Friday, August 5, 2011

Historia de un periodista indocumentado en LI

Gabino leyó con atención la noticia sobre el periodista filipino, José Antonio Vargas, que ganó el premio Pulitzer -algo así como un premio Grammy o mejor, como un premio Nobel-, sobre un reportaje de su vida de indocumentado en Estados Unidos.
De acuerdo a lo publicado, Vargas califica su vida clandestina como un infierno y confiesa estar agotado y cansado de huir durante los 18 años que tiene de vivir en este país.
Vargas vivía con miedo a pesar de haber trabajado en reconocidos periódicos como Wall Street Journal; The Boston Globe; The Chicago Tribune y por último en The Washington Post, medio que se negó a publicar su historia, lo que le favoreció para que apareciera en The New York Times que le valió el premio. En estos medios tuvo un trato digno y de reconocimiento.
Cuando Gabino leyó la historia de Vargas, inmediatamente le vino a la mente la historia que le contó un periodista amigo que vive en Long Island y que también está indocumentado.
Dicho periodista aceptó un puesto de trabajo en un semanario local, creyendo que las condiciones laborales serían idóneas. Trabajó por varios años por un mísero salario, sin opción de negociación porque la empresa supo que estaba indocumentado. Cuando intentó imponer su criterio periodístico sobre el interés empresarial le recordaron que era un simple empleado y quien tenía absoluta autoridad era la persona dueña de la empresa, -quien nunca estudió periodismo-, por tanto allí se hacía lo que ella quería. Le dijeron que su nombre como periodista no debía salir publicado en los créditos del semanario porque no era conveniente que apareciera el nombre de un indocumentado.
A pesar de ser un periodista con muchos años de experiencia en medios importantes de su país y después de haber recibido reconocimientos por su labor profesional, el semanario se encargaba de desvirtuar su trabajo y ponía en duda la capacidad de análisis y síntesis de sus textos. Muchas veces le acusaron de piratear las notas porque decían que estaban demasiado buenas para ser originales y en una ocasión se puso en duda su lealtad con la empresa cuando se le dijo que estaba vendiendo las notas a otro medio similar, a pesar de ser noticias de dominio público.
Quien lea este artículo se preguntará: qué hacía ese periodista soportando tanta miseria?, porqué no dejaba ese semanario y se iba a buscar algo mejor?, porqué toleraba tanto maltrato? Lo hizo, se fue. Como periodista objetivo creía en su trabajo, quería dar servicio a la comunidad en un lugar donde primaba el interés económico sobre el afán de informar. Consideraba que su trabajo podría ser el instrumento adecuado y no se amilanó ante tanta injusticia en su contra. Hasta que se cansó. Dejó ese medio y ahora está enfocado en otro proyecto, igualmente de servicio a la comunidad. Sigue indocumentado, haciendo su trabajo silencioso pero importante.
El caso de los periodistas mencionados ratifica que el estatus migratorio de una persona no es impedimento para demostrar sus talentos y sus habilidades y se equivocan quienes juzgan y critican a alguien por no tener papeles.
La mayoría de indocumentados en Estados Unidos deben sentirse orgullosos de saber que con su trabajo honesto y su esfuerzo diario engrandecen su espíritu y esto les convierte en seres humanos dignos, respetables y capaces de afrontar grandes retos como la lucha contra el abuso, la intolerancia, la explotación y el racismo.

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