Sunday, June 10, 2012

Como si nada


Y volvió, tal como se fue: en silencio. Hace unos meses, Gabino contó la historia de aquella muchacha que pidió auxilio a su madre, radicada en Long Island, para que le ayude a huir de su pareja que la golpeaba sin misericordia y la amenazaba de muerte cada tanto.
Es la misma muchacha embarazada que fue detenida en la frontera y dejada libre con la condición de acudir a su cita con un juez de migración. Es la misma que decidió, por miedo, no ir a la cita con la ley y más bien decidió esconderse para no ser encontrada con la hija recién nacida.
Esta es la misma muchacha que mantuvo en secreto su inminente huída con aquel que la golpeaba, que la insultaba, que la humillaba y la volvía como un trapo.
Es la misma que una mañana huyó del lado de su madre con destino desconocido y dejó una simple nota pidiéndole perdón por su acto. Esta es la muchacha que desapareció de la faz de la tierra durante todo este tiempo, hasta ahora que regresa.
Nadie le esperaba. Simplemente llegó de madrugada con la niña en brazos y una maleta. Entró y se quedó en la salita del sótano. El llanto de la pequeña despertó a su abuela, quien después de haber jurado olvidar a la hija ingrata, se desató en llanto de la emoción, la abrazó y besó a su nieta y luego se fue a prepararles el desayuno.
Todavía no conversan ni se ha escuchado un perdón, pero por lo poco que hablaron se sabe que la muchacha dejó a su verdugo y volvió a casa de su madre. No se sabe por cuánto tiempo. Desde la próxima semana entrará a trabajar en la factoría y ahí, tal vez, se conozcan más detalles.

A muchos les pasa


Lo que le sucedió a Jorge no es nada novedoso. Fue despedido del trabajo no bien comenzaba a reconocer el terreno.
En este ir y venir buscando mejores salarios y nuevas oportunidades, el muchacho encontró lo que le pareció la oportunidad de su vida: un restaurante de lujo. Su trabajo consistiría en lavar la vajilla y todos los trastos que se fueran usando a lo largo de ocho horas y durante los siete días de la semana. Se le ofreció un pago de cien dólares diarios fuera de libros y Jorge podría comer todo lo que se le ocurriera. Sus futuros compañeros de labores le contaron que se podría llevar la comida que suele sobrar en los restaurantes lo que le ahorraría un montón de dinero. Y lo mejor: podría hacer horas extras aprendiendo los secretos de la alta cocina como ayudante del cocinero, quien le ofreció ascenderle si mostraba ganas por aprender. Qué más podía pedirle a la vida, pensó Jorge y se fue feliz a descansar el que sería su último día libre.
Llegó puntual, saludó con el personal y se puso su nuevo uniforme que consistía en unas grandes botas de plástico, un delantal negro también de plástico y unos guantes de hule que le llegaban hasta los codos, se ubicó frente a un inmenso lavabo, abrió los grifos para regular la temperatura y movió el primer montón de platos sucios y entonces entró un tipo con cara de pocos amigos, le gritó que deje todo, que se cambie de ropa, que salga inmediatamente de su presencia y desaparezca antes de llamar a la policía. Al principio Jorge no entendía el porqué de tanta violencia y mientras salía precipitadamente, alguien le dijo que el tipo había verificado su documentación que resultó falsa.
Ya en la calle sonrió con resignación y pensó que no sería ni la primera ni la última vez que esto le habría de suceder. Se fue a aplicar a una agencia de empleos y días mas tarde llegó a la factoría donde trabaja Gabino, junto a una decena de personas con historias similares, aunque con finales distintos.

Dejar la casa


La tragedia de Lino llegó a su fin esta semana. Fueron seis años de no vivir en este mundo después del derrame cerebral que terminó con sus proyectos y sus sueños. Rosario, su mujer y sus cuatro hijos se negaron rotundamente a que desconectaran de las máquinas que mantenían vivo a Lino cuando los médicos lo recomendaron. Dijeron que eso era asesinato y desoyeron todos los argumentos lúcidos de familiares y amigos, de médicos y de enfermeras. Y después se arrepintieron.
El caso de Lino estaba perdido por lo severo del daño en su cerebro. Era un caso irreversible por el tiempo transcurrido desde que cayó inconsciente hasta que lo llevaron desde su pueblo a emergencia en un hospital elitista de la capital. No quisieron atender a Lino hasta que alguien se hiciera responsable de los gastos. El hospital exigía un depósito de cinco mil dólares antes de brindarle atención. Después de cinco horas, un amigo entregó un cheque pero ya era demasiado tarde para Lino. Pasó en terapia intensiva dos semanas y otras tres en una sala compartida. La cuenta subió a muchos miles y no hubo quien pague la cuenta. Se logró reunir el dinero por el favor de familiares y amigos, por donaciones y la venta de todas las cosas buenas que Lino había comprado años antes. El resto del dinero lo redondearon los prestamistas a los que acudió Rosario en un arrebato desesperado.
Lino salió del hospital con la recomendación de someterle a terapia para que recuperase en algo la conciencia. No había dinero para nada, menos para malgastarlo en ejercicios y piscinas dijo una de las hijas de Lino. Mejor ponerle en un centro de reposo para enfermos terminales opinó otro retoño. La dura realidad les obligó a llevar a Lino a casa y comenzar a vivir en el infierno. Los gritos y las convulsiones, las caídas y el descontrol de esfínteres provocaron una deserción masiva de la prole.
Quedaron en casa Rosario y Lino, como en un principio, sólo que ahora ella compartía su dolor con un objeto, con un vegetal, con un bulto al que sacudía con violencia para que reaccione, para que hable, para que vuelva a ser humano.
Después llegó la resignación. Rosario ya no esperaba nada de la vida y menos de su hombre. Rezaba cada día, pidiendo en voz alta la mejoría de Lino pero se estremecía ante la idea que le rondaba la cabeza al pedir desde lo más íntimo la muerte de su pareja.
Pasaron seis años y una pulmonía se apiadó de Lino. Rosario llora con lágrimas de alivio, los hijos de Lino se rasgan las vestiduras y gritan para que su padre vuelva a su lado. La vida del enfermo llegó a su fin y ahora comienza otro amanecer para su viuda, que tiene que salir de la casa porque los deudores quieren recuperar el dinero prestado y esperan que ella salga para apropiarse de lo que fue el refugio de su antiguo dueño.

De fantasmas y conciencias


Lina siente fantasmas desde que Marle murió. Después de darle el último adiós comenzó a sentir una presencia a su lado. Cuenta que un día en que hubo poco trabajo en la factoría se alejó del grupo para descansar y sintió como un frío que le pasó por la espalda. No le dio mucha importancia pero regresó agitada, casi asustada. En otra ocasión se escapó al baño para hablar por teléfono (el celular está prohibido) y mientras hacía la llamada miró unas botas negras muy parecidas a las que usaba la finada. Y obviamente estaba completamente sola.
Hace pocos días Lina llegó muy cansada a casa y decidió darse una ducha con agua muy caliente. Al salir -aunque el espejo estaba opaco por el vapor- pudo ver que destacaban unas huellas nítidas de dedos como si hubieran resbalado por la superficie.
Ante tales evidencias se han tejido muchas teorías: alguien dice que la difunta le quiere decir algo; otras voces apuntan a que sería necesario dedicarle una novena a Marle para que descanse en paz; otras personas insinúan que es extraño que Lina sienta esa presencia si no fue amiga de la muerta. Hay quien cree también que es un invento de Lina para llamar la atención.
Pero quien zanjó la discusión fue Sara. Ella lo dijo cara a cara. Afirmó que es posible que vea fantasmas por su mala conciencia, por su falta de sensibilidad con sus compañeras y por la mala cara que le puso a la muerta cuando alguna vez le pidió un favor y no lo hizo. En la factoría se espera un desenlace, a saber: si Lina sigue viendo fantasmas o las palabras de Sara pusieron fin a sus alucinaciones.

Y volvió a suceder


Ella le había prometido por el hijo que tenía con él. Sin embargo no pudo con la soledad y ahora tiene una nueva pareja. El entendió la primera vez, se sintió culpable de haberle dejado para venir a Estados Unidos a hacer fortuna para que ella no sufriera de pobreza y se sintiera como una reina, con todo a sus pies: casa, auto, dinero, compras, paseos.
Todo pasó muy rápido. El tenía seis meses en Nueva York y el primer rumor le llegó a través de un familiar. Habló con ella, lloraron, se juraron amor eterno, ella reconoció su error, según le dijo, y todo iba a volver a ser como antes. El hijo de los dos está creciendo, habla cada semana con su padre y le cuenta en detalle lo que hace y lo que sucede en casa. El trabaja de sol a sol para que su hijo vaya a un colegio privado y tenga una vida feliz. Ha pasado un año y ahora el niño le cuenta que su mamá casi no pasa en casa, que sale perfumada y regresa muy tarde. El le pregunta y ella lo niega, se enoja hasta gritar. Dice que el niño inventa, que sí sale pero regresa pronto. Y nuevamente los vecinos. Le han visto subirse cada tarde en un auto rojo y volver entrada la noche.
El no sabe qué hacer, piensa dejar de enviarle en dinero cada semana, piensa traer al niño a su lado, lo que no quiere es volver porque cometería un error, tal vez un crimen. En la factoría se le ve pensativo, camina como perdido en su dilema, ha dejado de comer. Todo porqué no sabe qué hacer.

Las ausencias


Este ha sido un mes de ausencias, unas involuntarias y otras obligadas. Merlene dejó la vida al cruzar una gran avenida. No alcanzó a llegar al otro lado porque un auto que llevaba prisa la atropelló mortalmente. Ahora ya descansa en el cementerio de su pueblo allá en su país de origen. Ella no quería ausentarse todavía, tal vez dentro de un año decía.
Luego siguió Sara. Llegó a Long Island hace siete años y desde entonces trabajaba sin descanso para mantener a sus tres hijos, sus padres y abuelos. Cada mes enviaba dinero para que sobrevivan sin penurias. Camilo el hijo de Sara tiene doce años y quiere ser independiente, no hace caso de las advertencias y por eso se montó en un potro casi salvaje que le lanzó al suelo de cabeza. Ahora está en el hospital bajo pronostico reservado, tiene una hinchazón brutal en la cabeza y los médicos han llamado a su madre para que firme su autorización y poder operarle sin responsabilidades futuras. Es posible que Camilo no se salve y muera en la operación. Sara tuvo que viajar de urgencia, ella se ausentó de pronto de la factoría, abandonando su trabajo y su vida diaria, y ahora tiene que afrontar un futuro incierto.
La madre de María ha muerto de repente. Estaba sana y buena pero un ataque al corazón le ha quitado la vida. Ahora María ha puesto la renuncia porque debe afrontar una serie de transacciones legales y de herencia. Ayer se despidió con lágrimas y dice que se va triste por esta doble pérdida. Y ayer también se fue el gringo Bill que aprendió español a gritos y sólo decía palabrotas. Se fue a buscar un mejor trabajo con mejor salario. Como se ve, las ausencias a veces no son por decisiones propias, quienes creen en el destino marcado podrán afirmar que así está escrito y otras voces defenderán las ausencias como cosas del azahar y de la vida. Lo que sí es cierto es que dejan a su paso una profunda desolación y mucha tristeza y los que quedan deberán aprender a soportarlo.

Marlene descansa

Marlene está muerta. Murió atropellada por un auto cuando corría a tomar el tren para llegar a la factoría. La muerte le adelantó el camino un año antes de que ella cumpliera su deseo de volver a su tierra y disfrutar de su nueva casa recién construida. Levantar su casa le había costado diez años de trabajo en Estados Unidos y por eso mostró con orgullo las fotografías de su nueva vivienda levantada con sudor y lágrimas, según contaba.

La estación donde Marlene trabajaba está vacía, nunca más su presencia, nunca más su buen humor y sus dichos, nunca más su mal genio y nunca más sus arrebatos de afecto.
Trabajar algún tiempo en una factoría convierte a los empleados en familia aunque cueste aceptarlo. Por tanto ha muerto una hermana, se ha llevado el futuro, truncos han quedado sus sueños de vivir los últimos años descansando. Ahora descansa en paz.
La vida de Marlene no fue fácil. Con unos hijos ingratos y un marido bebedor, prefirió venir ya adulta a sacudir su pena de tanto dolor en Estados Unidos. Aquí conoció a un hombre que a la final resultó una carga pesada por sus celos y por su amenaza de abandonarle a cada momento.
El día de la tragedia, Marlene se despidió como de costumbre, le prometió a su hombre que le llamaría al llegar al trabajo, porque así él lo exigía, y salió rumbo al tren caminando, la estación no estaba lejos. Pasó el tiempo y el hombre al no recibir la llamada salió en estampida a buscar a Marlene para recriminarle por su falta y la encontró tirada en la calle, rodeada de policías, paramédicos, bomberos y curiosos.
Pobre Marlene, terminar en el suelo, ella que tanto hablaba de subir al cielo, donde posiblemente estará ahora, después de purgar sus supuestos pecados cada día.
Marlene deja un vació terrible entre sus amigos, con los que compartió tantos días, sin quejas, llevando a solas sus problemas, mostrando su rostro sonriente, para que no le adivinen que sufría. Ella se quedó esperando, como tantos inmigrantes a los que se les quebró la vida antes de cumplir su tiempo, en un país ajeno. Ahora tendrá la oportunidad de volver a su tierra, sólo que no como ella se proponía. Descansa Marlene, descansa.