Thursday, January 5, 2012

El viejito

Gustavo cumplió cincuenta años de edad y se quedó sin empleo. A estas alturas de la vida le fue imposible conseguir trabajo por lo que decidió aceptar la invitación de sus hermanos para venir a Estados Unidos en plan de vacaciones. Llegó sin muchas expectativas pero una vez en Nueva York y después de pasear como un verdadero turista, decidió aceptar la oferta de trabajo para cuidar a un anciano que vivía solitario al final de Long Island. Desde el principio hubo química, tal vez por el carácter dócil de Gustavo y las muestras de respeto del anciano. Pronto se hicieron amigos, sobre todo porque el anciano pudo volver a hablar en español que era su idioma de origen y se entendieron de maravilla. El trabajo de Gustavo era fácil, tenía que leerle al anciano todo lo que quisiera porque había perdido la vista y gustaba de mantenerse informado. Todos los días y después de varias lecturas de periódicos y libros los dos se ponían a charlar. Eran conversaciones sobre la vida, sobre las experiencias de cada uno en el trajinar por el mundo. Hablaron de guerras, de viajes, de amores, de soledades, de sueños, de anhelos y eso fue lo maravilloso, los dos todavía soñaban con grandes proyectos a futuro. Así pasaron los meses y la confianza rebasó todos los límites. Gustavo gustaba de las siestas. Leer tanto le producía sueño, se acomodaba en su sillón y se quedaba dormido profundamente. El anciano se levantaba con cuidado para no hacer ruido, se iba a la cocina y preparaba la comida, ponía la mesa y con delicadeza hacía despertar a Gustavo para que comieran juntos. Gustavo y el viejito juntaron sus soledades y se hicieron grandes amigos. De vez en cuando salían al parque, no muy lejos porque se cansaban pronto, o preferían ir a cenar a algún restaurante cercano. Gustavo recibía su pago con puntualidad y muchas veces con jugosos aumentos. Era la dicha para él hasta que el anciano murió de repente. Un ataque al corazón le sorprendió en la noche y frustró todos sus planes futuros. Gustavo quedó destrozado, quería al anciano como a su padre y nunca pudo recuperarse. Llegó a la factoría donde trabaja Gabino para reunir dinero y volver a su país. Lo único que quiere es pisar su tierra y dejar sus huesos en el lugar que le vio nacer.

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