Wednesday, August 25, 2010

El Muelle

Después de un día agotador en la factoría, Gabino decidió aceptar la invitación para salir a caminar por un muelle cercano y acogedor. La idea era excelente por varias razones: cambiar el aire lleno de polvo de la fábrica por el aire salino y puro del mar y por ende revitalizar los pulmones; disfrutar de la compañía de las amigas y sobre todo dejar el estrés y el cansancio acumulado por tanto trabajo y tanto calor.
Tras recorrer unas cuantas calles, los paseantes llegaron a su destino. Era casi la noche. Un guardia controlaba el ingreso al muelle y quienes querían ingresar debían mostrar un pase otorgado por las autoridades del pueblo. Gabino no dejó de comentar tal organización y tanto orden.
Una vez parqueado el auto, los amigos se enrumbaron al muelle. Gabino miró con terror cómo a lo lejos una multitud se movía incesante al borde mismo del mar. Pensó en un accidente, un barco hundido, una persona ahogada o alguna tragedia que convocaba a tanta gente. Aceleró el paso para decifrar el dilema, pero al llegar se llevó otra sorpresa. No había tal accidente, eran personas dedicadas a pescar cangrejos o jaibas o como se llamen unos moluscos color lodo con tenazas que salían del agua sostenidos a un muslo de pollo.

Esta era una escena que Gabino nunca había visto en su vida: personas, todas hispanas, pescando con una presa cruda de pollo amarrada a una piola que lanzada con fuerza iba a sumergirse entre la vegetación marina. Cuando el molusco mordía o atenazaba la presa de pollo, el pescador o la pescadora -porque había muchas de ellas- le sacaba con cuidado y le ponía en un envase plástico junto a otras jaibas o cangrejos.
Gabino miró a lo largo del muelle y constató que no había lugar para caminar. Todo el espacio estaba ocupado por familias enteras dedicadas a la pesca. Había mujeres con niños recién nacidos que los dejaban un lado para ir a controlar la presa. Otros niños y niñas más grandes corrían, jugaban o lloraban entre la multitud. Sus padres les llamaban al orden que era obdecido por breves segundos y volvía la algarabía.
Gabino casi muere del susto cuando una mujer le gritó ! cuidado ! porque casi pisa un cangrejito que se había escapado del tacho plástico. La mirada de rabia de la mujer se clavó en la espalda de Gabino hasta que se alejó de ese lugar mirándo al suelo para evitar nuevos sustos.
El caso es que los amigos caminaron por el muelle casi a empujones hasta salir a un claro donde Gabino miró otra escena, esta vez de película. Un bar sólo para americanos que disfrutaban del happy hour, con música en vivo y aislados del resto del mundo por una cerca metálica o algo parecido que les daba protección del ingreso de intrusos pero no de las miradas indiscretas de los pescadores que mientras esperaban la presa, admiraban a las mujeres bellas e inalcanzables.
Lllegó la noche y los amigos se alejaron del lugar. Gabino se quedó pensando si aceptará una nueva invitación al muelle, de donde salió conmocionado. Tal vez por respirar el aire marino.

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