Saturday, October 20, 2012

Tal para Cual


Raúl estrena un auto del año que le ha regalado su novia después de la tremenda pelea a muerte protagonizada por ambos. Hubo tanta violencia desatada que los vecinos temían por sus vidas -las de ellos y las de los protagonistas del cuento- y todos daban por hecho que sería la última batalla pero se han equivocado.
La relación sentimental entre Raúl y Rebeca se inició hace cinco años, cuando él llegó a la agencia de empleo donde ella era secretaria para aplicar por un trabajo. Fue lo que se llama amor a primera vista, tanto así que Rebeca le consiguió una excelente posición laboral y a los tres meses de relación le regaló el primer auto. Quienes les conocen aseguran que desde la primera cita ya tuvieron problemas por celos. El muchacho abría mirado a una chica que pasaba y eso provocó la ira de Rebeca que comenzó a insultar a Raúl y a la supuesta admirada. Después discutieron en casa, él se subió al auto, aceleró y en la primera curva lo destrozó contra una casa. 
Fue el inicio de una historia sin fin de discusiones, rupturas y reconciliaciones. En cada pelea siempre se lanzaban y rompían los objetos más a mano sin importar a dónde iban a caer. Un día le rompieron la nariz a un vecino que se asomó para terciar como pacificador y en otra ocasión le cayó un vaso en la cabeza al hijo de los dueños de casa. 
La penúltima pelea incluyó vidrios rotos, puertas destrozadas a patadas, celulares hechos polvo, ropa desgarrada y ahora sí, hubo moretones y arañazos de lado y lado. La policía tuvo que llamar refuerzos para calmar a la mujer que parecía endiablada y todo por el rumor de que Raúl había estado con otra mujer.
 Después de resolver el problema ante la ley se perdonaron (una vez más). La reconciliación tuvo toda la apariencia de una nueva luna de miel con paseo por crucero incluido y que terminó con la compra del auto nuevo que ahora maneja Raúl por las autopistas de Long Island. El acuerdo alcanzado deja como vencedor al muchacho que ha conseguido que Rebeca le pague la renta y le ayude con un aporte económico semanal para sus gastos personales mientras encuentra un nuevo empleo a su gusto. 

Trabajo Extra


como están las cosas en la factoría se hace necesario buscar nuevas fuentes de ingresos. La situación es difícil para las personas que trabajan directamente para la compañía y se ha vuelto un calvario para quienes laboran en este sitio a través de una agencia de empleos.
Hace unos días se anunció el fin de las horas extras, no se pagarán vacaciones ni días de enfermedad y se han recortado al mínimo los días feriados.
Con este panorama muchos buscan la manera de redondear el salario, pero es Iván quien se lleva la medalla de oro en astucia y originalidad.
En la factoría trabaja una gran mayoría de personas que vienen de Centroamérica. Iván sabe que son buenos consumidores de pupusas y tamales, entonces emprendió con la tarea de hacer pedidos a los trabajadores, ir a un deli donde los preparan deliciosos y entregarlos personalmente, ganándose unos centavos que sumados llegan a una decena de dólares.
Iván se ha ofrecido a hacer trámites legales, ir a los consulados en Long Island o a la ciudad; llevar documentos a notarios o abogados; pagar facturas; mover autos a la mecánica, hacerlos inspeccionar, en fin, cualquier actividad que requiera salir de la factoría. El muchacho dice que gana más en estos trotes que lo que gana en un día de trabajo regular. Para cumplir con sus clientes, este chico emprendedor se reporta enfermo y listo, el tiempo es todo suyo.
Iván a sorprendido a propios y extraños con una nueva propuesta: conseguir documentos de identificación oficial tan parecidos a los reales que nadie nota la diferencia, por supuesto lo nota quien paga hasta el doble porque vale la pena invertir sobre seguro.
La imaginación de Iván no tiene límite a la hora de ganar un dinero extra. Hoy mismo reunió varios periódicos de la localidad y comenzó a buscar empleos con mejores salarios tanto para él como para quien tenga cinco dólares para pagarle por una lista con información detallada de nuevas oportunidades.
Todo mundo comenta que pronto veremos a Iván sobresalir del montón, ojalá dicen sus amigos, por sus buenas acciones y no por caminar al filo de la ley.

Como se oye llover


Luis conoció a su novia por teléfono y ahora viajó a su pueblo a casarse con ella. La conoció apenas hace tres meses, pero la urgencia de amor aceleró la decisión definitiva.
Luis llevaba más de cinco años sin pareja, estaba superando el trauma de la traición según sus palabras y cada relación que emprendía terminaba por sus celos enfermizos. Creía que todas las muchachas le clavaban puñaladas de infidelidad por la espalda, tal como hizo la madre de su hijo y por eso armaba unas escenas tan violentas que un par de veces los vecinos asustados llamaron a la policía.
Una hermana de Luis que vive en su pueblo natal le llamó por teléfono un día y le presentó a Leticia, una muchacha dulce, cariñosa y comprensiva, siempre según las palabras del enamorado.
Leticia supo manejar los celos de Luis, le hizo entender que no todas son iguales, que las mujeres a veces cometen errores y la mayoría de veces se arrepienten cuando ya es tarde. Le dijo que las mujeres tienen los mismos derechos de los hombres en decidir si son o no fieles y las decisiones que toman les afecta o les favorece por igual en el futuro.
Tantas bonitas palabras y tantos análisis profundos de la naturaleza humana provocaron en Luis el milagro: dejó de ser celoso, aceptó a Leticia con sus dos hijos y se comprometió en matrimonio en tan corto tiempo.
Antes de viajar contó que va a adoptar a los hijos de Leticia como suyos, les dará su apellido y contratará un abogado para traer a su nueva familia a vivir con él y su hijo en Estados Unidos. Pondrá todos sus bienes, que no son pocos, a nombre de su esposa y ayudará a terminar la educación a varios hermanitos de la novia.
Como siempre, las voces y las críticas no han cesado en la factoría, le dicen de todo, y él, tan enamorado, escucha tantas palabras en su contra como se oye llover. Volverá en un mes, claro, con muchas novedades.

Veinte Pasajeros


En la factoría hay días en que la gente se pone a recordar la vida que llevaban en su tierra. Muchas añoran el campo, otras la comida, las costumbres, las fiestas, las ferias, sin embargo, la mayoría se emociona al recordar los viajes. Cuentan que viajar era siempre una aventura, ya sea en los buses de transporte público, o en camiones, aupados junto a la carga y eso allá es algo normal. Lo que sí parece anormal en cambio es la vivencia que tuvo Gloria el día en que viajaba hacia Estados Unidos.
Eran las tres de la mañana y el único camión que transportaba gente se dejaba escuchar con total claridad en medio del silencio de la madrugada. El ruido del motor en marcha servía mejor que el toque de la bocina, todo mundo sabía que estaba esperando por pasajeros. Gloria debía llegar puntual a la capital para abordar otro camión que le llevaría hasta la frontera, así que salió de prisa despidiéndose de sus familiares. En el parque el chofer le ayudó a subir en la parte trasera donde ya había varias personas, veinte en total, tal como se supo después.
El camión arrancó, salió del pueblo muy despacio y ya en campo abierto el chofer aceleró la máquina y tomó la carretera. No pasaron ni diez minutos cuando el camión se volcó por exceso de velocidad. El chofer no pudo hacer nada. Gloria salió volando en la primera vuelta del camión, cayó en unas matas y desde ahí escuchó los gritos de las gentes heridas que se mezclaban con el ruido infernal de las latas destrozándose y luego nada. Se despertó tendida en la carretera, apenas se había roto un par de costillas. Hubo quince muertos y el resto heridos incluido el chofer, cosa extraña.
Pasó una semana en el hospital y ahí se enteró que la causa del accidente se produjo por venganza. Le contaron que otros camioneros por envidia habían cortado las mangueras de los frenos del camión en que viajaba y encontraron también que tenía azúcar en el tanque de gasolina.
Una vez recuperada Gloria volvió a su pueblo para re-emprender su viaje hacia el norte. Otra vez las tres de la mañana, el mismo ruido del motor encendido esperando pasajeros, el chofer que le ayuda a subir al camión y otra vez, veinte pasajeros.

Chele acelera


A Chele le gusta correr con su poderoso todo-terreno por los autopistas de Long Island y también acelera a mil por las calles urbanas de la isla. Al igual que la velocidad, al Chele le fascina tomar cerveza y es a partir de la segunda corona cuando comienza a confesar, lo que él llama, sus malas acciones o más bien los accidentes que ha provocado por conducir acelerado.
La última hazaña fue festejada con grandes carcajadas por la audiencia compuesta por muchachos que admiran al Chele y disfrutan cuando él cuenta cada golpe dado al auto del vecino, cada acelerón para ganarle a la luz en rojo, cada contra vía para ganarle tiempo al tiempo.
Chele dice que una mañana estaba atrasado a su trabajo y por ese motivo le metió la pata al acelerador. Conducía por una calle muy estrecha, de una sola vía. Iba tan de prisa que no tuvo tiempo de frenar cuando vio que un auto negro salía de retro de un garage. Dice que apenas le topó y el auto negro se volteó. Quedó con las llantas para arriba. Chele huyó de la escena y como estaba cerca de su trabajo, parqueó su carro, firmó su asistencia y se fue caminando a ver qué había pasado con el auto negro. Todo estaba lleno de policías, ambulancias, bomberos y curiosos. Chele se unió al grupo de curiosos y comenzó a preguntar si sabían quién era el culpable pero nadie había visto nada. Por un acaso Chele borró las huellas del golpe y dejó su auto escondido por varios días. Su conciencia está tranquila, argumenta, porque nadie ha muerto por su culpa y como sabe que nadie le busca ha vuelto a sus andanzas. Sigue y seguirá acelerando. Sigue y seguirá tomando y contando. No se sabe por cuánto tiempo.

El abuelo quiere regresar


El abuelo saluda y pregunta casi en un susurro: “de quién es esta casa? “Suya abuelo” es la respuesta. Una nueva pregunta, acercando la cabeza y bajando más el tono de su voz: “en dónde estamos”, “En Nueva York, abuelo”. “Te pago lo que quieras si me llevas a mi casa en Sudamérica”, dice confidente el abuelo.
Toda la familia está acostumbrada a este diálogo que se repite sin cesar cada vez que se reúne por cualquier motivo. Es que el abuelo está perdiendo la cabeza dicen los pequeños y le siguen el juego de las preguntas que él hace. No está muy viejo asegura uno de los trece hijos del abuelo, apenas tiene 75.
Quien le viera bailar pensaría que tiene menos años de vida. Baila con pasión pasodobles, tangos, boleros y le encantan los ritmos tropicales. Danza con señorío opina su mujer que ha visto morir a dos de sus hijos no hace mucho, aunque le apena que su marido haya perdido la memoria.
El abuelo quiere volver a su tierra natal aunque confunde el pueblo. En el fondo de su memoria sabe o siente que él no pertenece a este sitio a donde llegó por un chequeo médico y donde seguramente vivirá los últimos años de existencia. No puede volver por la simple razón de que ya no tiene casa a dónde llegar. Los hijos que quedaron allá la vendieron y se repartieron el dinero sin tomar en cuenta a los cinco que viven en Estados Unidos. La razón que dieron es que aquí viven igual que los gringos: como ricos, mientras allá se comen la camisa todos los días por la pobreza. Ya está a la venta un lote de tierra y unas pocas aves y ahí terminará el patrimonio del abuelo que sigue preguntando dónde está y presintiendo que aquí no pertenecen ni su cuerpo ni su alma ni su espíritu.

Siempre un Gato


En el arte de amar nada está dicho. Un encuentro puede darse en un rincón cualquiera, en un palacio con alfombras mullidas, en un solar abandonado, en un auto por ejemplo o donde la imaginación o la premura así lo exijan. Las consecuencias siempre están por verse.
Y es así que Luis quedó fascinado con Marta y ella quedó alelada con la presencia y la estampa del galán. Demasiada gente en la fiesta y un gran estorbo para su propósito. Conversaron apenas, las palabras sobraban, necesitaban un espacio privado, pero dónde.
Salieron al patio y al fondo vieron una casita de madera, se acercaron despacio como quien no quiere la cosa y vieron que estaba sin seguro. Luis como todo un hombre tomó la iniciativa, con una mano abrió muy despacio la puerta y con la otra mano atrajo hacia sí a la dama. Entró primero y en medio de la oscuridad, escuchó un chillido y un golpe en el pecho: era un gato vagabundo que espantado saltó, tratando de escapar de los visitantes. Luis cayó desmayado, según dijo por el impacto. Marta se asustó como es lógico, pero entre risas cuenta que no fue para tanto, sólo sintió pena por el muchacho que lívido pedía agua. Ella le dijo que esperara, que iba a traerle agua y colonia para el espanto y se fue para nunca más volver. Luis no se repone de su ausencia o será de la vergüenza. Eso no se sabe.

Sin Distancias


Ya van a ser dos años desde que se separaron por mutuo acuerdo. Dijeron que para siempre, pero el amor que se tienen les junta cada vez más.
Hace dos años Bernardo supo que el esposo de Elisa venía desde su país para reunirse con ella. Tuvieron que dejarse con lágrimas y con pena. Ella dijo que debía estar con su esposo por sus hijos y a pesar de no amarle. Para hacerle la vida más fácil, Bernardo se fue a vivir al norte de Nueva York, a cuatro horas de Long Island, cambió su número de teléfono y no dejó a nadie su dirección. Pero el amor todo lo puede, según dice la canción. Pasó el tiempo, el esposo llegó, se instaló y comenzó su vida junto a Elisa, pero ella extrañaba a Bernardo.
Movió cielo y tierra, averiguó, investigó, calculó y dio con el paradero de su amado. Le pidió una sola cita. Acordaron encontrarse en un sitio intermedio, cada uno manejaba su auto y el azar quiso que se encontraran en medio de la nada, en una carretera desierta, que se prestaba como el fondo ideal para la pasión. Se amaron como antes, se reconocieron como siempre y juraron seguir con este juego contra toda lógica y con tanto riesgo.
Hasta ahora todo marcha sobre ruedas, cada mes emprenden ese viaje hacia la dicha. Sus encuentros siguen siendo casuales, no por imprevistos, sino porque nada está calculado. Detienen sus autos donde se cruzan o se reconocen, mejor si es en la carretera desierta o sino en el pueblo más cercano. El caso es que todos en la factoría envidian la suerte de este amigo haitiano y muchas suspiran por la dicha de esta mujer a la que llaman infiel, pero ella se define mas bien como una persona fiel con el amor.

Santo Remedio


Regresó muy borracho cerca de la medianoche. Reina tenía prendido el televisor pero no lo miraba, era su pretexto para disimular la preocupación por la tardanza de su marido. Apenas cruzó la puerta comenzó con los insultos. Reina estaba desconcertada, él nunca le había faltado al respeto, menos intentar golpearla como ahora. El se acercó y mientras seguía con sus ofensas, lanzó su mano a la cara de su mujer. Ella logró esquivar el golpe y en un acto reflejo, cerró su puño y devolvió el golpe. El borracho cayó al piso, tal vez por la vergüenza o por el alcohol no se levantó hasta el otro día. Reina intentó hablar con él, pedirle perdón por su acto pero no tuvo oportunidad y así pasó la semana.
Llegó un nuevo viernes y él nuevamente llegó borracho. Dice Reina que su paciencia es ilimitada, que ha soportado todos los momentos malos en su vida, pero esta vez una nube nubló su vista. Cuando él intentó abrir la boca, ella se abalanzó con una escoba y a golpes le sacó de la casa, advirtiéndole con llamar a la policía si intentaba agredirle.
Santo remedio. Por fin, el marido se sentó a conversar con ella, le explicó que estaba muy tenso y molesto porque perdió dinero apostando a favor de la selección de fútbol de su país, que obviamente no ganó ningún partido. Reina se mira frágil, pero después de lo acontecido todos y todas en la factoría le miran con otros ojos.