Sunday, June 10, 2012

Dejar la casa


La tragedia de Lino llegó a su fin esta semana. Fueron seis años de no vivir en este mundo después del derrame cerebral que terminó con sus proyectos y sus sueños. Rosario, su mujer y sus cuatro hijos se negaron rotundamente a que desconectaran de las máquinas que mantenían vivo a Lino cuando los médicos lo recomendaron. Dijeron que eso era asesinato y desoyeron todos los argumentos lúcidos de familiares y amigos, de médicos y de enfermeras. Y después se arrepintieron.
El caso de Lino estaba perdido por lo severo del daño en su cerebro. Era un caso irreversible por el tiempo transcurrido desde que cayó inconsciente hasta que lo llevaron desde su pueblo a emergencia en un hospital elitista de la capital. No quisieron atender a Lino hasta que alguien se hiciera responsable de los gastos. El hospital exigía un depósito de cinco mil dólares antes de brindarle atención. Después de cinco horas, un amigo entregó un cheque pero ya era demasiado tarde para Lino. Pasó en terapia intensiva dos semanas y otras tres en una sala compartida. La cuenta subió a muchos miles y no hubo quien pague la cuenta. Se logró reunir el dinero por el favor de familiares y amigos, por donaciones y la venta de todas las cosas buenas que Lino había comprado años antes. El resto del dinero lo redondearon los prestamistas a los que acudió Rosario en un arrebato desesperado.
Lino salió del hospital con la recomendación de someterle a terapia para que recuperase en algo la conciencia. No había dinero para nada, menos para malgastarlo en ejercicios y piscinas dijo una de las hijas de Lino. Mejor ponerle en un centro de reposo para enfermos terminales opinó otro retoño. La dura realidad les obligó a llevar a Lino a casa y comenzar a vivir en el infierno. Los gritos y las convulsiones, las caídas y el descontrol de esfínteres provocaron una deserción masiva de la prole.
Quedaron en casa Rosario y Lino, como en un principio, sólo que ahora ella compartía su dolor con un objeto, con un vegetal, con un bulto al que sacudía con violencia para que reaccione, para que hable, para que vuelva a ser humano.
Después llegó la resignación. Rosario ya no esperaba nada de la vida y menos de su hombre. Rezaba cada día, pidiendo en voz alta la mejoría de Lino pero se estremecía ante la idea que le rondaba la cabeza al pedir desde lo más íntimo la muerte de su pareja.
Pasaron seis años y una pulmonía se apiadó de Lino. Rosario llora con lágrimas de alivio, los hijos de Lino se rasgan las vestiduras y gritan para que su padre vuelva a su lado. La vida del enfermo llegó a su fin y ahora comienza otro amanecer para su viuda, que tiene que salir de la casa porque los deudores quieren recuperar el dinero prestado y esperan que ella salga para apropiarse de lo que fue el refugio de su antiguo dueño.

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