Sunday, October 17, 2010

A la vuelta de la esquina

El tema de la muerte se vuelve recurrente según se va envejeciendo. Aquellos que compartieron parte de su vida con Gabino están muriendo. Fueron personas normales, vecinos y amigos del pueblo. Ahora que está lejos, las noticias le van llegando de una en una, de tiempo en tiempo.
Hace poco murió Don Arbolito que se pasaba la vida fumando tabaco negro en la puerta de su casa. Era un pan de Dios, soportó como ninguno la tiranía de su esposa y el irrespeto de sus hijas. Posiblemente en cada bocanada de humo dejaba ir sus penas y sus rencores. Se cuenta que murió en paz, casi como vivió, sin meterse con nadie.
Luego fue el turno del vecino zapatero, ahora Gabino recuerda que nadie sabía el nombre, sólo le decían el vecino zapatero. Tenía su taller calle abajo, en un rinconcito de un patio bien cuidado. Al remendón se le admiraba por sus bastos conocimientos de política y de fútbol, por supuesto, y por su mayor pasión: escuchar radio-novelas a todo volumen y durante todo el día. Por él los muchachos de la época descubrieron aquellas creaciones fantásticas, ahora milenarias, que deleitaron a varias generaciones del pueblo. No se sabe cómo fue su muerte, pero seguro ahora descansa envuelto en los sonidos y los efectos mágicos surgidos de creaciones como El Derecho de Nacer, Kalimán, Roberto del Cid, El Gato, Yanco el Gitano, Porfirio Cadena, y muchas otras radio-novelas fabulosas. 
El siguiente turno le tocó a la señora Amadita, una mujer octogenaria que tenía una tienda de abastos con altos precios. El mérito que tenía era que fiaba a medio mundo, aunque cobraba con creces las deudas, incluso se daba el trabajo de llegar hasta las casas de los deudores morosos para recordarles que ya no tenía hojas en blanco del cuaderno de las cuentas para anotar nuevos fios, lo que significaba que el crédito llegaba al fin hasta que se igualen las deudas atrasadas. Los que llegábamos a fiar teníamos ganas de robarle el cuaderno de las cuentas pero se decía que otros ya lo intentaron y Doña Amadita tenía un duplicado bien guardado, por si las moscas.
Todos los hasta aquí mencionados posiblemente cumplieron con creces su ciclo de vida, llegaron a mayores, gozaron, sufrieron y disfrutaron de la vida como el resto de sus congéneres, pero cuando la muerte le llega a alguien joven, es cuando provoca mayores tristezas como el caso de Ernesto. Dicen que el infarto le llegó en plena plaza, que fue fulminante y que él estaba en plenitud de facultades, gozaba de una profesión brillante, era una buena persona y simplemente llegó al fin en un día cualquiera.
Para todos aquellos que han abandonado el mundo, Gabino les envía su recuerdo. Parten adelante sin duda, y aunque dejan un inmenso vacío y una tristeza grande, la razón se impone. Llegó el momento de ser mejor persona, de terminar las cosas pendientes, de decirle palabras cariñosas a la pareja, de dejar de enojarse por nimiendades. Sin duda hay tiempo para disfrutar de la vida porque la parca, quien sabe, espera a la vuelta de la esquina.

 

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