Tuesday, December 14, 2010

El Accidente de Delia

Tras una lucha de más de tres años por fin Delia está embarazada. Ha sido un proceso de angustia para ella y su pareja. Muchas consultas médicas, exámenes, laboratorios, pruebas y miles de dólares invertidos, pero la espera valió la pena. La otra mañana, apenas comenzada la jornada y mientras Delia empacaba productos en la factoría, tropezó con un rodapié y salió impulsada como un proyectil. En esa fracción de segundo que duró su caída, ella pensó en su bebé y las consecuencias si caía de bruces. Entonces, en un acto reflejo utilizó ambas manos para protegerse el vientre y dejó que la inercia haga su trabajo. El golpe en el rostro fue brutal al chocar contra la banda metálica de transporte de mercadería. La sangre abundante que salía de su ceja rota puso en alerta a sus compañeras más cercanas. Los gritos de auxilio se escucharon en toda la factoría, nadie sabía cómo actuar. La sangre era abundante, manchaba la ropa de Delia, goteaba entre sus manos y caía en el piso. Alguien llegó con hielo y le aplicó en la herida. Le llevaron caminando hasta la cafetería, casi desmayada.
El supervisor, un americano viejo, llegó y tras mirar la escena estuvo a punto del desmayo. Pálido se alejó para hablar por teléfono y no tardaron en llegar los ejecutivos. Uno de ellos averiguó la causa del accidente y de inmediato dio la orden para desaparecer el viejísimo rodapié maldito y todos los rodapiés de la factoría que utilizaban hasta ese momento los empacadores y empacadoras. Ya no había evidencia. Cuando alguien preguntó se le dijo que Delia tropezó en un cartón tirado en el piso. La ambulancia y los paramédicos llegaron de inmediato, estabilizaron a la muchacha y se la llevaron casi volando rumbo al hospital con la sirena prendida a todo volumen, ruidosa y estridente. Los más preocupados llamaron a los familiares de Delia para comunicarles la desgracia.
Lo que se supo después es que a la pobre Delia recién le suturaron la herida a las 6 de la tarde, es decir, estuvo más de 10 horas sentada, casi inconsciente por el shock y el dolor y preocupada por la suerte de su embarazo.
La buena noticia es que su embarazo sigue su curso normal, la herida en su ceja tardará en sanar pero no le dejará huella y los ejecutivos de la factoría respiran aliviados después de haberle hecho firmar a Delia un documento donde se dice que no tienen ninguna responsabilidad en el accidente y no reconocerán ningún pago monetario en caso de una posible demanda.
Es decir, todos tranquilos, quedaron curados en salud.

Cargo de Conciencia

El cargo de conciencia le está matando lentamente a Vicente. Se culpa por la muerte de su amigo Carlos, que fue atropellado por un carro fantasma en horas de la madrugada, mientras conducía su bicicleta rumbo a su casa.
No se habían visto desde hace muchos años, desde que cada uno tomó rumbos diferentes una vez que llegaron a Estados Unidos. Fueron vecinos en su pueblo y por coincidencia decidieron emigrar la misma fecha. El largo trayecto al norte les tomó varios meses, y durante ese tiempo se contaron cada uno sus respectivas vidas, con detalles, se rieron de la gente de su pueblo, de las travesuras en la escuela, de la muchachas que habían conocido, es decir, de las vivencias de su juventud. Una vez cruzado el río se separaron con un abrazo y la promesa de mantenerse en contacto. Pero no fue así, casi se olvidaron.
Hasta que un día, no hace mucho, se encontraron sin proponerse. Entraron en un deli y pidieron cerveza para refrescar la garganta y la memoria y volverse a contar sus últimas anécdotas. Carlos había decidido venirse a Nueva York desde Arizona por temor a la nueva ley de persecución a los inmigrantes. No había logrado tener una familia por lo que le fue fácil salir sin remordimiento en busca de una nueva oportunidad. Llegó a Long Island y tras un breve reconocimiento de la geografía se fue a vivir a Central Islip. Encontró trabajo en una lavandería que le quedaba a 15 minutos en bicicleta desde su casa. Mientras tomaba la que sería su última cerveza, le contó entre risas a Vicente que varias veces voló de su bicicleta porque algunos autos le habían embestido.
Se hizo de madrugada cuando salieron del local y cada uno se dirigió hacia sus casas. Se prometieron un nuevo reencuentro. Carlos apenas podía mantener el equilibrio y sin embargo decidió seguir su camino a pesar del pedido de Carlos de llevarle a su casa. Le vio alejarse y se perdió en la oscuridad de la noche. Pasaron dos días y fue cuando Vicente se enteró de la trágica noticia. Se quedó desolado cuando vio el noticiero en televisión. Se pedía que alguien identifique a una persona que había sido atropellada en la madrugada pasada. La descripción física era la de Carlos, no había duda. Ahora Vicente se culpa, derrama lágrimas de remordimiento por no haber podido ponerle cerco al destino. Su pena no tiene límite, quizás con el paso del tiempo logre superar ese dolor, por ahora bebe en memoria de su amigo.

El Día del Pavo

Jaime acaba de ingresar como nuevo empleado a la factoría. Tiene menos de un mes en Estados Unidos y todo es nuevo para él. Tiene la presencia de un adolescente alto con cara de niño y unos ojos que miran todo con asombro. Todavía no logra acostumbrarse a la rutina de trabajo y se queda admirado de ver la habilidad de las mujeres para empacar la mercadería o de los muchachos cuando bajan grandes cajas de las alturas en que se hallan arrumadas. Varias veces el supervisor le ha llamado la atención por perder el tiempo y como no le entiende sólo se sonríe y sigue en su asombro.
Jaime se hizo amigo de Jimy y juntos van para todos lados. Una tarde se detuvieron ante la máquina expendedora de gaseosas y allí Gabino constató el mayor atraco que alguien pueda imaginar. Como Jaime no sabe distinguir las monedas, Jimy le asesora pero le cobra una comisión, según sus propias palabras, porque nada es gratis en esta vida. Si la gaseosa cuesta 75 centavos, Jimy le cobra un dólar. Si una bolsita de nachos cuesta 50 centavos, Jimy gana 90. Pero a Jaime no le importa, quiere aprender todo rápidamente y pone tanto empeño que todos opinan que en poco tiempo será uno de los mejores trabajadores. Pregunta por todo lo que le llama la atención.
Un día, la cafetería estuvo adornada con figuras de Halloween y el muchacho pidió que le explicaran el significado de tanta calavera y tanta alegoría a la muerte. Dijo que en su país en esta misma fecha se honra a los muertos y nadie les falta al respeto.
Llegó la temporada de Acción de Gracias y la cafetería apareció adornada con figuras de indios semidesnudos, mujeres sonreídas con trajes largos y mucha comida. Se le dijo a Jaime que en esta fecha nadie trabaja y se aprovecha para reunirse en familia y disfrutar de una comida o cena donde no debe faltar el pavo, pero alguien quiso burlarse de él y le cambió la versión conocida. Jaime con toda su inocencia salió de la factoría despidiéndose de todos y deseándoles un feliz día del pavo.

El Refugio de Luigi

Apareció un día en la factoría de un día al otro, como un fantasma. La sonora carcajada con que festeja la vida le delató ante todos los trabajadores. Desde su llegada impuso su presencia tanto por su cuerpo como por su alegría. Luigi se parece a un vikingo, debe pesar una tonelada y es tan alto como un poste. Tiene una espesa barba amarilla, que se mueve cuando ríe como si la moviera el viento, los ojos azules le brillan cuando habla, especialmente cuando aprende a hablar en español.
Pone tanto empeño que a ratos cansa porque repasa lo aprendido a gritos. Saluda y conversa con todo el mundo y siempre festeja sus propias ocurrencias con una carcajada que se escucha en toda la factoría. Cuando le preguntan cómo puede estar ahí, ganando lo poco que todos ganan porque está contratado por una agencia de empleos, Luigi se encarga de narrar su fantástica historia que no tiene final feliz.
Cuenta que una vez se ganó la lotería. Un cuarto de millón de dólares pasó por sus manos como un sueño, por lo poco que le duró y lo poco que disfrutó. Logró equipar su casa con lo último en tecnología y eso fue lo único material que compró porque el resto del dinero desapareció en menos de tres meses en fiestas, viajes y visitas frecuentes al casino. Allí su historia se vuelve misteriosa porque dice que ahora tiene una deuda tan grande que no logrará pagar mientras viva. Tuvo que huir, desaparecer y comenzar de cero. Los nuevos amigos de Luigi dice que posiblemente no se llama Luigi, que la deuda la dejó en Italia, que la casa fue embargada y la familia se refugió en algún país de Europa y que utiliza su nuevo trabajo como un refugio. Lo cierto es que Luigi no pasa desapercibido y todos anhelan que su alegría dure mucho tiempo, mientras arregla su vida.

Los Viajes de Aníbal

Otra vez se despide Aníbal de sus amistades en la factoría. Se va para su tierra. Es la tercera vez que se despide en tres años desde que Gabino le conoce. Nada tendría de extraño si Aníbal viajara de la forma en que lo hace todo el mundo. El no puede viajar en avión, así que emprende el viaje por tierra. Desde Nueva York hasta la frontera con México en bus. Una vez al otro lado, como se pueda.
El caso es que a Aníbal no le detiene nada ni el mayor control de la patrulla fronteriza, ni el peligro de los grupos armados, ni tampoco las maras. Va y viene sin problemas, dice que conoce muy bien al coyote que le ayuda a cruzar y hasta ahora ha corrido con suerte. Hace menos de un año le nació una niña y sin pensarlo dos veces pidió permiso en la factoría y se fue a conocer a su hija. Volvió a los dos meses y relató la odisea de viajar sin papeles, la aventura que vivió, el riesgo y el peligro. Aníbal es una persona que siempre habla poco y concreto, es por eso que sus relatos son ciertos.
Dice que del grupo de quince que venía hacia Estados Unidos, murieron dos en el camino, simplemente mueren por agotamiento, por sed o porque la caminata es demasiado para ellos, se dejan caer y no hay nadie que se detenga a ayudarles, el grupo sigue, sin pensar en nada ni en nadie, su único objetivo es llegar al otro lado, como sea.
A pesar de las penurias Aníbal vuelve a emprender otro viaje y seguirá haciéndolo. En estos tiempos difíciles comenzó a construir una casa en su pueblo natal y todo el mundo le dice que es una decisión arriesgada, que se puede quedar sin trabajo, que puede enfermar o puede tener problemas mayores. Aníbal contesta con una sonrisa que es peor quedarse con los brazos cruzados, sin hacer nada, impávido. Puede ser su actitud decidida lo que le ayuda, puede ser su firmeza o su carácter alegre, el caso es que Aníbal se ha convertido en un ejemplo a seguir y es así que varios jóvenes de la factoría se acercan donde él para que les enseñe cómo lo hace y es posible que ellos emprendan la ruta de Aníbal. Y es posible también que nunca vuelvan.

Los Dados

Andrés se creía un tipo con suerte…hasta ahora.Todo le iba bien desde que decidió venir a Estados Unidos. Cruzó la frontera en tiempo corto, sin problemas. El viaje a Nueva York le resultó como si de un turista se tratara. Una vez en Long Island tuvo su primer trabajo en una factoría de lámparas donde ganaba mejor que sus compañeros por la habilidad que tenía para producir y elaborar productos especiales bajo pedido.
Después se fue para una carpintería. Allí llegó como supervisor de la línea de muebles de cocina y claro, con un gran sueldo. Llegó la crisis, la factoría cerró, pero Andrés seguía con suerte porque inmediatamente comenzó su nuevo trabajo manejando el camión de la grama. Durante todo este tiempo amasó una pequeña fortuna, porque siempre ha sido ahorrador.
En su país comenzó la construcción de una casita para sus padres y hermanos. Aquí conoció a Andrea, una muchacha agraciada y compañera ideal para Andrés que no pasa de los 23 años de edad. Como se ve, al muchacho le ha ido bien en los últimos tres años, hasta ahora… que conoció a Carlos quien le metió en el mundo de los dados.
Todo comenzó como un juego, como para probar que tan afortunado era en el juego de azahar. Comenzó ganando 100 dólares, luego 200 y una sola vez llegó a ganar 800 dólares. Y ahí terminó su suerte. A partir de ese día todo ha sido pérdida tras pérdida. Cada semana acudía al deli del dominicano donde se juega a los dados en la parte de atrás del local. Allí pensó que podría ganar, pero nada. Luego alguien le llevó al sótano del turco donde las apuesta se hacen en grande, desde 500 para arriba. Esa fue su perdición. En menos de una hora perdió 5 mil dólares, casi todo lo ahorrado.
Ahora va cada noche al billar que está en un pueblo cercano y donde está Luis que es el que presta dinero a los perdedores de los dados y les motiva para que sigan jugando. Con Luis ya tiene una deuda de 3 mil dólares y sigue sumando. Andrés ha perdido todos sus ahorros, ya no envía dinero a sus padres porque ya no tiene nada, todo lo que gana lo juega a los dados.
Andrea está por irse ya no le soporta y para colmo la temporada de la grama está llegando a su fin. Parece que la fortuna le dio la espalda a Andrés que se resiste a dejar el juego, piensa que cualquier día recuperará lo perdido, pero no escucha a los sabios populares que dicen que el que juega por necesidad siempre pierde. Así ha sido y así será.

Derrotada

Ya casi no quedaba nadie en la factoría, ella era una de las últimas en salir cuando le retuvieron. El rumor se extendió como un reguero de pólvora, se dijo que ella era sospechosa de robo. Su actitud le delataba, la cabeza gacha, la mirada en el suelo, fija, sin movimiento, su rostro pálido, un ligero temblor en sus manos que sostenían dos bolsas de plástico y una cartera.
Uno de los supervisores le llevó a su oficina, mientras otro llamaba al gerente. El ambiente se volvió tenso entre los trabajadores, todos especulaban sobre lo sucedido, alguien le acusaba, extendía el dedo acusador, de pronto se convirtieron en jueces, decían que ella acostumbraba llevarse lo que no le pertenecía. Al fin llegó el gerente seguido de un séquito de esbirros y todos se encerraron en la oficina. La escena duró unos minutos eternos hasta que se abrió la puerta.
Uno a uno comenzaron a salir, primero los esbirros con mirada de triunfo como si hubieran realizado la hazaña de sus vidas, victoriosos, luego salió el supervisor con el rostro colorado, sudoroso, a continuación salió una mujer de la oficina llevando en sus manos lo que la supuesta ladrona estaba llevando, eran tonterías, nada de valor, allí se juzgaba el hecho no la cantidad en dinero.
La acusación de robo le daba mayor fuerza a la humillación de la muchacha que salió sin mirar a nadie, completamente derrotada, se dirigió a la salida seguida de las miradas de todos los presentes, abrió la puerta y desapareció entre la lluvia que caía ese momento.
Todos la acusaban, parecía que nadie en su vida había cometido un error así que todos tiraron la primera piedra para quedar perdonados por los supervisores, quienes a su vez fingían no saber que muchos llevan mercadería entre sus ropas. No se sabe sobre el futuro de ella, no se sabe si volverá, es incierto su futuro, si tendrá otra oportunidad, aunque pensándolo bien, si ella vuelve el dedo acusador estará apuntándole todo el tiempo. Nadie le perdona.

En Abandono

Ely volvió a quedar embarazada. Tiene dos niñas, la primera de un año de edad y la segunda de tres meses. Ella dice que no son producto del amor sino de la soledad. Son cuatro años de vivir en este país y desde el principio le tocó luchar a brazo partido, compitiendo por trabajo, rechazando el acoso de los hombres que la miraban como un objeto, dice, por ser bonita y alegre y buscando el dinero para enviar a su familia en su tierra natal.
Era una apariencia la alegría que se veía en Ely, era una máscara, era una mentira su risa sonora. Cuando volvía a la casa donde rentaba un cuarto se sentía absolutamente sola, se sentía abandonada, deprimida, triste, nada la consolaba. Hasta que llegó Miguel, no a su vida sino a la factoría donde trabajaba. El era un tipo alegre, ocurrido y provocador. Le hizo la corte y ella no se inmutaba. Pasaron varios meses, dice ella, hasta que una noche en que más se sentía desolada recibió la llamada de Miguel que quería invitarle al cine, ella le propuso que mejor fuera a su cuarto y allí amanecieron acompañados y alegres.
Ely creyó en las promesas de Miguel y tras varios encuentros íntimos -no de amor-, quedó embarazada. Desde que le dijo a Miguel que iba a ser papá desapareció de su vida y no sabe nada de él. Lo peor fue que en la factoría ya no le recibieron de regreso después de tener a la niña. Comenzó el calvario de buscar trabajo por muchos lugares, nadie quería cuidar de su hija en las noches cuando encontró un trabajo en un bar. Y ahí, en esa transición casi desesperada, apareció Armando, un tipo que le entregó todo, es decir plata, auto, persona y amor. Pero ella no le quiere, le aceptó en su vida porque es útil, es bueno, no toma y le quiere a la primera niña como si fuera propia.
Por un descuido volvió a quedar embarazada, la niña ya nació y el muchacho se hará responsable de todo, según se cree el porvenir está asegurado. Sólo el corazón de Ely sigue en abandono, todavía está en espera de que alguien llene ese vacío ahora no quiere pensar en nada, ocupa su tiempo criando a sus dos hijas.

Atrapados

Gabino está sorprendido por el poder de análisis de las personas que supuestamente no tienen formación académica o no han ido a la escuela. Fue una mujer ya mayor como de 60 años quien expresó con todo su corazón la frase que provocó emoción entre los presentes. Ella dijo: “los indocumentados que están en Estados Unidos viven en peores condiciones que las que vivieron los mineros chilenos dentro de la mina y no hay nadie que les rescate”. Lo dijo así, de forma tan natural que se hizo un silencio extraño en el comedor.
La conversación entre los trabajadores de la factoría, como es obvio, giraba en torno al rescate de los 33 mineros chilenos atrapados en una mina durante 70 días. Todos daban detalle de lo que habían visto o escuchado. La conversación giró hacia el minero infiel y la decisión de su mujer de no asistir al rescate como una manera de protesta. Todos y todas opinaban, muchas lapidaron al minero por tener una amante, pocos dijeron cosas a su favor, hasta que Rosario, la mujer que pocas veces habla soltó su frase.
La conversación que en un principio comenzó con euforia se puso como solemne. Carlos dijo que hay millones de trabajadores en este país que viven peor que en un socavón, sin identidad, sin derechos, sin la posibilidad de recibir ningún beneficio, con miedo de enfermar, con pánico de las cuentas si alguien llega a un hospital.
Yolanda contó que tiene una deuda de tres mil dólares por una operación de apéndice que le hicieron a su hijo y cree que nunca va a poder pagar. Alguien dijo que los mineros recibieron el apoyo de todo el mundo y los doce millones de indocumentados, a pesar de ser productivos, no reciben el apoyo de nadie, más bien se les quieres sacar a la fuerza como a los peores criminales por el simple hecho de no tener un documento reconocido de identidad. Y no hay nadie que los rescate. Los mineros salieron en televisión y todos aplaudieron dice Yolanda, mientras que los inmigrantes salen en televisión sólo cuando están atados, deportados o detenidos mientras intentan llegar a buscar una mejor vida y todo mundo tuerce la nariz.
La conversación cambió de tono cuando Luis sugirió una cápsula para abandonar este país, sin rumbo fijo, hacia un mejor sitio, donde nos quieran bien, dijo. Y entonces se escucharon muchas propuestas como ir a vivir al campo, a la selva, a las montañas, a criar gallinas, a cosechar café, es decir, todos de alguna manera añorando la vuelta a casa, al calor del hogar, soñadores, esperanzados en días mejores, deseando la suerte de los mineros a los que todo el mundo adora.

Seguro de Vida

La vida de Magdalena se convirtió en un infierno de la noche a la mañana. Ella se casó por papeles y ahora está en proceso de deportación por una denuncia de su suegro.
Su vida siempre ha estado cruzada por situaciones adversas. Cuando era niña se enteró que el gringo que paseaba por su pueblo era su papá. En los pocos momentos felices que tuvo, recuerda cuando él le tomó de la mano y sin decirle palabra le llevó a tomar helados frente al mar y poco tiempo después desapareció. Tal vez por el recuerdo de su padre aprendió inglés y soñaba con viajar a Estados Unidos. Una asfixia permanente le oprimía el pecho, deseaba con toda el alma salir del círculo en que vivía y siendo jovencita apareció en Nueva York.
Llegó con la ilusión de ver a su padre y contaba con su ayuda. Por referencias sabía cómo encontrarle y en efecto, le halló. Ella nunca estuvo preparada para tal recibimiento. Cuando salió el gringo viejo le dijo que ella pertenecía al pasado y no quería saber nada de ella y menos brindarle su ayuda, le miró con desprecio, cerró la puerta de su casa y dejó a Magdalena otra vez desamparada. De la rabia sacó fuerzas y dignidad y decidió seguir adelante sola.
Entró a trabajar a una agencia de viajes y allí conoció al que sería su suegro. Este hombre le propuso que se case con su hijo para arreglarle su estatus, le pidió seis mil dólares y se hizo el negocio. Para pasar la entrevista en inmigración los supuestos esposos decidieron pasar juntos todo el tiempo posible para conocerse. Salían juntos, paseaban, compraban y una que otra vez se amaron y se conocieron en la intimidad, incluso, dice ella, llegaron a quererse. Tras recibir la residencia fueron separándose, las visitas no eran frecuentes pero se mantenían en contacto.
Una mañana le llamaron a Magdalena para informarle que su marido había muerto en un accidente. Ella se encargó de todos los trámites legales y tras la cremación conservó las cenizas en su casa. Hace poco se enteró que su esposo tenía un seguro de vida y le había nombrado heredera universal de todos sus bienes y allí comenzó la tragedia. El suegro le llevó a la Corte donde denunció que su matrimonio había sido arreglado y reclamaba todo el dinero para él. No se sabe el fin de esta historia.
Magdalena espera la deportación, destrozada, sin ganas de vivir y sin ilusiones, por si acaso ya comenzó a vender lo poco de valor que tiene para llevar algo de dinero al pueblo al que juró jamás regresar.