Sunday, April 18, 2010

El juicio terminó

Gabino se mantuvo pendiente del desarrollo del juicio contra siete adolescentes que atacaron a Marcelo Lucero en Long Island, Estado de Nueva York. Sólo uno de ellos está acusado de haberle apuñalado y provocado la muerte. Mientras escribe Gabino esta reflexión, el jurado está en receso para volver a deliberar sobre la sentencia que impondrán al supuesto asesino. Gabino sabe que cualquier decisión del jurado, marcará un antes y un después en la vida de los habitantes de Long Island. Ahora comienza el verdadero reto de cambiar la historia de vida de los inmigrantes.
Gabino conversa con sus compañeros de trabajo sobre la muerte de Marcelo y le sorprende la reacción de muchos de ellos. Pocos están informados sobre el crimen, muchos no pueden definir lo que significa odio racial y varios cuentan que en algún momento sufrieron ataques a los que no dieron importancia porque no pasaron de insultos que no entendían; empujones en veredas; arranches violentos de sus gorras que fueron lanzadas lejos del alcance y muchas miradas de odio “como que me querían golpear”, cuenta uno.
A Gabino le sorprende encontrar a compañeros suyos, hispanos, que discriminan a otros por el color de su piel o por ser de un país vecino al que desprecian. Los epítetos son frecuentes, los insultos se multiplican y al escucharlos cada día ya no provocan reacciones y nadie se detiene a pensar que este es el inicio de la pérdida de conciencia sobre el odio racial y sus consecuencias. Gabino espera el veredicto sobre el caso de Marcelo, confía en que se hará justicia y mientras espera, saca de su bolsillo una hoja de papel arrugado, como si hubiera sido abierto y cerrado muchas veces, lo desdobla y al fin recuerda que alguien le hizo llegar para que lo leyera y diera su opinión sobre la prosa.
El texto es el siguiente:
Por azahares del destino, Marcelo, todos te nombran.
Eres reconocido por que estás muerto.
Fuiste atacado cobardemente y asesinado.
Ahora, Marcelo, eres un símbolo de quienes fueron humillados y callaron.
Te enfrentaste, Marcelo, no a un grupo de cobardes, te enfrentase, cinturón en mano, a todo un sistema de intolerancia y odio, de prepotencia e indiferencia.
Defendiste tu honor y el de miles que sienten rabia y frustración por no tener voz y no ser reconocidos,
Si alguien no ha visto tu último retrato después de muerto, que lo haga.
Yaces dormido pero indigna mirar tu rostro mancillado, golpeado, atacado por una pandilla vil que ahora se muestra compungida.
Están esperando perdón por sus actos canallas y suplican la rebaja de su pena.
Tras tu muerte, Marcelo, se han levantado voces.
Algunos piden paz, yo pido justicia.
Que sea Dios el que les perdone y que sean los hombres los que les juzguen.
Que tu nombre, Marcelo, nunca deje de escucharse.
Y clamo porque cada año del aniversario de tu muerte, se convierta en un referente para exigir cambios y justicia.
Que en paz descanses.

Thursday, April 1, 2010

Acto de reflexión

Cada año y desde que tuvo uso de razón, Gabino salía a presenciar la Procesión de Semana Santa que se organizaba el Viernes Santo por las calles de su pueblo. Esta caminata representaba el Vía Crucis que padeció Jesús Cristo hasta ser crucificado. Eran miles y miles de personas completamente mojadas -porque no hubo ni un solo año en que no lloviera- en actitud de penitencia, compungidos los rostros, elevando plegarias al cielo, con velas encendidas y derretidas en sus manos o envueltos en la humareda que se producía al quemar incienso. Gabino niño miraba estupefacto cómo se azotaban hasta sangrar decenas de hombres semidesnudos, descalzos, cargando pesadas cruces, con coronas de espinas hechas de ramas de rosales, incrustadas en sus cabezas. Había otros personajes disfrazados de romanos que azotaban a los Cristos criollos hasta destrozarles la piel de la espalda de donde brotaba abundante sangre. Durante el largo recorrido, muchos avanzaban de rodillas, con pesadas piedras colgadas de sus cuellos. Pero lo que más le impresionaba a Gabino eran los cucuruchos, aquellos seres vestidos con túnicas púrpuras, con la cabeza cubierta por un bonete del mismo color, donde apenas se miraban los ojos. Ellos abrían la procesión con rezos roncos dichos a media voz y tras ellos, sobre una plataforma cargada sobre los hombros de otros disfrazados, venía la figura de Cristo sangrante, con el rostro demacrado por el sufrimiento y el dolor. Mucho más tarde, Gabino se enteró de que toda esta representación de flagelo y arrepentimiento tenía que ver con la expiación de los pecados y una contundente muestra de fe con esas penitencias humillantes de un pueblo profundamente católico. Ahora que salió de su pueblo y vive en un país donde nadie se acuerda de la Semana Santa, Gabino hace un acto de reflexión. Esta vez no descansará ni un solo día como se acostumbra en su pueblo, trabajará hasta muy tarde, hasta caer rendido. Comerá pollo o carne o lo que haya en el coffe truck que llega a la factoría a hora del break y no pescado como es costumbre en estas fechas y menos disfrutará de la Fanesca, ese plato típico elaborado con pescado seco y mucha paciencia. Gabino se acuerda de la Procesión de Semana Santa y piensa si tanta fe vale la pena, ahora que vuelve el escándalo de los sacerdotes abusadores sexuales de niños y nadie hace nada por poner fin a esta práctica, por el contrario, las autoridades eclesiásticas intentan desvirtuar las acusaciones y quieren esconder tanta miseria. Gabino se pregunta si no serán estos casos los que alejan de la iglesia católica a las personas que se refugian en sectas y templos que proliferan por doquier y que también tienen su propia historia. Gabino va a narrar algunas anécdotas al respecto, pero ahora vuelve a su trabajo porque el supervisor ya le vio distraído como siempre que se pone a pensar.