Saturday, February 26, 2011

Dinero Fácil

Alex necesita dinero urgentemente y por eso cambiará el trabajo en la factoría para dedicarse a negocios sucios donde le han ofrecido ganar mucha plata fácil y rápido.
Mientras trabaja le suena el celular frecuentemente, se esconde para hablar en tono bajo y luego retoma la tarea ya sin ganas. Dice que un amigo de su amigo está en el negocio de los billetes falsos. Lo único que tiene que hacer es comprar por 25 dólares un billete falso de 100 dólares y hacerle pasar como pueda, él ganaría 75 dólares con un poco de riego o casi ninguno por la cara de niño ingenuo que tiene. Alex se pasa haciendo cálculos para ver cuánto le conviene comprar y dónde puede deshacerse de los falsos. Aunque sabe que varios muchachos han caído presos, está dispuesto a correr el riesgo.
Un día faltó al trabajo y al regresar contó que estuvo en otra ciudad intentando mover el dinero. No le fue mal pero él quiere más tiempo para ponerle empeño a su nuevo negocio. En estas andanzas conoció a otros muchachos y muchachas que están en el movimiento y dice que visten bien y a la moda, tienen el último celular del mercado, y siempre andan con dinero en la bolsa y es eso precisamente lo que él quiere.
Tal vez será por eso que hace una semana que Alex no llega al trabajo. A lo mejor más pudo la tentación y el riesgo de ganar dinero fácil que la monotonía del trabajo en la factoría.

Viejos Zapatos

Parecerá una locura decir que se siente nostalgia por un par de zapatos viejos y rotos que están a punto de botarse a la basura, pero es cierto. Ellos ya cumplieron con su ciclo: fueron aliados y cómplices, celestinos y parceros. Estuvieron en las buenas y en las malas, con sol, lluvia, nieve, lodo, arena, siempre se comportaron a la altura. Reposaron mansos en la alfombra y debajo de la cama, esperaron con paciencia por su dueño tantas veces, caminaron de la casa al trabajo y de vuelta a la casa en un círculo repetido y aburrido.
La nostalgia que siente Luis tal vez venga de la infeliz coincidencia de la despedida de Lorena y la rotura de la suela de uno de los zapatos, es decir, tanto ella como los zapatos dejaron de compartir para siempre la vida con él que les quiso un mundo. Los zapatos y ella le hicieron dichoso, cada uno a su modo. Lorena con su sonrisa iluminada, con sus ojos habladores y sus caricias que eran un bálsamo; los zapatos con esa suavidad única e irrepetible. Los dos, los zapatos y ella, participaron largo tiempo en la vida de él que será difícil olvidarles. A su memoria vienen las palabras dichas como una sentencia por una buena amiga suya: “Los hombres y los zapatos están íntimamente relacionados con las mujeres, hay zapatos que aprietan y molestan igual que los hombres, pero hay otros que se adaptan como un guante y son una maravilla”, Luis piensa si Lorena alguna vez le comparó con unos zapatos y sonríe con tristeza porque ya es tarde para averiguarlo.
Luis todavía no se acostumbra al silencio de su cuarto. A esta hora se quitaba los zapatos y se recostaba junto a ella para conversar o amar. Ahora en esta soledad profunda se repiten en su cabeza las últimas palabras que ella le dijo antes de abandonarle: “ya no podemos vivir así, me regreso a mi país, ahí tendré por lo menos para comer” y todo porque él y ella se quedaron sin trabajo y sin dinero para sostener esta relación que como se ve, más se alimentaba de comida que de amor.
Ella y los zapatos comenzarán a ser un recuerdo, aunque ahora son todavía un pensamiento nítido pero lacrimoso, pero es seguro que con el pasar de los días esa evocación se irá llenando de sombras, desaparecerá en la niebla del tiempo y el olvido. Sabe que vendrán nuevos tiempos, nuevos zapatos y una nueva pareja, pero hasta tanto nadie le quita la pena de haber perdido de un solo tajo a su pareja y a sus zapatos, que en paz descansen.
Tomará tiempo acostumbrarse y adaptarse a lo que está por venir, peor o mejor, nunca se sabe.

Clara está Enferma

De la noche a la mañana, Clara comenzó a olvidarse de las cosas, o talvez fue ese día cuando todos se dieron cuenta que algo grave le sucedía. Se despertó sin saber cómo ni dónde había amanecido. Se cobijó como protegiéndose al ver al hombre que seguía dormido a su lado. Por más que lo intentaba no podía recordar nada, tenía una inmensa laguna en la mente. Comenzó a sollozar despacito y luego las lágrimas se soltaron acompañadas de lamentos a gritos. El hombre se despertó asustado, dos niños entraron a la habitación y preguntaron qué pasaba. Clara les miró extrañada sin reconocerles, el hombre intentó consolarle pero ella salió despavorida. Los gritos de Clara causaron temor entre los vecinos que llamarron a la policía.
Tras las averiguaciones de rigor, se enteraron que Clara era la esposa del hombre que amaneció a su lado y era madre de los dos niños que entraron en la habitación. Clara no cesaba en sus lamentos por lo que los policías pidieron una ambulancia y fue llevada a un hospital para su evaluación. Tras varios exámenes se supo que padecía de la Enfermedad de Alzheimer en su estado más avanzado. Sólo hasta ese momento su familia comenzó a explicarse sobre el cambio de la personalidad de Clara, de su silencio, de su falta de ánimo, y de las constantes peleas que tenía con su esposo.
La pareja había emigrado desde Sudamérica a los Estados Unidos en los años noventa. Los niños nacieron después que ellos lograron acumular un sustento económico sólido tras largas jornadas de trabajo. El esposo de Clara cuenta que ella siempre fue reservada, de pocas palabras y a veces notaba que se quedaba como en el aire pero después reaccionaba y todo volvía a la normalidad. El habló con varias compañeras de trabajo de Clara y todas coincidieron en que la mujer se quedaba como en las nubes, como que no aterrizaba, como si estuviera ausente.
Tras el diagnóstico, los médicos le recetaron medicinas que debía tomar con un horario estricto pero Clara se negó siempre a tomar las píldoras, decía que estaba sana y que las pastillas eran para envenenarle. Eran pocos los momentos en que recobraba la lucidez y se mostraba cariñosa con todos los de la familia, hasta que un día desapareció de su casa. Su esposo fue a la policía para denunciar el caso y después de varios días de incertidumbre se supo que Clara había tomado un avión rumbo a su país de origen. Hasta hoy nadie sabe cómo lo logró o quien le ayudó. El caso es que ella vive con sus hermanos y ha perdido todo interés por la vida. Dicen ellos que es como un vegetal que se pasa mirando al vacío y en cualquier momento se desmaya. El esposo de Clara y sus hijos han logrado sobreponerse a la tragedia y ahora han comenzado una nueva vida. Ellos no pueden viajar a visitar a Clara y dicen que puede que sea mejor para todos olvidar el pasado porque eso les ayudará a mirar y planificar el futuro.

Nació el Niño

Hace una semana llegó al mundo el niño Anthony. Su nacimiento ha provocado emociones encontradas entre sus padres, sus abuelos y los familiares más cercanos. La opinión de amigos y conocidos no afecta para nada el desarrollo de los acontecimientos venidos y por venir.
Edgar, el padre de Anthony está que salta de contento aunque es su costumbre no mostrar emociones a flor de piel. Se mantiene discreto y no menciona el tema a nadie más que a las personas en quien confía. Ya hace planes para el futuro. Quiere ver a su hijo terminando la escuela y con una carrera, algo que él, por el momento, no lo ha conseguido porque abandonó la escuela y se dedicó a trabajar -y no por vago como le dicen sus familiares- sino para afrontar su responsabilidad de ser padre a sus cortos 18 años de edad. Edgar cuenta que su pareja, Ana, tiene 17 cumplidos y también se salió del colegio para no escuchar las críticas por su embarazo y porque quiere cuidar ella misma a su hijo.
La abuela de Anthony, no está contenta con su primer nieto por la simple razón de que los nuevos padres y su hijo se acomodaron a vivir en su casa. A ella, que está desempleada y separada de su esposo desde hace dos años, le ha correspondido atender a la madre primeriza, instruirle y alimentarle en las horas que Edgar está trabajando. A esto se suma la relación tirante que existe con su hijo quien le culpa de que su padre no viva con ellos. El caos se ahonda porque en esta casa viven dos tíos, sobrinos y sobrinas que se pasan criticando a Edgar y le califican con todos los nombres ofensivos que se les ocurre.
Se le pregunta a Edgar porqué decidió ir a vivir en esta especie de infierno y contesta que tiene todo el derecho porque la casa es de su padre y quienes deberían salir son los parientes injuriosos que no pagan la renta. Hace pocos días llegó a casa el padre de Edgar con un grupo de amigos. Todos estaban casi ebrios, habían tomado en honor y a la salud de Anthony. El abuelo estaba orgulloso porque su nieto nació varón y ya le ha escogido el padrino de bautizo, ha ofrecido organizarle una fiesta como nunca se ha visto por estos lados y también quiere comprarle toda la ropa y los juguetes que se merece un nieto. Edgar no cree en sus promesas porque siempre ofrece todo cuando está tomado y luego se olvida y nunca cumple.
Los amigos y amigas de Edgar le desean toda clase de éxitos como padre, le aconsejan que cuide de su nueva familia y cruzan los dedos para que no le falte trabajo, aunque el muchacho con todo el optimismo del mundo dice que es joven, fuerte y puede trabajar de los que sea, que esta no sería la primera vez que afronta desafíos y ya lo demostró cuando abandonó la pandilla y dejó de consumir sustancias dañinas para su salud como él mismo lo dice.

Armando y María

Armando llegó a Estados Unidos cuando tenía 20 años de edad. Trabajó duro y parejo por 10 años para poder traer a María a vivir con él. El cumplía 30 años cuando ella llegó. La primera impresión de María al verle fue de decepción, le encontró viejo, canoso, con arrugas, con las manos callosas, tenía un aspecto de mendigo y para rematar caminaba encorvado, como un anciano. Tras superar esta primera impresión llegó una segunda más desastrosa: Armando no servía en la cama, era un inútil. María escuchó en silencio los argumentos que el padre de su hijo le daba, era el cansancio por los dos trabajos de tiempo completo que tenía, estaba agotado, pero le ofreció alimentarse mejor, trabajar menos y juró cumplirle como ella quería.
Pasó el tiempo y no hubo mejoría, por el contrario Armando comenzó a tener crisis nerviosas, con temblores del cuerpo, sudores fríos, y casi no podía sostener nada con sus manos. Las amistades del muchacho le pusieron en contacto con una organización de apoyo que le llevó a los chequeos médicos en un hospital cercano. El diagnóstico fue atroz: tenía destrozado el sistema nervioso y no tenía posibilidad de mejoría. Desde ese día se convirtió en una carga para María que comenzó a trabajar en una factoría. Con su salario apenas podía pagar los gastos básicos y a duras penas enviaba dinero para su hijo en su tierra natal. María buscaba desesperada otros trabajos para poder comprar las medicinas para Armando pero eran tiempos difíciles. Y tomaron la decisión que les pareció más adecuada: Armando se regresaría a su pueblo y María le enviaría dinero para su super-viviencia.
Han pasado cerca de dos años y las cosas no han variado. Armando no mejora, o no quiere mejorar porque tiene quien le mantenga y María sufre porque dos veces se ha quedado sin trabajo y es la única que corre con todos los gastos aquí y allá en su pueblo. María cree que el destino es cruel. Piensa con añoranza sobre su vida pasada, la que tenía antes de venir al infierno, era pobre pero podía vivir. Ahora carga una cruz que no le corresponde y sabe que no puede dejarse vencer, por eso va a trabajar cada día con una tristeza infinita en sus ojos cansados.

El Bono

En la factoría donde labora Gabino hay cerca de 50 empleados, la mitad de ellos fueron contratados directamente por la empresa y el resto, llamados temporarios, por una agencia de empleos. Se pensaría que la responsabilidad para hacer el trabajo es compartido equitativamente pero no es así. Los empleados de la factoría trabajan 40 horas semanales y rara vez tienen sobre-tiempo, pero ganan cerca de dos dólares más por hora en relación a los temporarios, cuyo salario es el mínimo establecido por ley en Nueva York. A los empresarios no les conviene dejar que sus trabajadores laboren horas extras porque pagarían más dinero, en cambio utilizan a los temporarios quienes trabajan jornadas sostenidas de 10 horas como promedio y muchas veces 12 y 14 horas al día, sin descansos y sin tiempo para comer. El pago a ellos es menor porque solamente se calcula el tiempo excedente y nada más. Es un buen negocio según algunos entendidos en la materia.
Con estos antecedentes, un día se supo que la compañía iba a entregar bonos por los buenos resultados obtenidos el año anterior. En efecto, cada uno de los empleados de la compañía recibió un cheque adicional a su salario, se les entregó una carta directamente de gerencia donde se les agradecía por el esfuerzo demostrado y decían estar satisfechos con el empeño mostrado. A los temporarios no se les dijo nada, ni gracias, no se les tomó en cuenta, parecería que no existieran. Por cierto entre todos los temporarios y temporarias hubo malestar general, frustración, impotencia, iras, rencor, en fin, cada quien argumentaba su sentir. Se dijo que los buenos resultados por la compañía se debían exclusivamente por el esfuerzo de los temporarios y es cierto, son ellos y ellas quienes trabajan horas adicionales, llegan de madrugada y son los últimos en salir con la noche a cuestas. Realizan un trabajo eficiente a pesar de ganar menos que el resto. En algún momento pidieron incremento salarial y desde la agencia de empleos se les dijo “que agradezcan mas bien que tienen trabajo y ni se les ocurra pedir aumento” y así se terminó la ilusión de que se reconozca su dedicación y su empeño para que la compañía sea valorada en el mercado como una de las mejores. Pero los temporarios tienen un aliado casi desapercibido. Es uno de los supervisores que lleva el control de las horas trabajadas. El americano compensa el esfuerzo poniendo una o dos horas adicionales en la hoja de control semanal, con lo que de alguna manera se equilibran las profundas diferencia entre trabajadores. Y casi nadie lo sabe.

Carlitos El Terrible

Carlitos es un niño terrible. Apenas tiene nueve años de edad y ya envió a su madre a prisión. Cierta vez, el chico se portó peor que otros días y su madre optó por castigarle como hacían con ella en su tierra natal: a golpes de cinturón y cachetadas. Cuando fue a la escuela Carlitos mostró las huellas del castigo a su maestra y de inmediato se denunció el caso a las autoridades que fueron a buscar a la madre en su lugar de trabajo y la arrestaron. Estuvo tres meses encerrada. Salió libre pero ahora enfrenta la deportación por vivir sin documentos en este país. Ella debe ir a Corte cada vez; trabajadores sociales le visitan frecuentemente y todo el mundo le señala como la madre desnaturalizada que se merece todos los castigos del mundo.
La familia esperaba que Carlitos mejore su comportamiento o se arrepienta de su acto, pero sucedió lo contrario, ahora el niño es el dictador del hogar, no deja que nadie le diga nada. A su madre la tiene dominada y le amenaza cada vez con denunciarle por maltrato. El niño tiene el control de las vidas de padre, madre y hermanos. Si alguien intenta disciplinarle corre al teléfono y dice que llamará a la policía. Nadie sabe que hacer. Un vecino que vive en la casa de la familia de Carlitos intentó hablar con él, pero no es posible, el niño se las sabe todas, le contestó que si sigue hablándole le va a denunciar por acoso, entonces lo mejor es mantener cerrada la boca. Sí, Carlitos es un niño terrible.

El Personaje del Año

Cuando llega diciembre se suele nominar “el personaje del año” como una forma de homenajear a quien se distinguió durante los meses que terminan. Normalmente se busca entre personajes de la política, de la farándula, actores, actrices, deportistas, jóvenes talentosos, líderes comunitarios o aquellos protagonistas de escándalos o de vídeos caseros no autorizados. Esta designación recae normalmente sobre alguien alejado de nuestro entorno, personajes universales, intangibles, etéreos, cuya popularidad se proyecta entre nosotros por los medios de información.
Gabino se une a varias voces contrarias a tal nombramiento porque es pura fantasía, sólo fachada para vender imágenes y promover la farándula. En consenso y como un acto de justicia, estas voces disonantes han nominado este año, no a un personaje, sino a una comunidad como la más destacada de 2010.
La designación recayó sobre la Comunidad de Inmigrantes Indocumentados residentes en Estados Unidos (CIIREU).
Sí, la designación la ganó el indocumentado y la indocumentada -representados en esta comunidad olvidada por amnesia colectiva- por los logros alcanzados durante muchos años. Es histórico su valor y su coraje. Dejar la familia abandonada en busca de dinero en otro país no es un episodio heroico, ni es una decisión antojadiza: es un acto de supervivencia.

Gabino Andino
Hombres y mujeres cruzan países enteros amontonados y camuflados en camiones sin ventilación, entregan su destino en las manos de coyotes desalmados y corruptos que saben de su poder y hacen lo que les viene en gana, incluso se convierten en verdugos de aquellos que no pueden más con su cuerpo y les abandonan en zonas inhóspitas y desiertas. Con hambre, con frío, amenazados, violados, vejados, humillados, secuestrados, chantajeados, para los viajeros nada importa sino el objetivo último que es llegar al norte, aún a riesgo de la vida. Cruzar el río, saltar el muro, atravesar el desierto, llegar, llegar, esos son actos extraordinarios, sin duda.
Una vez en Estados Unidos y si lo logran, la realidad se hace evidente. El idioma que no se entiende y las consecuencias inmediatas: la explotación laboral, la explotación sexual, los trabajos más miserables, con poca paga, mal vistos por el aspecto físico, desconocidos, anónimos, fantasmas, peleándole a la vida un salario. Humillados porque se movilizan en bicicleta, amenazados por la vorágine de los autos veloces que les embisten, cuyos choferes se ríen cuando les ven caer o resbalar de su medio de transporte. Y sin embargo llegan puntuales a su sitio de trabajo, donde deben afrontar el desprecio de otros hispanos y de otras hispanas que tienen un permiso de trabajo y les miran con desprecio, como si padecieran de alguna enfermedad contagiosa.
Aquellos que lograron un estatus legal se convierten en jueces y les amenazan con llamar a inmigración para que no protesten o reclamen sus derechos.
Pero el inmigrante indocumentado es valioso por su trabajo honesto y eficaz. La mayoría de pueblos de Long Island tienen un aspecto paradisíaco, de tarjeta postal, con la hierba o grama bien cuidada, con los árboles podados, limpias las calles de basura, con un ornato de primera, y pocos reconocen que se debe al trabajo de los hispanos. Son ellos los que mantienen bellas a las ciudades de este país.
Son también generadores de riqueza para Estados Unidos. La industria se mueve por la mano de obra barata de los inmigrantes. La economía se mantiene por la productividad de los trabajadores hispanos. Los dueños y accionistas de las factorías se frotan las manos cuando el Congreso rechaza algún tipo de reforma migratoria, porque esto les permite seguir explotando esa mano de obra casi gratuita, sin pago de seguros médicos, sin días de vacaciones, sin días de enfermedad o el pago de otro tipo de compensaciones. Son esclavos modernos y todos los saben y todos lo callan porque es conveniente y beneficioso para quienes ostentan el poder. Para ellos son fuerza laboral, para ellos son máquinas de producción sin derecho a enfermarse o tomar vacaciones. Si faltan, no se les paga y si fallan son fácilmente reemplazados por otros que están desesperados por encontrar trabajo por ocupar un lugar en la línea de producción.
Los inmigrantes indocumentados luchan cada día para enviar las remesas con las que mantienen s sus familias y a sus hijos. Hacen lo imposible para enviar el dinero que les permitirá educarse, alimentarse, vestirse. Aceptan sin chistar cualquier oferta de empleo, aunque signifique dejar de lado el pudor y la inocencia. Y a pesar de tanta pesadumbre, aún mantienen su espíritu altivo. Tal vez para alejar los pesares se refugian en la música, en el baile, en los partys, se dispersan en las barras o caminando por los malls, sin dinero pero decentes y dignos. ¿Acaso esto no es suficiente para nombrarles personajes del año a todos los inmigrantes indocumentados que cada día bregan para hacer más grande a este país? ¿Acaso no son merecedores del aplauso sonoro y sostenido de quienes leen este artículo?
Gabino mantiene su sueño intacto de justicia, mantiene la esperanza de que los millones de indocumentados vuelvan a ser tratados como seres humanos con identidad. A pesar del pesimismo que se augura para los próximos meses, Gabino sabe que una reforma migratoria es posible, sí, con la participación y el apoyo de ex-inmigrantes indocumentados es posible. Lucidez y un corazón lleno de esperanza para todos y todas en 2011.

El Regreso de Luis

Luis manejaba su auto viejo por el parkway y de pronto las luces intermitentes de la policía le obligaron a parar. Su corazón latía a prisa mientras miraba por el retrovisor el patrullero y al policía que se tomaba su tiempo antes de bajar. Luis hacía memoria para recordar alguna infracción cometida, pero no, él manejaba con mucha precaución, precisamente para evitar encuentros con la ley. Al fin, el uniformado se acercó hasta la ventana del auto de Luis y habló algo que el muchacho no entendió porque no habla inglés. El policía hablaba cada vez más fuerte y Luis no decía nada, estaba petrificado en el asiento. Hasta que la puerta del auto se abrió de golpe y entendió que debía bajarse.
El policía le palpó todo el cuerpo, le sacó del bolsillo una vieja billetera a la que desarmó en busca de algo que no encontró. Luego buscó en el auto palmo a palmo y por último le llevó esposado hasta el patrullero. Después los acontecimientos pasaron a una velocidad increíble. Tras su detención, Luis pasó a manos de agentes de inmigración por estar indocumentado, le movilizaron por varias prisiones en diferentes Estados y después de tres meses le deportaron a su país de origen.
Mientras estaba detenido su familia comenzó a peregrinar por las oficinas de diferentes abogados. Todos ofrecieron resolver el caso pero a cambio de sumas increíblemente altas de dinero. Terminaron con un abogado americano que tras el pago de varios miles de dólares prometió poner en libertad a Luis. Puro ofrecimiento. Nunca apareció ante la Corte y nunca hizo nada para evitar la deportación de Luis. La familia pidió al abogado el dinero de vuelta pero recibió amenazas y decidió dejar también como perdido.
Mientras tanto ya había llegado a su pueblo, a sus familiares les dijo que estaba de paseo y que pronto tenía que regresar a Estados Unidos porque le esperaban su esposa y sus dos hijos pequeños, uno de ellos recién nacido.
Pasó cerca de tres semanas, se endeudó y emprendió el viaje de regreso, el mismo que había hecho hace cinco años, sólo que esta vez traía la idea fija de reunirse con su familia. La última vez que habló con su esposa fue hace un mes y desde allí sólo el silencio. La mujer de Luis sonríe esperanzada, sabe que la tenacidad de su esposo le permitirá evadir cualquier obstáculo. Ahora dice que sería maravilloso que llegue antes de fin de año porque para navidad no vino, ella quería ir con Luis a comprar juguetes para sus niños y ropa para los dos. Dice que lo hará cuando él llegue, aunque sea a mediados de año, porque está convencida de que así será y ella siempre acierta.

La Novena

Miguelito siempre fue un niño bueno. Según decían los mayores, ya se había ganado el cielo porque era comedido, hacía los mandados rápido y sin protestar, ayudaba a su mamá en el cuidado de sus otros hermanitos y buscaba la forma de entretenerlos mientras ella salía a trabajar. Siempre estaba de buen humor y esto se notaba al mirarle la sonrisa permanente en su rostro moreno, bronceado por el sol, especialmente cuando disfrutaba de los juegos al aire libre y de la libertad de vagar por los solares alejados de la ciudad.
Un día de diciembre, Miguelito se enteró que en el sector del rastro o camal se había organizado una Novena. Le explicaron que en la Novena se rezaba, se cantaban villancicos, se aprendían pasajes bíblicos donde se resaltaba la bondad y la caridad hacia los semejantes y se colocaba una figura en el pesebre o nacimiento, hasta concluir con la colocación de la figura del niño Jesús el día de su nacimiento, es decir, el día de la Navidad. Al final de cada jornada a los niños y niñas asistentes se les agasajaba con caramelos, galletas o cualquier golosina. Miguelito siempre llegó puntual durante los 9 días de la novena, sobre todo porque se les dijo que a los más puntuales se les entregaría un regalo al otro día de Navidad. Miguelito disfrutaba del aroma del incienso que se quemaba junto al pesebre y la penumbra creada por el humo le ayudaba a imaginar un mundo de sueños. Miguelito nunca había recibido un regalo en ninguna fecha, así que su corazón latía de emoción al saber que le darían un presente navideño.
Y llegó el día esperado. Miguelito salió corriendo de su casa rumbo al rastro creyendo ser el primero, pero su sorpresa fue mayúscula al llegar y mirar que había decenas de infantes haciendo fila para recibir los regalos. Mientras se formaba entre los últimos, se fijó que casi ninguno de los niños y niñas habían asistido a la novena y sin embargo comenzaron a recibir juguetes que les entregaba una señora que tampoco él conocía. La fila avanzaba lentamente. Miguelito miraba impotente cómo llegaban más niños y se metían a la fuerza en la fila sin respetar el orden de llegada. Comenzó a temer lo peor, pero tenía la esperanza de que le guardarían su regalo por haber ido cada noche a la Novena, pero no fue así. La señora que repartía los regalos, con voz chillona, anunció que los juguetes se habían terminado y dijo que si se portaban bien, el próximo año se ganarían un regalo mejor que el que nunca recibieron. A Miguelito se le llenaron los ojos de lágrimas. No podía entender porqué no recibió su presente navideño si él había asistido puntual a la novena, había cantado con ganas y a todo pulmón, había rezado con fe y había escuchado con atención las lecturas bíblicas. No entendía tanta injusticia y en medio de su frustración e impotencia, prometió no ir nunca más a las novenas y decidió portarse lo más mal posible porque ser bueno no le había servido de nada. Cabizbajo regresó a su casa a seguir cuidando a sus hermanitos.