Sunday, June 5, 2011

La punta de la naríz

Hay ocasiones en que los relatos de Gabino más bien parecen chambres como dicen los hermanos Centroamericanos a los chismes. Pero el propósito de narrar este tipo de cuentos es el de compartir las vivencias que se escuchan en la factoría cada día. Los temas surgen espontáneos y muchas veces sorprenden a los oyentes por tratarse de hechos casi extraordinarios o increíbles que se sustentan en la verdad, según dicen.

Y es así que hace cinco años Marlene decidió emigrar a Estados Unidos para mantener a su familia. Ella dejó a Eduardo, su esposo, a cargo de sus cuatro hijos de cinco, cuatro, dos y un año de edad. Pasaron tres años sin novedad, ella enviando dinero y él administrándolo en su tierra. Pero a partir del cuarto año comenzaron a llegar noticias inquietantes sobre el comportamiento de Eduardo. A Marlene le contaban que tenía descuidados a los niños, que apenas les alimentaba y la ropa que ella enviaba para ellos desaparecía inmediatamente. Se hablaba de infidelidad pero en voz baja. Marlene llamaba por teléfono a su casa cada quince días y en las conversaciones con Eduardo todo parecía normal, él le aseguraba que todo era habladuría de la gente envidiosa y siempre buscaba pretextos para evitar que sus hijos hablaran con ella.

Así llegó el quinto año. Eduardo se volvió grosero y mostraba poca paciencia cuando ella le llamaba por teléfono. Comenzó a exigirle más dinero para mantener a los niños y montaba en cólera cuando ella le sugería buscar trabajo porque acá las cosas no marchaban bien. Las quejas contra Eduardo continuaban y la última vez que llamó le contestó su hija Mónica que ya tenía diez años. Aprovechando que su papá no estaba presente, entre sollozos le contó que él había llevado a una mujer a vivir en su casa, que ella les pegaba, que apenas les daban de comer y les obligaba a servirle. La niña y sus hermanos habían abandonado la escuela y ahora ya no querían seguir allí, porque no soportaba tanto maltrato.
Marlene sintió una punzada de dolor en el corazón y la rabia le impulsó a tomar el primer avión que estuvo a mano, tanto es así que llegó a su país sin avisarle a nadie. Llegó a su casa y lo primero que miró fue a sus hijos jugando en el patio lleno de basura. Estaban como pordioseros, sucios, flacos, con la ropa rota. Llena de rabia entró y encontró a Eduardo acostado con una mujer. Marlene se lanzó sobre Eduardo como una fiera, era tanta su ira que le mordió la punta de la nariz, dio un mordisco y se la arrancó. La mujer que estaba junto a Eduardo huyó despavorida. Era tanta la sangre que perdía Eduardo que se desmayó en el acto.

Marlene llamó a los soldados del cuartel cercano y pidió que se lleven a ese mal hombre. Los uniformados se llevaron a Eduardo para el hospital donde no pudieron hacer nada porque nunca encontraron la punta de la nariz. Cabe señalar que antes de este acto violento a Eduardo se le identificaba en su pueblo por la gran nariz que llevaba con orgullo.

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