Wednesday, August 25, 2010

La Junta

Aurora llegó atrasada a la factoría en medio de un mar de lágrimas. Después de recibir palabras de consuelo de sus compañeras y compañeros de trabajo y un vaso de agua que alguien le acercó porque no podía articular palabra, contó que le habían robado dos mil dólares en una junta, también conocida como sociedad.

Varias personas se ponen de acuerdo para juntar una vez por semana una cantidad de dinero que luego se entrega a cada quien según el turno que se define tras un sorteo. Todos los lunes, una persona pide el dinero a los jugadores y pone en las manos de el o la favorecida de la semana. La junta termina cuando todos o todas han recibido el dinero y si desean vuelven a jugar partiendo de cero.

En el caso de Aurora se pusieron a jugar 10 personas que entregaban cada semana 200 dólares. Todos eran vecinos que vivían en la misma casa. A ella le correspondería recibir los dos mil dólares al final porque en el sorteo sacó el último número. Todo marchó con absoluta normalidad hasta la semana nueve. Durante los fines de semana se reunían en la única sala de la casa y la pregunta de rigor giraba en torno a lo que se haría con tanta plata. La mayoría pagaba deudas, otros mandaban giros a sus países de origen, los más jóvenes se compraban electrónicos de última moda o ropa, zapatos y mil cosas diversas.

Lo cierto es que esto de la junta es una maravilla pensaba Aurora, que tenía decidido invertir el dinero en pagar pensiones atrasadas del colegio de sus dos hijas, comprar material para avanzar en la construcción de su casa en su país y si le sobraba, comprarse una nueva mudada que tanta falta le hacía.

Al fin llegó el día de recibir la platita, cuenta entre sollozos, pero como tenía que trabajar le pidió de favor a la vecina que tenía el dinero acumulado que le guarde hasta su regreso en la tarde. Llegó como a las cinco, cansada pero feliz. Pensó que todavía alcansaba a hacer el giro del dinero en el cashier de la Main Street. Cuando entró a su casa fue para el cuarto de la vecina, golpeó, llamó a gritos y nada. Un muchacho salió del cuarto de enfrente y le contó que la vecina se había mudado en la mañana sin decir nada a nadie. El la vio cuando se subía a un taxi con sus cosas y no sabía nada más.

Aurora no para de llorar, todos le consuelan. Ella dice que llora de rabia y vergüenza por ser tan confiada y tonta. Está pensando dejar para siempre el vicio de jugar a la junta, aunque no faltan voces que le invitan a participar y le ofrecen el primer número para que pague las deudas y siga con la construcción de su casita.

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