignoraba por completo, ni aún cuando ella le amenazó con dejarle. Y así lo hizo, se fue de su lado con lo puesto, no se llevó ni siquiera las joyas que Luis le había regalado. De eso ya son tres meses.
Sara comenzó a recibir mensajes de Luis en su teléfono, le pedía perdón, le rogaba que regrese, le ofrecía amor, le juraba cambiar y ella se mantuvo en su decisión, porque sabía que nada de lo prometido se iba a cumplir. Después llegaron las amenazas, los insultos y las promesas de hacerle ver quien era él, pero Sara tampoco le tomó importancia hasta el día de los sucesos.
Luis está detenido y deberá enfrentar dos cortes, la de justicia y la de inmigración, y aunque no se sabe el fin, Sara está segura de que será deportado. Siente pena por quien fue el hombre de su vida pero al mismo tiempo siente rabia porque el dueño de casa le ha pedido que repare los daños en la vivienda destrozada de inmediato y se vaya del lugar. Ella está dispuesta a rehacer su vida, por sus hijos, por su futuro y por su orgullo de mujer. Sonriendo tristemente pregunta en son de broma si alguien conoce a un hombre que no beba y que esté dispuesto a acompañarle en su camino.

Manuel en el banco

Manuel quiere cerrar su cuenta corriente porque una empleada de un famoso banco le maltrató. Fue un sábado, único día libre de Manuel, cuando llegó hasta la sucursal bancaria y se quedó asombrado ante la cantidad de gente que esperaba para ser atendida. Se acercó hasta el sitio denominado “servicio al cliente” donde una muchacha le preguntó muy seria que necesitaba.
Manuel le explicó que su cuenta estaba bloqueada y no podía retirar su dinero a pesar de tener fondos suficientes. La muchacha le dijo que anotara su nombre en un cuaderno y le advirtió que debía esperar mucho tiempo para ser atendido. Manuel le dijo que ella podría resolverle su pregunta con sólo revisar su cuenta corriente desde la computadora a su disposición y ella le dijo que esa no era su función. Manuel le contestó que anteriormente le habían ayudado a resolver dudas y ella le interrumpió diciendo que “eso fue antes”, ahora tenía que ponerse en turno como todo el mundo. Manuel le replicó que ella podría ayudar a la gente a no tener que esperar tanto tiempo por transacciones simples y eso se llamaba eficiencia, la muchacha enojada le contestó que nadie le iba a enseñar su trabajo. Manuel le dijo que en otros bancos la atención al cliente era una prioridad y recibían un trato amable. La muchacha en tono despectivo le dijo que “entonces porqué no iba a los otros bancos y dejara de quejarse”, que por último hiciera lo que creyera mejor. Manuel pidió hablar con el gerente y la muchacha le dijo que si quería hablar con él anotara su nombre en el cuaderno y esperara su turno y se alejó.
En ese momento decidió cerrar su cuenta y lo ratificó cuando quiso elevar su queja al gerente y este le respondió que no era nada, sólo un mal día de la muchacha y le despidió con una palmada en la espalda y una sonrisa de estudio.
Manuel contó su caso en la factoría y hubo más gente que había tenido experiencias similares con los bancos como incrementos en los costos por mantenimiento, cuentas bloqueadas, penalizaciones por no tener un mínimo en la cuenta corriente y cobros inmediatos por falta de fondos aunque hubiera dinero depositado en cheques, entre otros casos.
La idea que surgió fue un cierre masivo de las cuentas y pedir a la factoría que suspenda los depósitos directos. Esta historia continuará porque casualmente en estos días la prensa publicó que mas de cinco millones de personas se han cambiado de banco por la experiencia vivida por Manuel.

Amanda

Tiene 16 años de edad, es una de las muchachas más lindas de la colonia y está amenazada de algo peor que la muerte y no lo sabe. Amanda es víctima inocente de la extorsión de la mara que opera en su pueblo. Los padres de Amanda viven en Estados Unidos y al viajar la dejaron en manos de su abuela y dos tías, de eso ya son tres años.
Los padres de Amanda no han tenido mucha suerte en el norte porque no logran salir de deudas, consiguieron trabajo en una factoría y con las justas reúnen dinero para enviar a sus familiares. Y de pronto les llegó la amenaza.
Una noche recibieron una llamada telefónica de un hombre que tras averiguar si eran los padres de Amanda les exigió el envío mensual de mil dólares para que a la niña no le pase nada malo. Tras salir de la sorpresa, el padre de Amanda amenazó al hombre con denunciarle a la policía y eso fue peor, porque el hombre dijo que estaban listos más de cuarenta hombres para hacerle mujer a Amanda, les daba un plazo de una semana o ya verían las consecuencias y colgó.
Los padres de Amanda llamaron de inmediato a su pueblo donde les contaron que una persona había dejado una nota diciendo que pasaría a recoger el dinero en un plazo de cuatro días y que esperaba puntualidad. A todo esto, Amanda continúa con su vida normal, sale para el colegio, regresa a casa, habla con sus padres por teléfono y se extraña que de pronto todos se han vuelto cariñosos con ella como si se fuera a morir dice entre risas.
Los padres de Amanda apenas pudieron reunir los mil dólares de la primera cuota y ya tienen problemas para pagar la renta y cubrir los gastos de comida. Están desesperados, no saben que hacer. La mejor solución que han recibido es que traigan a Amanda a vivir con ellos en Long Island pero tienen miedo de que le pase algo malo en el viaje por tierra, sin embargo parece ser la única solución posible, aunque la vida de la abuela y las tías está en juego.

Dejar de ser pobres

Los hijos de Sara no recuerdan desde cuándo ella comenzó a perder el sentido de la realidad, sólo tienen presente su primer arrebato de locura que vino acompañado de gritos de entusiasmo por haberse ganado la lotería.
Los hijos de Sara hacen memoria y coinciden en que su madre comenzó a perder la cabeza junto cuando se quedó sin trabajo y ya no pudo pagar la hipoteca de su casa.
Sara trabajó muy duro más de 20 años en un negocio de comida y como siempre fue una mujer previsora, ahorró el dinero suficiente para pagar casi la mitad de la casa en que vivían ella y sus tres hijos. Sara se fajó sola con los gastos y la crianza de los muchachos y logró que los tres sean profesionales y responsables. Año tras año Sara pagó puntualmente sus cuentas de banco hasta que la empresa donde trabajaba cerró por quiebra. El cerco de deudas comenzó a presionarla y ella al principio resistió todo lo que pudo para evitar la asfixia. La pregunta es porqué no acudió a sus hijo en ayuda y ellos dicen, ahora que ella está encerrada, que nunca le gustó molestarles para nada, menos para pedirles dinero y tampoco supieron que las cosas iban a tener este fin. Cuando le preguntaban a Sara si estaba pagando la hipoteca ella les contestaba que sí, que lo hacía con un dinero que había guardado especialmente para tiempos de crisis y ellos le creyeron.
Sara perdió la casa y todos sus bienes, incluso los que logró tener en su país natal y un día se encontró desamparada. Le habían puesto plazo para salir de su vivienda y en ese tiempo comenzaron los signos de cambio, hablaba sola, mascullaba palabras raras, rezaba, lloraba en silencio, sufría de insomnio, y luego recorría la casa buscando fallas para hacerlas arreglar. Todavía existe un papel donde escribió las cosas prioritarias por reparar.
Sara iba y venía por su casa y aquel día, sus hijos acudieron asustados al escucharle gritar que se había ganado la lotería. Vieron que su madre había recortado decenas y decenas de papeles de periódico como si fueran billetes, los había agrupado en fajos y puesto en una maleta de mano. Cuando sus hijos llegaron les repartió emocionada diciéndoles que compartía su riqueza para que ellos no sufrieran más pobreza. Sara está en un sitio especial para dementes donde sigue repartiendo billetes a todo el mundo con la misma frase: “para que ya no sigan siendo pobres”. No se sabe si Sara volverá a ser como antes, una mujer con los pies sobre la tierra.

La green card

A Mario le salieron los papeles después de más de doce años de espera y eso es motivo de celebración con todos los amigos y familiares que estuvieron a su lado en esta larga espera.
No fueron tiempos fáciles estos de vivir sin documentos, dice Mario. Se sintió explotado en todos los trabajos a los que tuvo acceso, hizo las tareas más humillantes por pocos dólares la hora, con horarios de más de doce horas y sin pago de sobre tiempo. Un año estuvo a un paso de ser deportado. Dos veces le paró la policía por manejar sin licencia de conducir; una ocasión tuvo que pagar miles de dólares por un choque absurdo que no tuvo culpa pero el otro chofer involucrado se aprovechó de su condición de indocumentado.
Pero ahora todo es diferente. En la factoría ya no es “temporario”, su salario ha mejorado y ya tiene su licencia de manejo. Además se siente bien porque le aprobaron la primera tarjeta de crédito. Mario es un hombre feliz y su alegría es contagiosa, tanto que todos los amigos y amigas celebraron con una fiesta como si la green card de Mario fuera colectiva.

Bill habla español

Bill llegó a la factoría hace tres meses y ya habla español con soltura. Lo simpático del asunto es que no sabía ni una sola palabra del lenguaje de Cervantes y lo aprendió por una apuesta que hizo con un gringo viejo que supervisa al personal por más de diez años y apenas sabe dos que tres malas palabras. Bill hace todo lo posible por hablar español.
Lo primero que aprendió fueron palabrotas que las repite a gritos para no olvidarse. Escucharle despotricar causa carcajadas y eso le motiva para seguir preguntando por los significados y ampliar su vocabulario. “Repite como loro”, dicen algunos y tal vez ese sea el secreto para que en tan poco tiempo Bill mantenga un diálogo fluido que abarca saludos, preguntas por el tiempo, por la salud, por pasatiempos y frases de uso común, todo esto combinado con las consabidas palabrotas que las dice con una gracia contagiosa.
En la factoría hay personas que no quieren al gringo viejo y como una forma de venganza le dicen a Bill que hable español en su presencia sólo para ver como el supervisor se vuelve rojo como un tomate y en inglés masculla insultos y ofensas.
Bill cuenta en español de su divorcio, de la pelea en Corte para visitar a su hija y de la lucha que vive para dejar de fumar y beber. Cuenta que está solo y dice que le gustaría vivir con una muchacha hispana que sea linda, que tenga un lindo cuerpo y buena cabeza para que le brinde amor y le enseñe español. Bill pregunta a todas las mujeres de la factoría si quieren casarse con él para tener muchos niños café con leche, con ojos azules y ojos negros y todos gordos como el papá. Hasta el momento Bill no ha tenido suerte pero tal vez consiga novia ya mismo porque está aprendiendo a cantar bachatas y busca una chica que le enseñe a bailar y ahí puede pegar centro.

La huída

Marta huyó de su pareja en su país natal porque era un hombre violento. Sólo pasaron 8 meses y ahora huye con él dejando a su madre en el abandono.
Hace poco, Gabino narró la historia de Marta que llegó a los Estados Unidos gracias al apoyo de Elena, su madre, quien se endeudó de por vida para evitar que su hija muriera en manos de un tipo que la pegaba todos los días y la amenazaba “con volarle la cabeza si se quejaba”. Marta cruzó la frontera estando embarazada de siete meses. Se entregó a los agentes de inmigración en Arizona porque ya no podía caminar y fue enviada junto a su madre en Nueva York. Marta dio a luz a Aracely, una niña robusta y sana que es la adoración de su abuela. La niña acaba de cumplir seis meses y ahora se la han llevado sin dejar rastro alguno.
Elena no encuentra calma, está desolada, siente que se le ha ido la vida junto a Aracely y siente un profundo rencor hacia Marta porque la engañó sin piedad.
Desde que Aracely nació, Elena decidió criarla a su manera. Cada día la bañaba, la perfumaba, la alimentaba, la mimaba y la niña correspondía a este amor con una ternura que sólo una abuela puede entender. Las tres mujeres vivían en un sótano y para paliar la soledad hablaban y hablaban sin cesar, como una forma de consuelo, haciendo planes para el futuro. Marta le contaba el infierno que había vivido junto a su pareja en su pueblo natal, le narraba con lágrimas en los ojos sobre la violencia que había soportado, los golpes, los insultos, las palizas y las amenazas eran el pan de cada día, hasta el día que decidió huir y venir a refugiarse junto a su madre.
Elena contactó con un abogado para que ayude a su hija que en estos días tenía que presentarse a Corte y además se había hecho cargo del pago de la deuda de nueve mil dólares que había costado su viaje.
Mientras Elena trabajaba en la factoría, a sus espaldas se maquinaba la huída. Ahora se sabe que Marta retomó el contacto con el padre de Aracely. Se dice que el tipo pregonaba a voces que se había tatuado el nombre de su hija en el pecho y juró venir a Nueva York en su rescate. Para ablandar la coraza que se había puesto Marta, comenzó a enviarle regalos para la niña, le hizo ofrecimientos de cambio, le juró amor eterno y todos los días le lloraba por teléfono pidiéndole perdón. Marta nunca demostró nada frente a Elena, más bien le siguió la corriente en los proyectos futuros. Pensaban ir las tres a vivir en Nueva Jersey donde les ofrecían trabajo seguro y vivienda barata. También se sabe que hace un mes, el tipo logró cruzar la frontera a pesar de tener orden de deportación. Llegó a Meryland y desde allí planificó la huída final.
Elena, Marta y Aracely pasaron juntas el fin de año y se juntaron en un solo abrazo para desearse suerte en el porvenir.
Tras el feriado, Elena llegó a trabajar el martes y al mediodía recibió la noticia del dueño de casa que le contó que un tipo mal encarado había llegado a su casa, había cargado algunas maletas, había salido de prisa con Aracely en sus brazos y Marta agitada se había subido a un auto con placas de Meryland que desapareció en un instante. Cuando Elena llegó a casa en la noche sólo encontró un papel donde Marta había escrito “perdóneme mamá” y nada más.
Elena llora en silencio, por la traición, por el futuro incierto que le espera a la niña en manos de aquel tipo y por la vida que es tan cruel con ella. El único deseo que tiene Elena es volver a ver a su nieta pero no quiere perdonar a su hija y si regresa fracasada dice que no le abrirá su puerta nunca más.