Le gustaba beber hasta caer y por eso nadie le quería, ni sus familiares ni sus propios amigos. Cuando estaba bolo se volvía impertinente, grosero, altanero, bronquista y respondón. Normalmente sus borracheras terminaban en peleas y siempre amanecía caído en alguna calle. Hubo una vez que tomó tanto que tuvieron que llevarle de urgencia al hospital donde le dijeron que su salud pendía de un hilo. Meses después fue en ese mismo hospital donde confirmaron su muerte pero por otra causa ajena al alcohol. Murió atropellado por un ebrio que se subió a la vereda por donde él caminaba y allí casi termina la historia.
José llegó a Nueva York un día de Navidad hace cinco años y siempre tuvo la suerte de espaldas. En este lapso le abandonó su mujer, le despidieron del trabajo y comenzó a dedicarse a la bebida. Fue preso por manejar ebrio y sin licencia. Cayó en una redada de inmigración y le faltaban apenas tres meses para salir de Estados Unidos por una orden de deportación. José estaba decidido a irse de regreso a su país por lo que decidió beber menos. Consiguió un trabajo de medio tiempo en un car wash y en las noches se juntaba con sus amigos a tomarse unas copas en la placita. Regresaba de ahí cuando la muerte tocó su puerta. Los testigos dijeron que murió de contado, nada pudieron hacer los paramédicos.
Lo irónico de la historia es que los mismos familiares que le despreciaron en vida ahora simulan tristeza y ya presentaron una demanda judicial de donde esperan obtener una buena tajada. Harán un festín en memoria de José, disfrutarán del dinero que el difunto nunca pudo conseguir y para darse a conocer ante el mundo aparecen llorosos en televisión depositando ofrendas florales en el sitio donde cayó fulminado el hasta ayer, ser despreciado por su vicio. La conciencia y la vergüenza fueron enterradas junto con José.
No comments:
Post a Comment