Wednesday, August 25, 2010

Santos no es lento

Todos dicen que Santos es lento, que por eso pasó lo que pasó. Hubo de transcurrir mucho tiempo para que Gabino se entere de propia fuente lo que hasta ese momento fueron inventos mal intencionados de la gente. Santos no es lento para nada, es cauto, precavido, calculador, pero no lento. Analiza sus palabras, que no son muchas, antes de hablar, dubita primero y luego deja fluir la frase y calla. Cuando le contó a Gabino la verdad, se creó por sí solo un ambiente de confidencia, perfecto para la revelación que cambió la vida de Santos. Primero llegó él a Estados Unidos, trabajó como un burro, según sus propias palabras, para traer a su mujer y sus dos hijos, un niño y una niña. Se instalaron a vivir en el segundo piso de un edificio que daba a la calle principal y por donde circulaba gente todo el tiempo. Pasaron varios meses hasta que la familia se aclimató y los chicos fueron a la escuela. La mujer de Santos nunca mostró deseos de buscar trabajo por lo que él tuvo que laborar dos turnos seguidos. Salía a las 6 de la mañana para entrar al primer turno de la factoría de 7 y 30 a 4 de la tarde y luego se iba al segundo turno de 6 de la tarde a 2 de la mañana.

Así pasó casi dos años, hasta que comenzaron a llegarle los primeros chismes de infidelidad. No quiso hacer caso porque todo el tiempo se habla de eso y la gente inventa, dice Santos, pero cuando un amigo muy cercano le dijo que él había visto con sus propios ojos cómo entraba un tipo a su casa apenas él salía, se quedó pensando. No dijo nada a su mujer, actuó con la normalidad que le permitía la duda y al otro día salió como de costumbre sólo que esta vez se quedó en el deli de la esquina, vigilando. Así pudo identificar al tipo que entró luego que los niños se fueron para la escuela. No sabía que hacer, se quedó en blanco, perplejo, vacío y como un autómata se fue para el trabajo. Todo el día y la noche pensó y pensó en lo que haría, en cómo darle su merecido a la mujer infiel y vengarse del conocido, casi pariente, que se burlaba de su buena fe, porque él le había ayudado a pagar la cuenta que tenía con los coyotes.

Santos no quería ir preso si les mataba, porque esta idea sí cruzó por su cabeza, pero sabía que tenía que darles un escarmiento que les dure toda la vida. Amaneció otra vez, salió y se fue al deli. Una vez que vio que el tipo entró confiado, caminó hacia su casa. Con una habilidad inaudita, escaló las paredes y entró por una ventana que daba al baño. Todo fue muy veloz, la pareja no tuvo tiempo de separarse cuando Santos entró en el dormitorio. Ella se quedó petrificada y él intentó gritarle algo, pero el golpe preciso que recibió en la cara le dejó casi inconsciente. Santos miró a los ojos de su mujer, ella no pudo sostener su mirada y entendió el mensaje. Se vistió, tomó su ropa y salió, seguida del amante, los tres en silencio. En el tribunal, tras su divorcio, ganó la custodia de su hijo varón y ahora se pone contento porque el muchacho logró terminar high school y piensa seguir una carrera corta. Todos tratan de cobarde a Santos por no haber destrozado a los amantes. El escucha y calla. Le llaman cornudo, cachudo y otros nombres similares. Sólo él sabe que hizo lo correcto y sonríe cuando dice que se las cobró completas y se da por satisfecho. A propósito, el tal pariente ha desaparecido del mapa, nadie le ha visto.

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