Saturday, February 26, 2011

La Novena

Miguelito siempre fue un niño bueno. Según decían los mayores, ya se había ganado el cielo porque era comedido, hacía los mandados rápido y sin protestar, ayudaba a su mamá en el cuidado de sus otros hermanitos y buscaba la forma de entretenerlos mientras ella salía a trabajar. Siempre estaba de buen humor y esto se notaba al mirarle la sonrisa permanente en su rostro moreno, bronceado por el sol, especialmente cuando disfrutaba de los juegos al aire libre y de la libertad de vagar por los solares alejados de la ciudad.
Un día de diciembre, Miguelito se enteró que en el sector del rastro o camal se había organizado una Novena. Le explicaron que en la Novena se rezaba, se cantaban villancicos, se aprendían pasajes bíblicos donde se resaltaba la bondad y la caridad hacia los semejantes y se colocaba una figura en el pesebre o nacimiento, hasta concluir con la colocación de la figura del niño Jesús el día de su nacimiento, es decir, el día de la Navidad. Al final de cada jornada a los niños y niñas asistentes se les agasajaba con caramelos, galletas o cualquier golosina. Miguelito siempre llegó puntual durante los 9 días de la novena, sobre todo porque se les dijo que a los más puntuales se les entregaría un regalo al otro día de Navidad. Miguelito disfrutaba del aroma del incienso que se quemaba junto al pesebre y la penumbra creada por el humo le ayudaba a imaginar un mundo de sueños. Miguelito nunca había recibido un regalo en ninguna fecha, así que su corazón latía de emoción al saber que le darían un presente navideño.
Y llegó el día esperado. Miguelito salió corriendo de su casa rumbo al rastro creyendo ser el primero, pero su sorpresa fue mayúscula al llegar y mirar que había decenas de infantes haciendo fila para recibir los regalos. Mientras se formaba entre los últimos, se fijó que casi ninguno de los niños y niñas habían asistido a la novena y sin embargo comenzaron a recibir juguetes que les entregaba una señora que tampoco él conocía. La fila avanzaba lentamente. Miguelito miraba impotente cómo llegaban más niños y se metían a la fuerza en la fila sin respetar el orden de llegada. Comenzó a temer lo peor, pero tenía la esperanza de que le guardarían su regalo por haber ido cada noche a la Novena, pero no fue así. La señora que repartía los regalos, con voz chillona, anunció que los juguetes se habían terminado y dijo que si se portaban bien, el próximo año se ganarían un regalo mejor que el que nunca recibieron. A Miguelito se le llenaron los ojos de lágrimas. No podía entender porqué no recibió su presente navideño si él había asistido puntual a la novena, había cantado con ganas y a todo pulmón, había rezado con fe y había escuchado con atención las lecturas bíblicas. No entendía tanta injusticia y en medio de su frustración e impotencia, prometió no ir nunca más a las novenas y decidió portarse lo más mal posible porque ser bueno no le había servido de nada. Cabizbajo regresó a su casa a seguir cuidando a sus hermanitos.

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