Saturday, February 26, 2011

Armando y María

Armando llegó a Estados Unidos cuando tenía 20 años de edad. Trabajó duro y parejo por 10 años para poder traer a María a vivir con él. El cumplía 30 años cuando ella llegó. La primera impresión de María al verle fue de decepción, le encontró viejo, canoso, con arrugas, con las manos callosas, tenía un aspecto de mendigo y para rematar caminaba encorvado, como un anciano. Tras superar esta primera impresión llegó una segunda más desastrosa: Armando no servía en la cama, era un inútil. María escuchó en silencio los argumentos que el padre de su hijo le daba, era el cansancio por los dos trabajos de tiempo completo que tenía, estaba agotado, pero le ofreció alimentarse mejor, trabajar menos y juró cumplirle como ella quería.
Pasó el tiempo y no hubo mejoría, por el contrario Armando comenzó a tener crisis nerviosas, con temblores del cuerpo, sudores fríos, y casi no podía sostener nada con sus manos. Las amistades del muchacho le pusieron en contacto con una organización de apoyo que le llevó a los chequeos médicos en un hospital cercano. El diagnóstico fue atroz: tenía destrozado el sistema nervioso y no tenía posibilidad de mejoría. Desde ese día se convirtió en una carga para María que comenzó a trabajar en una factoría. Con su salario apenas podía pagar los gastos básicos y a duras penas enviaba dinero para su hijo en su tierra natal. María buscaba desesperada otros trabajos para poder comprar las medicinas para Armando pero eran tiempos difíciles. Y tomaron la decisión que les pareció más adecuada: Armando se regresaría a su pueblo y María le enviaría dinero para su super-viviencia.
Han pasado cerca de dos años y las cosas no han variado. Armando no mejora, o no quiere mejorar porque tiene quien le mantenga y María sufre porque dos veces se ha quedado sin trabajo y es la única que corre con todos los gastos aquí y allá en su pueblo. María cree que el destino es cruel. Piensa con añoranza sobre su vida pasada, la que tenía antes de venir al infierno, era pobre pero podía vivir. Ahora carga una cruz que no le corresponde y sabe que no puede dejarse vencer, por eso va a trabajar cada día con una tristeza infinita en sus ojos cansados.

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